Correlaciones de fuerza
AF deberá dar varias batallas simbólicas, que van a la par de bajar la inflación y reactivar la economía.
Ante el inicio de una nueva gestión de gobierno, los optimistas rescatan que, por primera vez en 91 años, un presidente no peronista le pasa la banda presidencial a uno peronista en tiempo y forma. En 1928, cuando Marcelo Torcuato de Alvear le devuelve los atributos a Hipólito Yrigoyen el peronismo todavía no se había inventado. Pero el país ya estaba completamente dividido entre personalistas (yrigoyenistas) y antipersonalistas, a punto tal que no pocos festejaron la caía del “Peludo” y la primera ruptura del orden constitucional en 1930.
Un tiempo antes, Leopoldo Lugones presagiaba los oscuros nubarrones que se cernían sobre el país cuando anunciaba que “ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada”.
Preocupación. Lejos de aquel dramatismo hoy también hay lugar para preocupación y pesimismo. Alberto Fernández asume su mandato con un conjunto de restricciones concatenadas en un orden inusual.
En primera medida, los elementos exógenos al futuro gobierno: un contexto mundial y regional completamente adverso, y una muy posible oposición frontal de los sectores que votaron a Macri, y que el propio macrismo articulará en forma política.
Luego, el laberinto económico que hereda de Mauricio Macri le reduce al mínimo los grados de libertad para realizar política económica.
Para enfrentar el desafío mayúsculo de una economía bloqueada no hay espacio para el ensayo-error, y se requiere de un capital político proporcional al tamaño del reto. Y aquí es donde las vacilaciones manifiestas para la conformación del gabinete parecen conformar un río revuelto que muestran las tensiones adentro del Frente de Todos, y en particular la particular presencia-ausencia de Cristina Kirchner, de la que no se deja de hablar en estos días.
Como un déjà vu, muchos analistas presagian un doble comando, tal como lo hicieran en los primeros días de Néstor Kirchner (recordar cuando Mariano Grondona hablaba del “chirolita” de Eduardo Duhalde) y como también pasara en los primeros días del gobierno de la propia Cristina, con respecto a su marido y antecesor.
Otros analistas más ¿contemplativos? plantean una cohabitación, término que hasta ahora se ha utilizado cuando el jefe de Estado pertenece a un partido político diferente al del jefe de Gobierno, situaciones plausibles en democracias parlamentarias.
Esta definición introduce un elemento incómodo: ¿Alberto Fernández y Cristina Kirchner pertenecen a dos “identidades” políticas diferentes? Más allá de los dos protagonistas del Frente de Todos, otra serie de actores (por ejemplo, los gobernadores) están atentos a la conformación del gobierno y sobre todo a las modalidades de toma de decisiones, lo que lleva a la formulación de otra pregunta: ¿hay lugar para la conformación de un gobierno colegiado en Argentina? No hay que remontarse al Cabildo de 1810 para responder que no.
¿Por qué no charlar un ratito, eh? El supuesto básico de aquellas conversaciones entre Alberto y Cristina, en las que la ex presidenta le ofrecía encabezar la fórmula presidencial, era que habría ciertas divisiones de tareas; por ejemplo, que Alberto negociaría con los distintos sectores del peronismo para evitar las líneas de fuga a lo Randazzo, y que Cristina tendría un bajo perfil en la campaña.
Pero parece que la necesaria charla sobre cómo organizar un potencial gobierno habría quedado para después, no lejos del usual “vamos viendo” argentino.
Que Cristina se fuera a apartar de las futuras decisiones del armado institucional se constituyó como una hipótesis de alto riesgo (un poco inocente, tal vez) sin elementos fácticos para sostenerla, cuando por ejemplo había arriesgado todo su capital político en 2017 en una elección por la senaduría de la provincia de Buenos Aires para terminar perdiendo con el poco recordado Esteban Bullrich.
Sin embargo, si el mar no da revancha, la política sí. Jorge Taiana, el compañero de fórmula de Cristina en aquella patriada, asumió esta semana tras la renuncia de rigor de la vicepresidenta electa.
Temporizadores. Más allá de estas dudas, el tiempo apremia y, aunque parezca una formalidad, el mismo día en que Fernández asuma debe dejar en el Congreso Nacional su Ley de Ministerios para su veloz aprobación.
Esto le permitirá no solo reordenar un esquema que Macri desorganizó en sus propias elucubraciones, sino proceder al día siguiente a la jura de sus principales colaboradores.
Sin tiempo para conocer la botonera (o, como diría Marcos Peña, el Ipad presidencial), se deben tomar decisiones claves como pagar o postergar el pago de los instrumentos financieros que vencen en esos días.
Sin tiempo para luna de miel en la era del hiperpresente, las expectativas sobre el nuevo gobierno van creciendo a la par de las incertidumbres, de la cual la conformación del gabinete es simplemente un síntoma, porque normalmente pocos nombres de los gabinetes son conocidos por el gran público. Basta hoy preguntar en la calle quién es el secretario general de la Presidencia. Quizás Domingo Cavallo fue el último “gran ministro” con perfil propio.
El problema central son, como siempre, las correlaciones de fuerza. Que, lejos de ser fijas, están en permanente transformación: transformarlas es la habilidad central de un dirigente, para construir su propio capital político, ya sea por la vía de la popularidad, el prestigio, la capacidad de negociación o la incorporación de apoyos sociales e institucionales, entre otros factores.
Se sabe que hoy un manejo apropiado en los medios o en las redes sociales son elementos diferenciadores, como en otra época lo fueran las grandes habilidades discursivas o reunir multitudes en los espacios públicos.
Son las nuevas batallas simbólicas, que van a la par de bajar la inflación y reactivar la economía.
El gran desafío para Alberto Fernández es construir esa densidad ontológica que lo instituya como el piloto de tormentas que buena parte de la sociedad le demanda, y le permita dar la vuelta de página a una era de depresión social.
*Sociólogo (@cfdeangelis)