Catálogo de opacidades II
La semana pasada propuse la creación de una empresa antológica desmesurada y eterna (al menos para la eternidad durante la que nos toque existir, más breve que la destinada al aplastamiento, explosión, compactación o desintegración del Universo). Esta empresa propone una conspiración o coyunda o coágulo de anónimos escribas y antologistas dedicados a reunir las historias, vidas y obras de talentos de segundo o tercer orden.
En este catálogo se excluirán esas altas cumbres que cualquier burro puede nombrar en un programa de preguntas y respuestas: no habrá lugar para Petronio, Cervantes, Fidias, Pitágoras, Sófocles, Shikibu, Averroes, Bacon, Shakespeare, Li Po, Homero, Bingen, Propercio, Kafka, Beethoven, Bach, Michael Jackson (de quien uno de sus hermanos dijo que era el genio musical más grande de la humanidad), Maradona, Fangio, Eurípides, y el lector completará a gusto los nombres faltantes. Sólo se admitirán talentos tan discretos, tan alcance de la mano de cualquiera, y en una extensión tan democrática y abarcadora que pedirá ser admitido (y tal vez lo logre) cualquier hijo del vecino capaz de embocar un corcho recién destapado en un tacho de basura situado a tres metros del lugar de lanzamiento. Desde luego, será incluido sólo si el antologista prueba que el lanzamiento de corcho pertenece a una disciplina artística. De lo contrario, la antología prescindirá de su existencia, lo cual tal vez, redunde en beneficio del criterio de selección.
Supongamos entonces que la antología se limite a reseñar las vidas y obras de talentos menores pertenecientes a las bellas artes más tradicionales (música, pintura, escultura, teatro, danza, literatura), y que se ha resuelto el criterio organizativo para disponer el material biográfico encontrado, lo cual es del todo imposible, porque siempre se descubren pequeños o mediocres talentos apenas se pone el ojo en los países, los nombres, la historia, la cronología…, pero suponiendo que se encontrara un óptimo medio de organización, y más que óptimo perfecto, irrefutable, lo único que resta es elegir el criterio de clasificación definitivo. ¿Se disponen los talentos a reseñar en niveles crecientes o decrecientes? ¿Por sexo? ¿Por disciplina? ¿Por fecha de nacimiento o defunción? ¿Por elección caprichosa (dados, ta-te-ti, algoritmos)?
No es ociosa la mención de estos problemas, para el caso de que algún lector de estas columnas se sienta tocado por la propuesta y quiera participar del proceso de investigación, selección y decisión final sobre el material relevado, y eventualmente de búsqueda de editorial o página de internet donde se vaya subiendo. Tampoco se descarta el riesgo de que, en algún momento, uno o muchos de los buscadores y selectores de buena fe descubran que hay quienes pretenden definir caprichosos sistemas de inclusión y exclusión, desnaturalizando el proyecto. Después no digan que no avisé.
La semana que viene, a modo ilustrativo, aportaré mi propio modelo de biografía.
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