Taller especial

Cuando el arte borra las rejas y los muros

La escuela primaria EEPA 708 de Magdalena, provincia de Buenos Aires, funciona en una unidad penitenciaria. Un docente propuso a sus alumnos un taller de arte que dio pie para el autodescubrimiento, la reconciliación con el pasado y para plasmar deseos de libertad. El profesor cuenta cómo es enseñar en una cárcel.

Foto: cedoc

Rodrigo Barragán Plaquin es docente de educación de adultos en contexto de encierro. Da clases en la escuela de educación primaria EEPA 708 que funciona en la Unidad Penitenciaria 35 de Magdalena para todos los detenidos que quieran asistir. 

La escuela, que tiene abanderados como cualquier otra primaria, imparte materias que van desde “prácticas del lenguaje”, hasta ciencias sociales, naturales, matemática y Educación Sexual Integral. 

Cada docente tiene la posibilidad de proponer algún proyecto especial y Rodrigo presentó uno de deporte –que tiene como objetivo fomentar hábitos de ejercicio para diferentes niveles de condición física, y crear un entorno de apoyo, para motivar la participación continua con actividades de estiramiento y deportes de equipo como handball y vóley– y otro artístico. 

El taller de arte se realizó en 15 días con el nombre de “¡Ay, Juanito! ¿Qué te han hecho?”, inspirado en Juanito Laguna, el personaje del pintor Antonio Berni. “Juanito Laguna”, que es el protagonista de gran cantidad de obras de Berni, es un niño que retrata la realidad de los barrios carenciados de Argentina. 

Berni utilizó materiales reciclados para visibilizar la vida de aquellos a los que el día a día les cuesta un poco más. De la misma manera, el docente Rodrigo Barragán Plaquin quien, además de ser docente hace 20 años, es paisajista y tiene un comercio, recogió materiales de la calle para que los nuevos artistas de la Unidad Penitenciaria de Magdalena, provincia de Buenos Aires, pudieran experimentar y realizar sus obras. 

La consigna los enfrentó con su propio pasado: en sus trabajos debieron retratar a Juanito Laguna adulto. En las obras se puede ver la libertad como común denominador: representaron la luna, el cielo, paisajes, pájaros volando, Juanito pescando, o pensando. Siempre al aire libre. 

Los pupitres se transformaron en un estudio artístico, con pedazos de telas por todas partes, plasticola y témpera en los dedos, anotaciones, cartones y pinturas por aquí y por allá. 

El docente, entrevistado en este artículo, fotografió a los alumnos durante la creación. Las fotografías, desde sus ojos, acompañan esta nota.

El proceso terminó con una muestra de las obras para civiles, pero sin los familiares de los artistas, que se inauguró cortando un cintillo con moño realizado de forma casera, con bolsas de plástico. 

—¿Cómo puso en marcha el proyecto?

—Primero junté basura de la calle, de containers o de gente con comercios. Me llevaba restos de telas y plásticos. Ahí ellos elaboraron bustos de este famoso personaje. Los dejé jugar con la técnica del collage, para que puedan ver contrastes, colores y texturas. Empezaron a contar sus historias, en algunos casos positivas, en otros desgarradoras. Se hicieron 28 obras y nacieron 28 artistas. 

—¿Qué contaron en sus creaciones? 

—Las obras van desde “La vida y la muerte”, hasta “1976”, que habla de la dictadura y que tal vez vaya al Museo de la Memoria. También abordaron la ESI, con “Juanito a través del espejo”, o los dilemas de la vida con “El tiempo a través de los ojos de Juanito”, “Mi sueño”, o “De camino a casa”.

Lo que rescato es que ninguna de las obras habla de la delincuencia. Ellos desplegaron todo su potencial para el autodescubrimiento, para reconciliarse con su pasado. Fue un proceso de cura, de poder poner en palabras, y plasmar en la obra, algún fragmento de su vida. Ya se vendió la primera obra y me siento muy orgulloso porque con el dinero el artista pudo comprarle zapatillas a sus hijos. 

—¿Cómo funciona la escuela?

—A la escuela asisten todas las personas detenidas que quieran recuperar un derecho que, a lo mejor, no pudieron ejercer en su momento. Está disponible para todas las edades y sin importar la condena. 

Posee tres niveles educativos: alfabetización, formación integral y formación por proyectos. Una vez que el alumno transita los niveles en su totalidad, se abre la posibilidad de ser un egresado y pasar a la escuela secundaria. La escuela cuenta con tres turnos, mañana, tarde y vespertino. En cada turno hay cuatro docentes, o sea que en total somos 16.

En este sentido, la escuela es una institución dentro de otra, y para ellos es muy importante. En la escuela las normas son otras y tratamos de trasmitir conocimientos, pero, sobre todo, que se formen como sujetos críticos y reflexivos. Esa es la columna vertebral de la escuela.

—¿Cómo se siente frente al hecho de que no sabe por qué fueron condenados los estudiantes?

—Si hay algo que tengo en claro es que para mí ellos son alumnos. Inclusive les aclaro que ciertas conductas que pueden existir por fuera de la escuela, al momento de ingresar, la misma deben caducar. La escuela tiene sus propias normas, sus códigos de convivencia y difieren a los existentes en los pabellones.

Creo que la educación como derecho no puede ser selectiva. Y por otro lado, de condenar a las personas por los delitos que hayan cometido se encarga la Justicia. El docente no es quien para realizar filtros de ningún tipo. Y ellos ya están pagando su condena. Es inconstitucional que se condene a alguien dos veces por un mismo delito.

—¿Cómo empezó a dar clases en cárceles?

—Cuando uno comienza a ser docente tomás las ofertas educativas que salen, sin poder elegir duración de clases o dónde, si está lejos o cerca. Comencé en escuelas de territorio o calle, después me volqué fuertemente a adultos. Así, en una suplencia, llegué a una escuela que funcionaba en la cárcel. Para mí era todo nuevo y hoy estoy abocado a la educación en contextos de encierro.

—¿Qué hicieron con las obras una vez terminadas?

—Para poder mostrar las obras planificamos una muestra. La escuela tiene un edificio aparte, pero dentro de la unidad penal. Invité a cincuenta civiles para que vean las obras y enfrente tenían a los alumnos. Lo más maravilloso fue que el artista podía acercarse a responder preguntas de los visitantes. Fue la muestra de arte en la Unidad Penitenciaria más grande de las últimas dos décadas. Tengo tiempo enseñando en cárcel y me pregunto qué hice en estos 20 años para no haber hecho un evento así mucho antes. 

Los invitados fueron desde profesionales que nunca habían pisado una unidad carcelaria hasta artistas plásticos, psicólogos, asistentes sociales, arquitectos, inspectores, el jefe distrital, directivos, docentes de otras unidades, alumnos de otras modalidades, autoridades educativas y del Servicio Penitenciario.

La muestra estuvo exhibida durante siete días y fue una verdadera galería de arte. Cabe aclarar que en el mismo edificio funciona, no solo la EEPA 708 (escuela primaria), sino también un Centro de Formación Profesional y la Escuela Secundaria. 

También solicitaron las obras para un ciclo de cine que se realizó acá, en Magdalena, para una muestra en un instituto terciario, y se va a realizar otra exposición para una escuela de estética. Intentamos que uno de los artistas salga a presentar las obras, pero no lo logramos. 

—¿Qué es lo que más destaca del resultado?

—Pude ser testigo y acompañarlos durante el desarrollo de sus obras. Lloré con ellos, porque aparecieron sus vivencias, sus penas, alegrías y tragedias. Me siguen conmoviendo. Esa capacidad humana de poder seguir de pie inclusive cuando la vida nos arrasa, pero siempre sale nuevamente el sol.

En mi caso puntual soy gay y, entre distintos, nos entendemos y nos aceptamos. En algunos casos desarrollamos afecto sincero y genuino. Mirá si ellos me condenaran por una elección sexual diferente. Ellos me enseñan, me inspiran y me llevan a soñar con una escuela más grande: han sido mis maestros.

La educación en la cárcel es un camino de ida porque la escuela se vuelve una pieza fundamental del crecimiento durante la detención. Ellos nos esperan, porque el docente les lleva esperanza de que en un futuro una vida mejor puede ser posible, porque la educación transforma. La escuela ayuda a poner a sujetos de pie, les devuelve integridad como personas, restituye, acompaña, los abraza en sus peores tormentas. En mi caso, verlos sonreír con algo tan simple me hace sumamente feliz.

Y, como les digo a ellos, con estas obras en la calle, ya sea físicamente o desde algún tipo de medio, logramos que la escuela no tenga ni alambres, ni muros, ni rejas. Soy un soñador y amo lo que hago, me hace muy feliz.