De Potemkin a Chernobyl

Siempre Ucrania. Anticipó la caída de los dos imperios rusos: 1917 y 1989. Foto: cedoc

Rusia tan distinta a Argentina y tan igual. Incomparable en historia y recursos a nuestro país, pero al mismo tiempo, padeciendo la misma herida narcisista de haber sido y ya no ser. Sufrió dos veces un derrumbe existencial: a principio de siglo pasado cuando cae el Imperio Ruso con el fin de la Rusia de los zares en 1917 y a fin del mismo siglo cuando se desintegra la Unión Soviética con la caída del Muro de Berlín en 1989. No por casualidad todo el siglo XX lleva su nombre, “El siglo corto” como lo bautizó el historiador Eric Hobsbawm porque nació recién entre 1914 y 1917 con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa bolchevique y terminó con su fin entre 1989 y 1991:

Ayuda a comprender mejor la invasión rusa a Ucrania volver a ver la que fuera la mejor película del siglo XX: El acorazado Potemkin y la exitosa serie de HBO de hace unos años: Chernobyl. Ambas historias reflejan la impotencia del régimen que está a punto de fenecer. El acorazado  Potemkin regresaba a la gigantesca Rusia después de haber perdido la guerra contra el diminuto Japón en 1905, señal inequívoca de un debilitamiento del imperio de 22 millones de kilómetros cuadrados que incluyó no solo a Ucrania y todas las repúblicas europeas del este (Bielorrusia, Letonia, Estonia, Lituania, Moldavia, Rumania, parte de Polonia, además de Finlandia al norte y Armenia, Georgia, Azerbaiyán y parte de Turquía al sur, sumada la mayoría de Asia Central con Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán más parte de Irán, de Mongolia y de la Manchuria china. Es que gracias a la determinación de Catalina la Grande los cosacos extendieron el territorio hasta las costas del océano Pacífico y más, porque cruzaron el estrecho de Bering y también era rusa Alaska. Única potencia de la historia que dominó territorios en tres continentes: Europa, Asia y una porción de América. El águila bicéfala del escudo ruso es porque mira tanto el este como al oeste.

El acorazado Potemkin relata el motín de los derrotados marineros de ese barco cansados de comer comida en mal estado y recibir malos  tratos, que se rebelaron a los oficiales, símbolo de la nobleza. Motín que se considera un anticipo de lo que sería años después el asesinato de la familia del Zar y el inicio de la Revolución Rusa en 1917.

Y la serie Chernobyl de HBO narra el desastre atómico más grande del planeta producido al explotar en 1986 el reactor de la planta nuclear Vladimir Lenin y describe la perplejidad del gobierno central de Moscú con el propio Gorbachov, tomando consciencia de que la inmensa Unión Soviética ya no era manejable con los recursos limitados que producía el comunismo, al punto de poder generar autodestrucción. Así como el motín de Potemkin anticipó la caída de los zares, Chernobyl en 1986 anticipó la implosión de la Unión Soviética que nuevamente había logrado unir en un collar, ahora de repúblicas soviéticas, a todos sus ex territorios zaristas que nuevamente volvían a desmembrarse.

Y tanto el motín del Potemkin como Chernobyl sucedieron en territorio ucraniano, emocionalmente ruso en su carga histórica, en el puerto de Odesa el primero, y en el territorio de Oblast de Kiev, no tan distante de la capital de Ucrania, el segundo. Lo mismo que la ciudad de Sebastopol en la península anexada por Rusia en 2014 de Crimea, cuyo puerto siempre fue la sede de la Flota del mar Negro de la Armada rusa, vía de salida al Mediterráneo a través del Bósforo, estrecho de Turquía.

Cuando Putin en 2014 anexó la península ucraniana de Crimea al territorio ruso, logró aumentar su popularidad y obtener un triunfo electoral contundente en momentos que la economía de Rusia pasaba por una crisis. Para Putin el desmembramiento de la Unión Soviética fue “el mayor desastre geopolítico de la historia”. Rusia no está acostumbrada a ser relativamente insignificante y con una China convertida en la superpotencia que verdaderamente desafía a Estados Unidos, y una economía rusa cuyo producto bruto es inferior al de Brasil, la importancia de Rusia se reduce a lo militar.

Una vez le pregunté a Igor Serguéievich Ivanov, el primer ministro de Relaciones Exteriores de Putin entre 1998 y 2004 qué opinaba del BRIC y él me respondió: “Rusia, India y China sí son potencias, Brasil no porque no tiene bombas atómicas”. Con las 6.375 ojivas nucleares, un 10% más que los Estados Unidos no logra ser una economía desarrollada. Mira con envidia el crecimiento de China, teme que India también termine superándola geopolíticamente en las próximas décadas, se siente europea, pero Europa no la acepta, Rusia enfrenta el vacío geopolítico. Otra vez estando en Vladivostok, el puerto del Pacífico más importante de Rusia, 40 kilómetros al norte de la frontera con Corea del Norte y en lo que se llama mar de Japón, le preguntaba a sus habitantes si se sentían asiáticos, e invariablemente todos me contestaban que no, que eran europeos.

Lejos de Argentina, pero también sin encontrar su lugar en el mundo. Las sanciones económicas que enfrenta Rusia por invadir Ucrania, tienen, salvando las distancias, un costo parecido al que enfrentaría Argentina de declarar default con el FMI: aislarse.

 

Continúa mañana: ¿El pasado es quien llama?