pasiones

Cosas que no cambian

. Foto: CEDOC PERFIL

En contraste con los Luises que lo sucedieron, célebres por su afición a la moda, la gourmandise, las intrigas de alcoba y el rimbombante despliegue decorativo de sus palacios, Luis IX cultivó una austeridad extrema. Capaz de comer, como gesto ejemplar, piadoso y automortificante, pan duro en un convite donde los demás engullían platos fastuosos, pasó su vida entre cilicios, monogamia, expediciones militares, atención personalizada de enfermos e indigentes y varias misas diarias, además de aguantar el yugo de su madre, la severa española, Blanca de Castilla.

Aunque por estas cosas fue canonizado en 1297, su fervor religioso no careció de errores de cálculo, como la cruzada fallida frente a Túnez y algunas disposiciones orientadas a purificar París que cayeron en saco roto. Varios historiadores fechan en su reinado el origen de la palabra burdel. Con el objeto de alejar la prostitución del corazón de la capital, que por aquel entonces no pasaba de lo que hoy conocemos, justamente, como la isla de San Luis, ordena confinar los prostíbulos a las orillas del Sena, es decir al “borde del agua”, que en francés se dice bord de l’eau y suena parecido a bordello, o sea, burdel.

Pese a sus esfuerzos, el más católico de los reyes no logró impedir que la prostitución se pueda jactar de una vida útil que supera los 1200 años en la zona. Aunque su legalización traccionada por el mayo del 68 es, en proporción, reciente, nadie niega que se trata de un negocio histórico y la hermosa calle San Denis, trazada nada menos que por los romanos, testigo de grandes hitos políticos del medievo o de fiestas inolvidables, como la inmortalizada por Monet en Rue Saint-Denis, fête du 30 juin 1878, y centro recreativo de libertinos del lustre de Michel Simon, ha sido y es uno de sus epicentros.

Cuando murió en Túnez, el cuerpo de Luis IX hizo un periplo tortuoso, acorde a lo que había sido su vida. Rodó por Medio Oriente, Sicilia y otras regiones de Italia antes de llegar a Francia, para seguir boyando por Mâcon, Cluny o Troyes, hasta desembocar en la golosa París, donde permanece. Desde su tumba en la necrópolis de la basílica llamada, al igual que la calle de las putas, San Denis, Luis IX debe haber comprendido, finalmente, que hay pasiones a las que ni el rigor ni los siglos matan.