Con novedades en el frente alemán
El feroz ataque de Rusia a Ucrania produjo en Alemania lo que el canciller Olaf Scholz denominó un Zeitenwende (cambio de época) con varias consecuencias. Una de ellas fue el impacto en lo militar, al pasar de una época de paz prolongada a una época de guerras posibles para el pueblo alemán. Como ha dicho la ministra de Relaciones Internacionales Annalena Baerbock: “Entre Berlín y Ucrania, hay sólo diez horas por ruta. Para nosotros, esas diez horas representan hoy la distancia entre la paz y la guerra”. Ante este cambio colosal, Berlín ha debido repensar en profundidad su estrategia de defensa.
La época de paz prolongada reposaba sobre la protección que ofrecían EE.UU. y la OTAN, sumado a la idea expresada por el canciller Scholz con respecto a Rusia: “Una estrecha interdependencia económica aseguraría a la vez, nuestra estabilidad económica y nuestra seguridad”. En efecto, a lo largo de las últimas tres décadas la política alemana había procurado mantener los gastos militares lo más bajos posibles, entendiendo que no era necesario mantener un fuerza de 500 mil soldados cuando todos los vecinos parecían ser amigos o socios.
Las leyes fundamentales de la República Federal Alemana (RFA), les había asignado a las fuerzas armadas un rol esencialmente defensivo, que podía ejercerse sobre el territorio nacional o en el marco de la OTAN. Estas leyes prohibían toda “guerra de agresión”, previendo estrictos controles parlamentarios. Así, se debatió mucho en qué tipo de operaciones exteriores debían participar las fuerzas armadas alemanas. En consecuencia, la RFA no participó en la primera guerra de Irak en 1991. Y luego de la reunificación alemana, llevó a cabo misiones en Camboya y Somalía, pero bajo mandato de la Naciones Unidas.
Sin embargo, la “doctrina Kohl” según la cual los soldados alemanes no podían desplazarse a países que habían sido ocupados por la Wehrmacht (ejército alemán), pasó a ser reemplazada por la “doctrina Fischer”. Así, el ministro de Relaciones Exteriores Joschka Fischer –del partido Verde–, autorizó por primera vez la participación de fuerzas alemanas en el marco de los ataques de la OTAN a Kosovo en 1999. Más tarde, la participación en las operaciones de la OTAN en Afganistán desde 2002, fue sometida a varias restricciones, que reflejaban en gran medida la imposibilidad política de asumir la hipótesis de participar en una guerra.
En efecto, durante esta época de paz prolongada, Alemania se ha definido como una “potencia civil”. Acentuando esta característica, es importante señalar que entre los partidos que conforman la coalición semáforo en el poder (socialdemócratas, liberales y Verdes), 40% de sus diputados han nacido después del 1981. Quiere decir que han crecido en la pos-Guerra Fría, un período caracterizado por el pacifismo y un proceso de globalización reglamentado por el derecho.
Pero el impacto causado por la invasión rusa en Ucrania, hizo que Alemania vuelva a pensar abiertamente en términos geopolíticos y estratégicos. Cuna de grandes expertos en geopolítica, Alemania llegó a proscribir el termino “geopolítica” después de la Segunda Guerra Mundial, por sus implicaciones territoriales. Por otro lado, la exministra de Defensa Annegret Kramp-Karrenbauer se refirió en su momento a la ausencia de una cultura estratégica común entre Berlín y París en los siguientes términos: “A diferencia de Alemania, Francia tiene una tradición militar ininterrumpida”, agregando que “en Alemania hemos sido muy prudentes en cuanto a las grandes visiones, dada nuestra historia”.
Así, el shock causado por el ataque militar ruso ha sido feroz para la cuarta economía mundial, que creyendo vivir en una era postraumática, se había convencido que la guerra pertenecía definitivamente al pasado. Por ello, Alemania asignaba sólo el 1,5% de su PBI a sus fuerzas armadas, que representaban unos 48 mil millones de euros. Sin embargo, las fuerzas alemanas no causaban gran impresión. Estaban diseñadas para participar en operaciones de alcance limitado, o dentro de las estructuras de la OTAN, que era el verdadero garante de su seguridad territorial. Este enfoque tuvo la consecuencia de convertirla en una fuerza con ciertas limitaciones operacionales, que erosionaba su prestigio ante sus aliados.
En este contexto, el anuncio de Olaf Scholz en febrero del 2022 sobre la creación de un fondo especial para la Bundeswehr (fuerzas armadas federales), de 100 mil millones de euros ha cambiado las espectativas. Fue necesario cambiar la Constitución para autorizar este fondo. A esto se ha sumado llevar el gasto anual militar anual al 2% del PBI. El objetivo de Scholz es construir “el más grande ejército convencional de Europa en el seno de la OTAN”, previendo gastar entre 70 y 80 mil millones por año en materia de defensa”. En esta línea, Berlín ha anunciado su intención de adquirir 35 aviones de combate F-35 a la empresa norteamericana Lockheed-Martin, para poder seguir realizando las misiones de disuasión nuclear –lleva bombas nucleares B-61 Mod 12–, en el marco de la OTAN.
En paralelo, Alemania ha procurado ayudar a Ucrania de varias formas durante el conflicto con Rusia, pero evitando entrar en un conflicto militar con Moscú. El conflicto en Ucrania ha llevado a revisar un principio establecido hace décadas en la política alemana de exportación de armas: el de no enviar armas a una guerra peleada entre dos países. Así, Berlín ha suministrado piezas de artillería y de defensa anti-aérea a Kiev. A su vez, Alemania ha reemplazando unos 138 tanques de la era soviética que la República Checa, Grecia, Eslovaquia y Eslovenia han enviado a Ucrania, con renovados tanques alemanes. A pesar de esto, no se han podido evitar las continuas quejas de los sucesivos embajadores de Ucrania en Berlín, que siempre pidiendo por más ayuda y mayor celeridad en las entregas, se han convertido en celebridades. Esto ha sido notable en el caso del envío de los modernos tanques Leopard 2, donde después de la fuerte resistencia en los mandos militares, se autorizó a exportar 18 unidades a Kiev.
Sin duda, la exportación de armas es un campo donde Alemania no ha perdido credibilidad. En efecto, ha sido el cuarto exportador mundial entre 2016 y 2020, con tres destinatarios principales: Corea del Sur, Argelia y Egipto. En particular, Berlín ha mantenido su liderazgo en la industria naval, siendo líderes a nivel mundial en submarinos convencionales, como los construidos por la empresa Thyssenkrupp Maritime Systems Gmbh, que se exportan a naciones como Israel, Turquía y Egipto. Con la inyección de 100 mil millones de euros anunciada por Scholz, es probable que Berlín procure dinamizar su ya competitiva industria de defensa.
Para Scholz, la alianza transatlántica es y continuará siendo vital para enfrentar los riesgos a la seguridad europea causados por Vladimir Putin, pero es importante que Alemania se convierta en una potencia militar creíble ante los ojos de los EE.UU. Como ha escrito el canciller alemán: “Los alemanes tienen la intención de convertirse en el garante de la seguridad europea, como sus aliados esperan que sea”.
*Especialista en Relaciones Internacionales.