Andar en Ferrari
En un hecho inédito, leí junto a una troupe Palabras ajenas, el ensamble de textos del artista León Ferrari, bajo la batuta de Martín Bauer y como parte del festival No convencional de la Untref y Bienal Sur. Son diez horas de una instalación sonora en vivo donde se entrecruzan voces leídas de personajes históricos y ficticios: Goering, Paulo VI, Cristo, Lyndon Johnson, Goebbels, Reagan, McNamara y el dios de la Biblia, por mencionar solo algunas estrellas. Sus otras obras de texto son Conversaciones entre Jesús, Jehová y Hitler y La basílica, ahora magníficamente editadas en Ripio.
Conversaciones de Dios con algunos hombres y de algunos hombres con algunos hombres y con Dios, tal el subtítulo, propone una tesis contundente, de una obsesión pictórica cercana al ready made, Ferrari hace un collage absurdo e hiperrealista en el que se ve que los argumentos de Hitler para su guerra son idénticos a los de los Estados Unidos para aplastar Vietnam, y –a su vez– ambos parecen copiados de inspiradores pasajes de los dos Testamentos de la Biblia. Son textos terribles, cuya lectura y cuya escucha, a la distancia de los años que originaron la pieza, nos devuelven a un paisaje pavoroso: el de una Tierra real construida a imagen y semejanza de unas religiones ficticias basadas en el terror, la amenaza y el castigo. En una época muy anterior a Google, Ferrari recorta y pega a mano desgrabaciones de sobrevivientes de Hiroshima, agencias de noticias, discursos públicos, sonsonetes de los rezos y pasajes del Apocalipsis; en esa superposición comparativa (lo que es iniciado por una voz es continuado con lógica empática por una voz presuntamente opuesta) las palabras empiezan a perder sentido y a hacerse textura. Es pieza literaria que se aprecia como un cuadro. El público a nuestro alrededor iba mutando, rotando a voluntad cada cuarenta o cincuenta minutos, como quien ingresara a un museo a dejarse llevar por una Gioconda quejumbrosa y desbocada.
Yo creo que León, obsesionado por la crueldad del catolicismo, le ganó a este varias batallas. No solo por su reconocimiento en la Bienal de Venecia (su fama creció cuando fue atacado por Bergoglio), sino fundamentalmente por lograr dialogar con un poder inamovible para dejar sentado un cambio enorme: la Iglesia terminó por hacerle caso y reconocer que el Infierno no es un lugar verdadero, sino solo una metáfora. Lo cual deja al Infierno real en manos de los demás locutores implacables de esta obra.
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