fórmulas

¿Coto o Blanchot?

. Foto: CEDOC PERFIL

Puede ser, sí, que las nuevas tecnologías promuevan una cierta tendencia al narcisismo exacerbado. Noto por ejemplo que hay una buena cantidad de escritores que las usan para hablar principalmente de sí mismos, de sus libros, de sus entrevistas, en el sentido en que lo describió Boris Groys en Volverse público. No es, sin embargo, la única clase de experiencia posible. Hay otra que es muy distinta, o incluso opuesta, y es la de desconocerse. Ni verse ni identificarse ni mostrarse ni ensimismarse, sino al revés: desconocerse. Julio Cortázar lo plasmó muy bien en su cuento “Torito”, todavía en la escala de los viejos medios masivos de comunicación: oírse en la radio, verse en los diarios: “Te hace impresión la primera vez, vos pensás pero ése soy yo, con esa cara”. Lo contrario de una contemplación especular.

Por eso esta otra variante conduce a un efecto más bien opuesto al del mero narcisismo a ultranza. Y con la ampliación de la esfera pública comunicativa producida como sabemos por las nuevas tecnologías, ese efecto se extiende y se profundiza. Cada vez son más quienes toman la palabra y que, impedidos desde el vamos para la discusión de ideas, se la agarran torpemente con la persona que las profirió (hay incluso falsos críticos literarios que, por pereza de lectores o por inepcia en la materia, dejan de comentar los textos y pasan a comentar a los autores). A esto viene a agregarse otro factor, no menos determinante: una intensa alteración epocal de la escisión convencional de lo público y lo privado, tal como la analizó Beatriz Sarlo en La intimidad pública, de manera que elementos diversos de la esfera personal traspasan al régimen de visibilidad de lo abierto y accesible.

Brota así, según parece, una rara sugestión: la sugestión de que se conoce al otro. Al otro al que nunca se vio, con el que nunca se conversó. En vez de asumir la pura suposición especulativa y decir, como dijo por caso Maurice Blanchot: Michel Foucault, tal como yo lo imagino, lo que se hace es asumir en cambio la pretensión falaz de un Alfredo Coto: “Yo te conozco” (pero Coto lo dice en verdad para atraer clientes y de ese modo aumentar las ventas, no pretende en serio que conoce a nadie). De este modo, y hasta el vaciamiento total, no hablan de éste ni le hablan a aquél; se enredan en el solipsismo fútil de sus prejuicios y sus rencores, en el lodo envenenado de sus fantasías mal asumidas.

La fórmula de desactivación del dispositivo del suponer al otro (y creer que se lo conoce) la expone con maestría Tita Merello cantando “Se dice de mí”. Sus tonos y sus gestos son tan elocuentes como sus palabras. Ese tango empieza con “Se dice de mí”, y trascurre detallando todo eso que se dice; pero se cierra con un rotundo y delicioso “Yo soy así”. Y el así ya es lo que menos importa.