Cortinas de odio o de humo
Ante la que asoma ser la peor crisis social y económica de la historia argentina moderna, sin haber acabado aún, con un enorme riesgo sanitario sobre todo en el AMBA, gran parte de su clase dirigente parece decidida a empantanarse en los mismos lodos que nos han sumergido desde hace tiempo.
Actitudes, declaraciones y hasta solicitadas se suceden en los últimos días con la grandilocuencia feroz de anécdotas patéticas que intentan convertirse en (falsas) verdades reveladas. La remanida y clásica versión de la orquesta que tocaba en la cubierta del Titanic con el agua al cuello.
En nuestro caso, hace lustros que el barco viene a la deriva y la pandemia “encuarentenada” agrandó el boquete que otra que un iceberg ártico, producto de gestiones muy malas en lo económico tanto de Cristina Fernández de Kirchner como de Mauricio Macri.
Sin embargo, como un loop venenoso, muchos de los asociados y seguidores de las dos ex presidencias insisten en llevar todo a la grieta. Ese paraíso infernal donde ellas y ellos creen ganar mientras el país se hunde. Con nosotros adentro, claro.
Así, agitan y se tiran con el odio serial, con justificaciones a las violencias reales o simbólicas, con crímenes, con fantasmas institucionales, con operaciones de poca monta.
Como siempre, habría que asignarles mayores responsabilidades en el armado de estos climas a quienes conducen el Estado. En ese sentido, Alberto Fernández da señales contradictorias. Construyó una política pública común con su opositor más poderoso y racional, Horacio Rodríguez Larreta, en torno al coronavirus. Pero derrapa con la expropiación de Vicentin o su despiadada crítica al despiadado engendro de Juntos por el Cambio sobre el asesinato del ex secretario privado de CFK. Acaso siga un adagio de su mentor, Néstor Kirchner: “No oigan lo que digo, miren lo que hago”. El mismo camino que tomó el hijo Máximo en su reciente encuentro reservado con empresarios de peso.
De esta fiesta angustiante participa un sector importante del periodismo. Por necesidad o por convencimiento, alientan la locura y, en ciertos casos, buscan liderarla con discursos basados más en las creencias que en los datos. Ni hablar de quienes se esconden en la libertad de expresión para encubrir fake news o delitos. También nosotros –la prensa, los medios– deberíamos ponernos a la altura de lo que demandamos a los demás. Gente, menos solicitadas y vedetismo y más rigor profesional.
Si no frenamos esta dinámica, la multiplicaremos. Otra vez: quedarse en lo anecdótico llama la atención. Pero cuando se sostiene y crece al mismo tiempo que llega el tsunami, la sospecha es que la avalancha de odios sirve para disimular la falta de respuestas reales a problemas reales y gravísimos. Una cortina de humo para entretenernos.