pichones

Avifauna bonaerense

. Foto: Cedoc Perfil

Almorzaba en la galería de adelante. Las perras dormitaban bajo la mesa, deshechas de calor. Me quedé observando a un pajarito juntando ramas para su nido. Es una hipótesis, porque  agarraba un palito y levantaba vuelo con destino a la copa de algún árbol y después volvía a hacer lo mismo. Debería saber más de pájaros para deducir de ese comportamiento el género y la clase de nido.

Lo que a mí me sorprendió fue que hiciera sus tareas a poco más de un metro de nosotras (las perras y yo), como si no nos temiera.

Al día siguiente de esa escena sucedió otra similar. Yo regaba (en verdad, abandono la manguerita donde pienso que hace falta, mientras sigo escribiendo; cada tanto la corro de lugar). Se había formado un charco y venían unos pajaritos a bañarse. Cuando fui a mover la manguera, los pajaritos colorados y grises se apartaron un poco pero no abandonaron sus juegos acuáticos. Una vez más, parecía que no me temían.

Eso me alegró un poco y me imaginé como aquella vieja loca de Mi pobre angelito, que fungía de percha para las palomas. Detesto a las inmundas palomas, pero por suerte no hay demasiadas acá: habrá aves de rapiña las espantan.

Tampoco hay loros, esa otra plaga sonora. Tengo amigos con casas en la Provincia en cuyos jardines es imposible conversar por el estrépito del lorerío.

Los que yo veo y con los que vivo son pajaritos de esos pequeñitos, elegantes, idiotas (de donde viene la caracterización “cabeza de pajarito”), pero que cantan divino todo el día. Me gustaría, como dije, saber las variedades, porque no es lo mismo un benteveo (no he escuchado trinar a ninguno, todavía) que un cuclillo (aprendí algunos nombres de la Lista actualizada de las aves de la provincia de Buenos Aires).

Una vez, se cayó un nido sabe Dios de dónde. Gaby Bejerman, de visita, se empeñó en salvar al pichoncito de su muerte segura. Por supuesto, cuando se tuvo que ir me lo dejó a mí y pese a mis ignorantes esfuerzos (o precisamente por ellos), a los dos días el pichón había muerto.

Mis pajaritos son criaturas delicadas y frágiles y me pregunto si la progresiva confianza que tienen conmigo no se les volverá en contra, cuando se crucen con uno de esos niños asesinos que gustan de matar aves a cascotazos.