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Cómo perderme en un bosque

. Foto: Cedoc Perfil

Estoy leyendo un libro que aceita todos los mecanismos de mi máquina interpretativa. Qué hay en un nombre, de Elizabeth Barral (Letra Viva, 2023). Me sorprende que las referencias infinitas a lecturas previas que aloja el libro no bloqueen la capacidad asociativa, interpretativa y creadora de la psicoanalista. Barral se propone explorar el papel de la escritura y la función de lo escrito en el campo del psicoanálisis. El gran invitado del libro es James Joyce, tanto el autor como sus personajes, que se analizan de modo lacaniano hasta en sus más ínfimos juegos de palabras. ¿Estaba loco? ¿Cuántos Joyce hay a juzgar por sus libros? ¿Cuáles son sus artificios? En Joyce se encriptan casos clínicos que, con astucia, la autora elige no nombrar.

Barral se detiene en lo que insiste y se repite y habla de la escritura como “tratamiento de voces” que lleva al borramiento del sujeto que enuncia para mostrar otra cosa: una construcción. “Joyce, con distintos artificios hace entrar en el lenguaje algo de su afuera”, escribe. Y el autor también arma su propia autoficción a través de sus personajes. De este modo, detrás de esa mascarada que vela, emite un enunciado.

Como me pasa con la mayoría de los libros buenos, no quiero terminarlo. Este es parecido a un viaje exploratorio, como meterme en un quirófano o perderme en un bosque. Un trabajo áspero y estimulante al mismo tiempo.

“La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo”, escribe Lacan. “El escritor inventa el pueblo que falta”, señala Deleuze. Barral agrega lo propio a lo que toma de otros autores en un trabajo de compilación y destreza. Lo que se crea con la escritura no es para suplir la falta, sino al revés: para hacerla existir. Se hace con la falla porque el lenguaje –que es puro equívoco– la introduce. Y la falta, que también es el padre, debe perderse primero (o matar/morir) para ser nombrado.

Retomando a Vico, Barral se pregunta qué hay en un nombre además de interpretación y origen. Y se responde que hay un lenguaje propio, inventado pero no tan arbitrario como original. La palabra es más bien fantasía. Más que aludir a su referente, re(crea), inventa.

¿Cuántas versiones de este libro escribirá Barral? Ella misma nos recuerda las palabras de Joyce cuando señala que no hay lugar en el espíritu de un hombre más que para un solo libro.

Excelente trabajo hermenéutico de recuperación de palabras y asociaciones, quizá de este libro de Barral no importe tanto el nombre como lo que hay en él. Incluso quizá no importe tanto el psicoanálisis como el arte de escribir, aunque abunden citas de autores y referencias. Encuentro en estas páginas, sobre todo, una prosa asertiva, un punto de llegada teórico que habilita un despegue hacia lo literario. Sin hablar de amor por la palabra, en estas páginas hay fe en la escritura, en los efectos del lenguaje sobre los sujetos, en lo que con la palabra podemos desenroscar y encontrar.