opinión

Cigarrillos caros

Terminada la Guerra Fría, terminó también la conveniencia de la existencia de una clase media y media baja con ideales igualitaristas.

. Foto: Cedoc Perfil

Era tan feliz en la época en la que fumaba, que ahora que creo que dejé (pero, ¿quién sabe?) es decir, que estoy obligado a dejar, me consuelo leyendo textos sobre cigarrillos, así que vuelvo y vuelvo sobre Solo para fumadores, del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. En la primera página, se lee: “Metros antes de cruzar el viejo zaguán ya había chasqueado la cerilla y alumbrado el pitillo. Eran entonces los Chesterfield (…) un paquete me duraba dos o tres días y para poder comprarlo tenía que privarme de otros caprichos (…) al subir de precio, los Chesterfield se volatilizaron de mis manos y fueron reemplazados por los Incas, negros y nacionales”. ¿Qué nos dice Riberyro? Que la mayoría de los cigarrillos eran importados y caros. Eso, en ese rubro y en casi todos los otros de la economía, ocurre en Perú y en una mayoría de países de Latinoamérica. Pero en Argentina sí se fabrican cigarrillos. Y se fabrican autos. Y centrales nucleares. Se produjeron satélites. Y la única vacuna contra el covid desarrollada en la región. Y hay un aparato científico (el Conicet) desarrollado. Y una industria cultural (cine, editoriales, etc.) establecida. Y universidades púbicas masivas, gratuitas y de calidad. Y etc., etc., etc. Y lo que hay, entonces, es una larga tradición de una clase media extendida y dinámica, lo que implica una gran singularidad en Sudamérica. Una anomalía para la región. Ese carácter sociodemográfico surgió hacia las décadas del 20 y 30 del siglo XX, se consolidó con el peronismo, y se amplió aún más hasta el 76, cuando en el reparto de roles mundiales, a la Argentina aún se le toleraba tener un desarrollo industrial autónomo y una clase media en ascenso, como forma de atemperar los riesgos de una radicalización de izquierda, propia de la época. Terminada la Guerra Fría, terminó también la conveniencia de la existencia de una clase media y media baja con ideales igualitaristas. Destruir esa tradición fue el objetivo central de la dictadura, del menemismo, del macrismo y ahora de Milei. La sociedad que buscan construir Milei, sus socios del PRO y de la UCR, y sus aliados más importantes, los medios de comunicación hegemónicos y el gran capital concentrado, se parece mucho al de otros países cercanos: un 80 porciento de pobreza, una mínima clase media residual, y un 15% de sectores dominantes. Ese es el proyecto de Milei, que está siendo llevado a cabo con una combinación de neofascismo en lo político-policial, y neoliberalismo en lo económico. Es un mundo sin clase media, y por lo tanto, sin industria cultural, desarrollo científico, pymes, educación pública de calidad, autonomía industrial, etc., etc., etc. Milei no es más (ni menos) que eso. Todo el resto es espuma. Pero lo está haciendo en situaciones inéditas: haciendo fortaleza de su debilidad. Con el apoyo de amplios sectores populares, principales víctimas de sus políticas. Con un discurso en el que parece que ya hubiera creado hegemonía (y tal vez sea así: es precisamente eso lo que está en discusión). Lo hace imponiendo poder. Hace décadas que en Argentina no existe movilidad social ascendente. Pero pervivía, al menos como deseo, ese ideal igualitarista. Milei viene a terminar la faena comenzada en el 76, y a destruir ese ideal. Y lo está logrando. ¿Estamos todavía a tiempo, tenemos los recursos para enfrentarlo y evitarlo?