Apuntes en viaje

Balance

Vi indios tayrona, hermosos y pequeños como chicos de doce años, hablando en una lengua que sonaba a pájaros. Viajé sola a Gales, Edimburgo y Northwich.

Foto: MARTA TOLEDO

Este año no aprendí a manejar ni a nadar. De nuevo. Pero empecé a estudiar inglés. Viajé a Medellín, Jericó, Cartagena, Santa Marta y Tayrona. Vi indios tayrona, hermosos y pequeños como chicos de doce años, hablando en una lengua que sonaba a pájaros. Viajamos con Grillo a Londres, y después viajé sola a Gales, Edimburgo y Northwich. Aquí viví unos días muy cerca del río y caminé por calles de piedra, toqué edificios de piedra, visité catedrales de piedra. Viajé a Madrid y estuve con mis amigos Irene y Ezequiel, paseamos en el calor insistente de la primavera y nos encontramos con mi amiga Paula, gracioso vernos allá una noche cuando los dos vivimos acá. Cenamos con Claudia y Andrés y el Book me lamió las manos, nos pusimos al día, nos reímos. Compré libros que no leí. Me regalaron otros tantos que tampoco leí. Viajé a Tucumán, inusualmente hizo frío y llovió casi todos los días. Paseamos con Diego del brazo a la madrugada, contándonos nuestras cuitas, vi bastante a la Pixie, siempre con moños hermosos o una capita de lluvia transparente, muy chic. Comimos sándwiches de milanesa en una esquina con Michel, Raquel, Luciana, Sofi, Katya… y fuimos a una peña. Viajé a Lima, por seguir malos consejos (por no seguir los de Katya) comí mal: comer mal en Lima es lo peor que puede pasarte, es casi imposible. Viajé a Neuquén, caminamos de noche por la orilla del Limay, comimos mbeju y cocinamos kaburé (la masa del chipá se pone alrededor de un palo de escoba y se cocina en el fuego, luego se rellena con carne) en lo del Humber. Viajé a Comodoro Rivadavia y el avión se movía tanto por la turbulencia cuando estábamos sobre el mar, que algunos pasajeros se pusieron a rezar. Terminamos de escribir un libro sobre Laiseca: discutimos, nos odiamos, nos quisimos, se rompieron copas, volvimos a amigarnos. Nos sacamos una foto y salió bastante bien. Viajé a Santa Fe y vi a mis amigos, menos a la Mimi que estaba en Japón. Tomamos liso. Llovió. Hizo calor (¡qué raro!). Fui a una escuela en Santo Tomé: les chiques prepararon un montón de cosas alrededor de una novela mía, un grupo escenificó el velorio de las chicas y me emocioné. Fui a San Francisco y la remisera que me llevó me contó que crió sola a sus hijos después de lograr separarse de un marido violento. Fui a Gualeguaychú y a Concepción del Uruguay y a Villa Ángela. Pasamos por Rosario y comimos un asado con Sonia y Jandry. Fui a Montevideo, comimos pizza en Durazno y Convención. Fui a Nueva York y con Ana Laura hicimos karaoke en un bar de Chinatown. Fuimos a escuchar gospel con Dolores y Eugenia. Conocimos a Ana, una poeta increíble. Fui a Washington y visité las escaleras donde se filmó una escena de El exorcista. Fui a Maryland y comimos con un grupo de profesoras en un mexicano. Fui a Mar de las Pampas dos veces: en febrero con Naty y Raquel y en noviembre con Ivana y María, las dos veces a la misma casa. Fui a Paraná y leí en público a Calveyra. Y también hace unos meses a Estela Figueroa. Dos de mis poetas más queridos. Me gusta leer poesía en voz alta y en público, me di cuenta, aunque no me gusta hacer nada en público, esto un poco sí. Nos juntamos con Lilian y la Cori, hablamos de los que han muerto y de nosotras que aún estamos vivas.

A lo largo del año vi a Danilo y a Jose, a Julián y a Ale, a Yani y a Dana, a otras amigas y amigos, pero siempre me dan ganas de verles más, siempre es poco pareciera la frecuencia con que vemos a les amigues.

Quedan pocos días de un año duro y sombrío, poco para que empiece el verano. Poco tiempo para que, ojalá, podamos asomarnos todes a tiempos más luminosos.