Del lado del perseguido
Asistimos a la época en que a la opresión se la llama libertad; a la riqueza y los privilegios, meritocracia; a la censura, libertad de expresión.
Releo Los asesinos de la memoria, de Pierre Vidal-Naquet (Siglo XXI, México, 1994, traducción de León Mames) y reencuentro esta frase definitiva en su radicalidad ética: “Permítanme remitirlos a un texto que he extraído de un midrash (comentario rabínico antiguo) del Levítico, 27, 5. Es Rabbí Huna quien habla en nombre de Rabbí Joseph: ‘Dios siempre está del lado del perseguido. Puede hallarse un caso en que un justo persigue a un justo, y Dios está del lago del perseguido; cuando un malvado persigue a un justo, Dios está del lado del perseguido; cuando un malvado persigue a un malvado, Dios está del lado del perseguido, y hasta cuando un justo persigue a un malvado, Dios está del lado del perseguido’ ”. Publicado como libro originalmente en Francia en 1987, pero integrado por textos ya publicados en revistas a partir de principios de los 80, es decir, los años donde cobra importancia la circulación de los textos de Fausisson y otros negacionistas del exterminio de los judíos, los ensayos de Vidal-Naquet parten de esta premisa: “se puede y se debe discutir “acerca” de los ‘revisionistas’, se puede y se debe analizar sus textos tal como se hace la anatomía de una mentira; se puede y se debe analizar su lugar específico en la configuración de las ideologías, preguntarse el porqué y el cómo de su aparición, pero no se discute “con” los ‘revisionistas’ ”.
Volviendo al midrash, Vidal-Naquet termina el capítulo invitándonos a reflexionar y a extraer las consecuencias historiográficas, éticas y políticas de ese comentario. No es una exigencia menor, para nosotros, hoy, aquí, en un momento, el nuestro, en el que se vuelve dificultoso, por debajo del ruido de la época, en los intersticios de la ideología dominante, reconocer quienes son los perseguidos y quienes los persecutores. Asistimos a la época en que a la opresión se la llama libertad; a la riqueza y los privilegios, meritocracia; a la censura, libertad de expresión; al totalitarismo, democracia; a las víctimas, culpables. Este es el tiempo del odio a los pobres (la propia noción de “pobre” es ya cosificadora, como si se tratara de índices de necesidades insatisfechas), de la exhibición triunfante del poder desnudo. La época de las sobras, restos, desechos: multitudes que son pensadas bajo esa condición, como lo que está demás, lo que sobra, lo librado a su propia suerte, que no es ninguna.
No es casualidad que, hacia el final del libro, Videl-Naquet apele a La diferencia, de Jean-François Lyotard (texto horriblemente traducido al castellano por una editorial y un traductor que, por pudor, prefiero no mencionar: debería ser El diferendo). No tomo la cita de Lyotard que menciona Vidal-Naquet, sino otra de El diferendo, en la misma dirección: “Quisiera llamar diferendo al caso en donde el demandante es desprovisto de sus medios de argumentación y se convierte, por esa razón, en una víctima”. Dicho de otro modo: es el caso en que la víctima tiene que probar su condición de víctima y, por eso, se convierte en victima dos veces. En la herencia de Vidal-Naquet y Lyotard, el trabajo ético-político de nuestro tiempo reside en encontrar diferendos allí donde no se los ve, victimas allí donde se las oculta y se las presenta como situación naturalizada, como la administración y la gestión instrumental de las vidas que sobran en el capitalismo global.