realidades

Condiciones de sentido

Aún no se conocen los detalles del entendimiento con el FMI. La letra chica podría reabrir las internas.

‘¡Saquen una hoja, tema 1 tema 2...!’. Kristalina Georgieva. Foto: pablo temes

Todas las metáforas deportivas se aplican al principio de entendimiento con el Fondo Monetario Internacional cerrado sobre la hora frente al pago del viernes 28 de enero. 

El imperio del sentido. Todavía no se puede hablar de acuerdo ya que por lo que se conoce en estos momentos, que hay un “entendimiento para un marco macroeconómico” y que éste sería –por decirlo de alguna forma– “benigno”, “no restrictivo”, y que el “déficit cero” quedaría para el 2025. Es decir, sería un problema del próximo gobierno. Jugar contra el cronómetro se puede leer como una gran jugada estratégica de Martín Guzmán, o como el efecto más dramático de estar con “la soga al cuello” o “la espada de Damocles” alegorías utilizadas por Alberto Fernández. Nótese que el abuso de las comillas se debe al efecto de algo que está allí puesto, pero que puede significar otra cosa. Por ejemplo, quizás cuando se conozca la letra chica del acuerdo se multipliquen los signos de tensiones al interior del Frente de Todos como pasó en Grecia en Syriza tras los acuerdos con la Troika (FMI, Comisión Europea y, Banco Central Europeo) de 2015 para solucionar la astronómica deuda del país heleno. 

Lo cierto es que Alberto Fernández y Martín Guzmán –con el apoyo de Sergio Massa– cruzaron el desierto cuando arreciaban los huracanes pro-cesación de pagos. El comentario del director del Banco Nación Claudio Lozano: “no hay que tenerle miedo al default, es una construcción discursiva del capitalismo financiero” fue un giro que ni se le hubiera pasado por la cabeza de Peter Berger y Thomas Luckmann cuando en 1966 escribieron La construcción social de la realidad. Allí los autores se sumaban a la ola relativista que comenzaba en dos campos tan disímiles como la física y el arte. Lo que intentaban demostrar Berger y Luckmann es que la realidad es una ficción simbólica desarrollada por y en las interacciones sociales (interaccionismo simbólico). Un año más tarde Jacques Derrida escribía en De la gramatología planteando que si la realidad se reduce a unas narrativas construidas éstas se podrían deconstruir. Muy a su pesar, el concepto de la deconstrucción es aplicable a cualquier cuestión, también al FMI, por ejemplo, hay quienes quieren llevar a los funcionarios del Fondo que le dieron el préstamo a Mauricio Macri a los tribunales internaciones. Hoy los autores encuadrados en el Nuevo realismo como Markus Gabriel tratan de poner algún orden señalando que existen condiciones de sentido que operan en distintos campos del conocimiento y que no se pueden superponer, así como así. No existe para un Gran Orden (o un Gran Otro lacaniano) que opere en la totalidad.

Cambios, necesitamos cambios. Más allá de las discusiones protofilosóficas, el sistema político se está lentamente reorganizando intentando dar cuenta lo que está pasando en la sociedad, y tomando como referencia los resultados electorales de 14 de noviembre. También pasa en el mundo. No existe un reflejo automático (como planteaban los marxistas althuserianos) entre lo que ocurre en la sociedad civil (infraestructura) y lo que pasa en la política (superestructura). La sociedad puede estar (y está) cada vez más fragmentada, pero la oferta electoral se suele reducir a unas pocas opciones. En España existe un partido cuyo centro es el proteccionismo animal (Pacma) y apenas saca un puñado de votos. Algo parecido pasó en Argentina con el Partido Blanco de los Jubilados encabezado por José Corso Gómez, quien en 1997 quiso cooptar las movilizaciones de los jubilados contra el ajuste de la convertibilidad que congelaba esos ingresos y solo sacó en aquel año 19 mil votos. 

También en otro orden se puede observar que los trabajadores en el sector formal y sindicalizados son cada vez menos, pero las organizaciones sindicales conservan su poder político, mientras que los dirigentes de las llamadas organizaciones sociales (o de la economía popular como se rebautizaron), buscan poder político (en competencia con las sindicales) con dificultades, aunque los trabajadores informales sean hoy una amplia mayoría. Es que ese poder político de los voceros de las organizaciones sociales ya no nace de los trabajadores y su posibilidad de realizar huelga deteniendo la producción, sino de la capacidad de movilizar a los desplazados cortando calles y avenidas, es decir a lo sumo deteniendo el tránsito. Aquí no hay aportes sindicales, ni obras sociales, sino planes sociales por lo cual, estos dirigentes compiten con los dirigentes políticos por su manejo. Esto ocurrió en forma silenciosa con la renuncia de Daniel Arroyo al Ministerio de Desarrollo Social (probablemente el más importante de la Argentina de hoy) desgastado por las pujas por el manejo de los fondos estatales. El reemplazante de Arroyo fue “Juanchi” Zabaleta, alguien formado en la cuna del PJ Bonaerense.

El fin. La política no termina de interpretar qué está pasando en la sociedad, cuyos cambios en su metabolismo no terminan de visualizarse cómo finalizan. Por momentos parecen forjarse en la misma fragua de 1988, el tiempo en que el sueño de una democracia de cuño europeo que pergeñaba Alfonsín se estrellaba en el paredón de la hiperinflación y de la implosión social. 

Desde allí apareció el espectro antiestatal y que le permitió a Carlos Menem terminar con el formato del capitalismo estatal pensado por Perón en 1946. En algunos instantes estos tiempos se parecen al 2003 con una fragmentación del sistema político con propuestas políticas que no superaron el 25%. Pero en ese año de contingencia, emergía Néstor Kirchner que, leyendo los fragmentos rotos, volvió a ordenar el sistema político en un sentido inesperado, propiciando dialécticamente el surgimiento del macrismo como respuesta (Laclau entendía el populismo en esos días). 

En un nuevo orden las propuestas que hoy parecen minoritarias tanto a izquierda como a derecha tendrán una oportunidad, sobre todo si las fuerzas mayoritarias no se recomponen y logran algún marco de democracia interna. Una tercera salida es la inestabilidad permanente, con un Estado fallido como en algunos países africanos, que no tendrá otro resultado que el hundimiento del país para quedar en los arrabales del planeta.

 

*Sociólogo (@cfdeangelis)