Con qué metro medirse
No sé. Antes la maravilla permanecía semiescondida. Ir a buscarla era tarea del arte y los artistas. Algo ha pasado desde que nuestro modo de ver el mundo es dictado por la cámara del celular ajeno, cuanto más ajeno y más remoto mucho mejor y mucho más maravilloso. Hemos cambiado nuestro deseo de trascender en el descubrimiento de lo singular por un apetito malicioso hacia el error y el autoflagelo; si es de otro, mejor.
El video del teletubbie que desinfecta la escalera mecánica del metro de Bilbao tiene en un chasquear de dedos más visitas que la Gioconda en un año; hasta ahora se contaban 2,2 millones de maravillados. El hombre, vestido para el Eternauta no filmado, sube a la escalera y –viendo poco o nada por la mascarilla y por la abulia– desinfecta el mismo pedazo de escalón y pasamanos, ya que la escalera, como todo el mundo sabe y todo el mundo olvida al mismo tiempo, se mueve junto con él para llevarlo a su futuro inmediato: el cesanteo. El video no fue tomado por la maldad de ningún testigo; va rubricado por las autoridades del metro para inspirar confianza en las instituciones y el futuro. Un error humano, validado por otro que lo filma, subido por otro que lo arroba, mirado con morbo por millones: la fascinación de estos tiempos coloridos nos llevará a la extinción.
Recuerdo las campañas de concientización sobre accidentes de tráfico que nos recordaban que, al volante, “usted está manejando un arma”. Algo así deberíamos pregonar sobre el uso del celular y su cámara-ojo. Un arma homicida y –sobre todo– algo suicida.
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