De nazis, ratas y mandriles
En la era del espectáculo, lo importante no es qué tan falso es lo que se dice, sino la convicción con la que se lo dice.
Por eso, hoy cualquiera puede ser acusado de nazi, fascista, comunista o zurdo. No interesa si el calificativo guarda relación con la realidad, sino repetirlo con la asertividad suficiente como para que quien lo quiera creer se convenza.
Esta semana, por ejemplo, Nicolás Maduro afirmó que Javier Milei era nazi y desde el gobierno argentino le respondieron que el venezolano era marxista. La candidata alemana Alice Weidel (mezcla de Milei en lo económico y Villarruel en lo social), le explicó este jueves a Elon Musk que Hitler había sido comunista.
Cuando las verdades son cada vez más relativas, todo se puede decir sin necesidad de que sea cierto.
La utilización de viejas categorías políticas como herramienta para castigar o diferenciarse de adversarios actuales, es un clásico de la política. Aunque desde el punto de vista periodístico, lo interesante es intentar separar lo que parece ser de lo que es.
Antinacional-socialista. Más allá de lo que significó un pasado criminal que la humanidad espera no repetir, el nacional-socialismo representaba un modelo político y económico en el que el Estado era el ordenador excluyente de la sociedad. Es cierto que Hitler privatizó numerosas empresas estatales, pero lo hizo siempre con un control estatal con participación directa en sus administraciones.
También es cierto que el nazismo aceptaba la competencia entre empresas privadas. Pero, como en el caso de las privatizaciones, lo que prevalecía era el intervencionismo permanente del Estado, responsable de determinar en cada caso “el interés nacional”.
El anarcocapitalismo de Milei está en las antípodas de esas concepciones estatistas que incluían un militarismo con aspiraciones imperiales. Su objetivo es la desaparición de todos los Estados en un camino que comenzó en la Argentina (la primera experiencia mundial) con la presente transición hacia un Estado mínimo.
La deshumanización del otro comparándolo con animales, es un arma trágicamente usada a través de la historia
Con el fascismo las distancias son similares, aunque el economista austríaco Ludwig von Mises, admirado por Milei, fue a su vez un admirador de Mussolini y estuvo afiliado a un partido fascista como el Frente Patriótico de su país.
Aquel estatismo nacional-socialista iba acompañado de un ultranacionalismo proteccionista. Lo contrario que pregona el globalismo librecambista del mileismo. Más allá de la cholula admiración que despierta en Milei un nacionalista proteccionista como Donald Trump.
En cualquier caso, lo que podría inquietar de estas comparaciones históricas no son sus diferencias.
Deshumanización. Hace un mes, el Presidente escribió en sus redes el siguiente mensaje: “A fumigar el Congreso, afuera las ratas”. Lo que las cuentas libertarias recrearon con memes como el que ilustra esta columna: el Presidente-león gaseando, literalmente, a opositores personificados como ratas.
El de “ratas” es uno de los insultos más habituales que Milei les dedica a los legisladores (“Nido de ratas”) o a cualquiera que no piense igual. También son comunes en él descalificaciones como “cucarachas”, “reptiles” y “mandriles”. Que en general van acompañados de adjetivos como “asqueroso”, “repugnante”, “arrastrado”, “bestia” y “basura”.
En septiembre, Milei difundió un video en el que aparecían políticos y artistas conocidos (todos críticos de su gestión) infectados por un extraño virus y caminando como en las películas de zombis. El título era “Virus Ku-K 12” y hablaba de la enfermedad que se había expandido por el país durante los doce años de gobierno kirchnerista.
El mecanismo de comparar a un otro al que se quiere degradar con un animal o virus, es preocupantemente recurrente en la historia y fue motivo de numerosas investigaciones.
Una de las más recientes fue publicada en journals.plos.org y abarca los crímenes del nazismo. En el estudio se señala que, “al mismo tiempo que les atribuían a los judíos cualidades repulsivamente infrahumanas, la propaganda nazi frecuentemente equiparó a los judíos con animales y enfermedades repugnantes.”
En 1987, el presidente de “Genocide Watch”, Gregory Stanton, desarrolló las diez etapas en las que divide los procesos de violencia política extrema. La misión de su entidad es detectar y advertir, como lo fue haciendo en las últimas décadas en distintos continentes, sobre situaciones comparables a alguna de esas etapas.
La etapa N° 4 se denomina “Deshumanización”. Stanton la define así: “Es cuando los perpetradores llaman a sus víctimas ratas, cucarachas, cáncer o enfermedad.”
Sometimiento. A la recurrencia de Milei para denigrar a quienes no piensan como él al compararlos con animales y virus, se le agrega una obsesión suya no menos violenta: los mandriles y el ano de los mandriles.
Su frase más reiterada es “les dejamos el culo como un mandril”. A la que luego agregó otras como “a los mandriles mandales un container de vaselina”.
En sus mensajes, también muestra una fijación similar con la vaselina. Desde “hay una producción de vaselina creciendo para economistas pifiadores seriales” y “si tuviesen un negocio de vaselina, estarían felices festejando”, hasta su tristemente célebre: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina.”
Sus metáforas violentas suelen estar referidas a algún tipo de sometimiento sexual, en especial homosexual. Curiosamente, dos personas muy importantes para Milei se caracterizan por su homofobia. Uno es su biógrafo y amigo Nicolás Márquez, negacionista de los crímenes de la dictadura y quien sostiene que la homosexualidad es una enfermedad. El segundo es Hans Hoppe, el filósofo anarcocapitalista al que cita, quien sostiene que son “los hombres blancos heterosexuales los que han demostrado mayor ingenio y destreza económica”.
La superioridad racial forma parte de la etapa N° 2 de Stanton, a la que llama “Simbolización”, usando el ejemplo de los arios ante los judíos. Mientras que la “Discriminación” es la etapa N° 3, “cuando se impide a las personas ejercer plenos derechos como ciudadanos y seres humanos”.
En la reciente cumbre de la CPAC, Milei sorprendió con una convocatoria que pasó desapercibida: “Tenemos que ser como una falange de hoplitas (ciudadanos armados de la antigua Grecia), una legión romana”. Después redobló la apuesta con su deriva mística: “Ellos nos atacan llenos de insolencia y de impiedad… El Cielo los aplastará delante nuestro.”
La etapa N° 5 de Stanton es la “Organización”, “cuando se organizan los grupos de odio”. La N° 6 es “cuando se ataca a los moderados”.
Antirrepublicanismo. Como su admirado Hoppe, que sostiene que la democracia no funciona y sugiere mecanismos para acabar con ella, existe en los mensajes de Milei, de Márquez y de Santiago Caputo (a través de la cuenta en X que se le atribuye y él no niega) un rechazo explícito hacia las formas democráticas y republicanas. Corporizado en sus insultos al Congreso y los legisladores.
Lo mismo pasa con los militantes cada vez más extremos del mileismo. Como el llamado Gordo Dan, que inauguró “la guardia pretoriana de Milei” en un acto con una estética similar a la de los grupos nazis, o el racismo de aquellos como Fran Fijap que denominan “marrones” a las personas pobres o del Conurbano.
Milei no es nacional-socialista, odia al Estado y al nacionalismo, no mató ni mandó matar a nadie, jamás reivindicó a algún jerarca del nazismo o del fascismo.
Milei usa la violencia verbal para atemorizar, alimenta a grupos de odio, construye un aparato estatal y paraestatal de comunicación, insulta e intenta acallar a los críticos, asocia a los opositores con virus y con ratas a las que se debe gasear.
Milei es lo que es.
No necesita mayores comparaciones para entender la gravedad de lo que está haciendo.