opinión

Colapinto y la Panamericana

Franco. Parece ser un estupendo corredor de autos y muy bueno ante los medios. Foto: cedoc

Los procesos de socialización se basan, entre varias instancias, en la adquisición y comprensión evolutiva y acumulada de las prácticas necesarias para ser más efectivo en diferentes circunstancias de la vida cotidiana. A pesar de que corresponde hablar de una sociedad mundial y de las múltiples influencias cruzadas entre las naciones del mundo, desde las modas de ropa hasta los estilos musicales que se consumen, es correcto al mismo tiempo puntualizar que sobreviven patrones culturales en los países en relación con una suerte de “saber hacer” en circunstancias específicas, y solo comprensibles para los nativos. Colapinto, en su tercera largada en Fórmula 1, sobrepasa de manera asombrosa a tres autos pero, probablemente, semejante maniobra sea más heredera de sus ingresos caóticos a la Panamericana que de lo aprendido en la escuela de pilotos de Williams.

Parte importante del pensamiento sociológico del siglo XX fue heredero de los aportes de Max Weber en cuanto a la descripción de los procesos sociales en términos de racionalización. Weber decía encontrar en los mecanismos del capitalismo a los modelos para la optimización de secuencias siempre más mecanizadas y con resultados esperables, que hasta habían logrado modelar a las mismas burocracias estatales casi como máquinas con resultados semejantes entre sí. El mundo moderno occidental era, de este modo, un escenario rutinario. En realidad, lo era el mundo europeo del oeste y la parte norte de América.

De la novedad a la caricatura, hay solo unos días de diferencia. De eso, en la Argentina, sabemos suficiente

La forma recurrente en que se describe a América Latina es la de una región relacionada con el atraso, el caos y la falta de reglas asentadas dentro de lo que se conoce como capitalismo moderno, y lo que en términos de Weber debería indicarse como la ausencia de una racionalidad formal, es decir, de una capacidad de reproducir una práctica por diversas personas, siempre del mismo modo, aunque en circunstancias alternativas. A esto se le asigna la semántica de caos, porque no habría estructura, no habría nada. Sin embargo, esta idea deja sin ver otros procedimientos sociales de reemplazo.

Por caos gusta describirse la falta de orden o, por lo menos, el enfrentamiento con un contexto sobre el cual la acción quedaría, de un modo dado, en suspenso y sobre lo que no habría forma lógica de asumir un próximo paso posible. Pero el caos de las sociedades de América Latina parece posible de ser descripto en determinadas regularidades, ya que hay sobrada literatura que hace señalamientos a formas específicas de prácticas corruptas solo para aquellos que las pueden aprender, manejos de las fuerzas de seguridad vinculadas al crimen organizado como un orden con lógica autónoma, o con empresarios locales como los únicos en condiciones de saber cómo sobrevivir en mercados incomprensibles para cualquiera que provenga de esos sitios “weberianos”. Así, lo que es caos desde la mirada forastera es, por el contrario, rutina para nosotros.

Gusta comparar a los países en términos de torneos en relación con  competencias que incluyen el PBI, la cantidad de pobres, los desempeños educativos de los niños en edad escolar o los valores de supuesta felicidad de las personas. Una revisión de estos mismos datos puede demostrar que el modelo alternativo a la racionalidad europea que estamos señalando no parece ser el que mejores rendimientos ofrece, y que los problemas de desarrollo en la región no son formas variables de éxito, sino inconvenientes reales. Pero la pregunta es sobre otro resultado alternativo posible, pero incluyendo a las propias catástrofes. Es decir, ¿puede señalarse que el subdesarrollo es al mismo tiempo el camino a alguna ventaja competitiva diversa?

El mundo de las repeticiones

Cuando Bergoglio fue electo como el nuevo papa llamaba la atención su informalidad, su indiferencia a ciertas indumentarias utilizadas por sus antecesores, sus palabras irónicas y su aparente cercanía a las personas de la calle. Weber decía que el antídoto para la extrema racionalidad moderna, para la repetición como hábito monótono, para el aburrimiento y para los momentos de falta de orientación y de excesos de frustración, era el surgimiento de un liderazgo carismático. Un líder de esas características emerge, cada cierto tiempo, imitando el antiguo rol del profeta, que tomaba a un pueblo desgraciado y sin sentido de su propia existencia, y lo unía en una nueva comunidad de destino hacia un supuesto escenario renovado de grandeza. Sí, como Gallardo en River, que vino a hacer olvidar las desgracias de un descenso, hasta vencer a su máximo rival en la final de la Copa Libertadores; o como Bergoglio, convertido en papa Francisco, como aquel que hacía renovar el interés degradado de una Iglesia ya en modo automático y sin orientación.

Cuando Milei desfila por el planeta lo hace con suficiente histrionismo como para que no sea solo un recorrido de historias agradables de inversiones o de charlas sobre economía liberal libertaria. Milei necesita ser un equivalente funcional de Bergoglio como aquel que logra despertar a la derecha de un sueño avergonzado por haberse ido al descenso de la historia de los aprecios populares. Colapinto no solo parece ser un estupendo corredor de autos, sino que es especialmente destacado en su manera de declarar en medios y en el uso de sus redes sociales. Argentina es una factoría brutal de seres carismáticos, y eso es producto de las condiciones que ofrece el medio local al que describimos como un desorden.

Mientras que para Weber el carisma podía cumplir un rol en momentos específicos para anular procesos de desencanto y despertar a las naciones en circunstancias concretas, para América Latina, y en especial para la Argentina, parece ser un medio de sobrevivencia recurrente y relativamente exitoso. En lugar de utilizar el carisma como momento de renacimiento, y de reingreso del sentido en el sinsentido, se ha logrado un desbalance donde su rol es particularmente central. El destino del gobierno de Milei depende de él, de su relevancia internacional, porque como todo líder carismático dice lo que nadie espera en sitios donde eso no suele ocurrir, y de sus vetos a las leyes. Es decir, de su casi absoluta soledad y la de sus gestos.

Milei y el beneficio del presente

En todo esto hay un inconveniente hacia el futuro. La racionalidad que se encuentra en los procedimientos formales permite el ahorro de evaluaciones renovadas de circunstancias que podrían ser siempre mutables. Fuera de América Latina, la complejidad debe adaptarse a los procedimientos disponibles y no importan las circunstancias personales, sino las adecuaciones que deban hacerse a una comprensión de las obligaciones compartidas.

Para el caso local, por el contrario, los procesos de socialización se basan en la comprensión y el entrenamiento en relación con condiciones cambiantes siempre presentes. La complejidad es variable, pero uno aprende a acomodarse en ella, como aquel que toma oportunidades como un experto en teoría de un desorden que siempre le resulta familiar. Precisamente, se especializa en la improvisación del individuo virtuoso, y dejando un peso excesivo en personas. Para el resto, es poco lo que queda, más que esperar que el destino de un improvisado los salve en cualquier momento por llegar.

Los argentinos se destacan al inicio como un rayo luminoso y exorbitante en contextos especialmente estructurados, porque improvisar allí parece sencillo. El problema es el tiempo, lo que pasa en un después que debe seguir tratando con una formalidad que seguirá allí existiendo, una vez que la novedad de ese carisma deje de ser graciosa y haya que ponerse a trabajar en serio. De la novedad a la caricatura, hay solo unos días de diferencia, y de eso, en la Argentina, sabemos también suficiente.

*Sociólogo.