America Latina I

Círculo vicioso

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Ecuador. Las revueltas obligaron a declarar estado de sitio. Foto: cedoc

Las situaciones son variadas, pero las revueltas populares, violencia e incertidumbre económica, política y social que hoy conmocionan a América Latina jaquean a las democracias consecutivas a las dictaduras militares. Si en tiempos de Guerra Fría se trataba de capitalismo-comunismo, hoy el conflicto se define entre capitalismo global o nacional.

O sea, con disculpas por la extrema simplificación, entre liberalismos y nacionalismos “de izquierdas”, en un marco de crisis económica global y vertiginosas transformaciones científicas y tecnológicas que ponen al alcance de todo el mundo la posibilidad de enterarse de todo lo que pasa en el mundo. Hoy la desigualdad no solo se sufre; también se comparte. Y “la masa” empieza a comprender el engarce entre política, negocios, corrupción y delincuencia organizada.    

En la ciudad de Culiacán, el Estado mexicano sufrió una derrota militar –no hay otro modo de llamarla– ante el narcotráfico, viéndose obligado a liberar a uno de los hijos de Chapo Guzmán. De los últimos cinco presidentes de Perú, uno fue a parar a la cárcel; otro acabó arrestado en Estados Unidos; otro fue condenado a 18 meses de prisión preventiva; otro obligado a renunciar y otro, Alan García, se suicidó en abril pasado, antes de ser detenido por la policía. Todos acusados de graves asuntos de corrupción, violencia y, en algún caso, hasta asesinatos.

En Chile y Ecuador las revueltas populares, que no es exagerado calificar de insurreccionales, obligaron a dos presidentes liberales a declarar el estado de sitio; uno de ellos, Lenin Moreno, debió incluso cambiar de ciudad, por su propia seguridad. Al jueves 24, la represión había generado ya 18 muertos en Chile, 7 en Ecuador y centenares de heridos y detenidos en ambos países.

En Argentina, al publicarse este artículo se juega en las urnas la alternativa entre el liberalismo en ejercicio y el populismo derrotado en 2015. Las posibilidades de revancha son altas. La crisis es aún más grave que entonces; ambos se acusan de corrupción y ambos enfrentan procesos y acusaciones de corrupción; un paquete que en cualquier caso podría agitar las calles.

En cuanto a los gobiernos populistas en ejercicio, es inútil describir la situación de Venezuela; basta citar los 4 millones de exiliados. En Bolivia, Evo Morales, que vive el período populista de abundancia de recursos y concreción de algunas promesas, pasó a considerarse César y a modificar o violar las leyes para perpetuarse. Así, en estos días comenzaba la agitación política y callejera, luego de que la misión de observación electoral de la OEA señalase “diversas irregularidades en el proceso” que Morales daba por ganado. En cuanto a la Revolución Sandinista, de magnífica en sus comienzos devino en sangrienta dictadura populista de un país dividido.

Las excepciones son Uruguay y Chile. El primero sigue honrosamente a salvo de todo eso, salvo de los temblores de la crisis regional y mundial. Chile es la excepción en tanto democracia liberal sólida sin oposición populista, sino socialdemócrata. Pero cuando gobernó, el socialismo chileno solo atinó a gestionar una economía boyante y respetar la democracia, pero nada hizo para alterar las desigualdades de clase del país, una de las diez más acentuadas del mundo.

América Latina refleja, a su manera y circunstancias, eso mismo que en el mundo capitalista desarrollado ha acabado por excretar a líderes como Trump y Johnson en las grandes democracias, o Putin y Xi Jinping en las potencias ex comunistas.

La toma de conciencia y las protestas pacíficas masivas son promisorias, pero ante los reiterados fracasos de todas las variantes democráticas y la ausencia siquiera de diálogo en busca de una alternativa republicana progresista, América Latina también corre el riesgo de la alternativa populista de extrema derecha. Ya la ensaya Brasil, el país más grande y poblado, con Jair Bolsonaro en el gobierno.

 

*Escritor y periodista.