¿Daría mi vida por amor?
¿Dejaría mi lugar en el barco que se hunde a la persona que amo? El horizonte de expectativas de nuestra época indicaría que no, que hay que ser uno mismo todo el tiempo, la mejor versión de uno mismo, el que tiene tales cosas, el que come o viste tales otras, el que visita tales lugares y resulta en apariencia amado por todos.
Pero la lógica del amor —ya que transitamos el mes de los enamorados— propone otra cosa: compasión, paciencia, bondad, esperanza, alegría, verdad. Hay que sacarle muchas capas a la cebolla para vivir así. Hay que esquivar muchos mandatos.
Construir momentos felices se parece más a estar que a ser. A dar que a tener. Estar una buena cantidad de tiempo, o un tiempo de calidad. Dar lo que nunca vamos a recibir en la misma medida o de la misma forma.
La lógica del amor confunde a los que abrazan otras lógicas. Por momentos, el amor y sus actos provocan y cuestionan sin proponérselo. ¿Por qué alguien haría algo que no es su máxima posibilidad de éxito o rédito? Porque decide entregarse al vacío que implica la incompletud del amor; a esa apertura a vivir experiencias que no entran en ningún menú de opciones.
Alguien me contaba hace poco sus idas y vueltas con una pareja que se le extingue. Lo dijo así porque la dificultad ronda exclusivamente el terreno de las interacciones: “Me reaccionó, me ocultó las historias, me reclama fotos, me escribe choclos eternidades de demandas por whatsapp”. ¿Cómo se le puede hacer entender a alguien que la vida puede transcurrir fuera de las pantallas?
Mandarse mensajes o reaccionar a fotos no es vincularse. Un vínculo es algo más complejo. Está hecho de atravesar momentos y experiencias juntos, de conversaciones productivas, de la construcción de una historia común y de presencias.
Hay que estar dispuestos a lo que no sabemos que vendrá, para vivir el amor en toda su expresión. Y esto, en nuestra época de previsiones, seguros, idilios y acuerdos precancelables, es cada día más difícil.
La sociedad del pacto deja todo por escrito y se expresa en exceso. Supone que todo lo que ha sido puesto en palabras será interpretado del mismo modo. De allí que, cada vez más, las personas buceen en las profundidades de viejas conversaciones y se tiren capturas de pantalla por la cabeza. ¡Cuánto más útil habría sido tomar un café con ánimos de entenderse! Pero no, parece más divertido tener la razón, encontrar la palabra fuera de contexto que deja al otro en orsai, ganar la discusión.
Amar es perder —empezando por las discusiones—, es bajarse del carro, poner paños fríos, pedir perdón todas las veces que haga falta, insistir en el abrazo y sostener los límites personales que implica la elección de un estilo de vida.
No se puede amar si se está intentando agradar a todos. Amar implica cortes, decisiones, posiciones subjetivas, la aceptación de vacíos y la elección de incompletudes. Todo en el marco de una vida que transcurra —al menos buena parte del día— en lo real y tangible, en la dinámica de los cuerpos que duelen, vibran, se desean, se ensamblan.
Amar es todo lo contrario a esperar que el otro esté para mí, que haga lo que yo quiero, que refleje lo que yo soy. Las redes y su apariencia de servicio a la comunidad solo profundizan una mentira: “podemos elegir todo a la medida de nosotros mismos”. El amor no entra en esa lógica, nunca tiene la respuesta que buscamos. El amor es pregunta, incógnita, duda. Es hacer para otro lo que querríamos para nosotros, es ofrecerse y restarse con la seguridad de que todo lo que salga mal será aprendizaje y crecimiento. Amar es ir hacia las miles de contingencias que no pueden anticiparse. Es abrir cada mañana una caja de Pandora. Es aceptar que algo de la convivencia será incómodo, difícil, o simplemente no terminará de ser.
Amar es aceptar el vínculo y aceptarse a uno mismo en lo que implica esa relación. No es ceder sino entender hasta qué punto y qué cosas son más importantes para el otro que para nosotros, y cuáles las que no vamos a poder negociar. Se trata más de conocer los límites personales y respetarlos, que de limitar al otro; más de abrirle posibilidades e ideas, que de esperar las nuestras.
Amar es buscar la autonomía y libertad del par, y de cada uno. Ir del individuo a la comunidad. Encarnar cada día la destitución del yo.
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