olvidos

Alimentar el fuego

Fuego Foto: Unsplash | Marek Piwnicki

Seis amigas se encuentran en el campo de una de ellas a pasar un fin de semana. Dejan hijos, mascotas, novias, trabajos, maridos, encuentros prepactados y clases de tenis o gimnasia. La primera cae con su carry on diciendo: “Próximo destino, San Andrés de Giles”. Todas ríen. No es que en su valija haya tanta ropa. El deslizarse del cierre devela un arsenal de botellas en las distintas variantes del borravino al bordó. Las demás caen igual de equipadas. Preparados caseros, harinas, frutas y dulces. Hay comida para seis semanas y mucha alegría por el encuentro. Podría ser Bariloche la referencia más a mano, pero también son demasiados los campamentos compartidos.

Una empieza a cebar mate. ¿Cuántos equipos de mate puede haber en una ronda de seis mujeres? Otra vez risas. Hay humor en cada anécdota y el presente es el tema predilecto porque el pasado ha sido demasiado bueno y se ha sabido dejarlo atrás.

¿Hay alguna cosa mejor que esto sucediendo ahora en algún punto del globo?

Ninguna mujer politiza la charla, ninguna la monopoliza. ¿Hay alguna cosa mejor que esto sucediendo ahora en algún punto del globo? No. Con seguridad no. Todas coinciden. El sol le da brillo a la conversación y los relatos aparecen, cada uno a su tiempo. Primero de forma velada, después con fuerza. Hay preguntas y espacio para pensar.

Con el atardecer surgen las mantas y se arma un fogón. Las copas se llenan y reemplazan al mate. Reunirse alrededor del fuego es la práctica ancestral más revisitada por nuestra cultura, tal vez aquella que nunca dejemos de repetir mientras seamos sujetos. “Hay que alimentar el fuego”, dice una. “Nosotras ya estamos bien alimentadas”, retruca la otra. Más risas. Más chispas. Todas tiran ramas para verlas arder, para desprenderse un poco de lo que están contando.

Contarles nuestra vida a las personas que nos acompañaron cuando solo despuntábamos una vocación es un modo de vernos a la distancia. Puede implicar quemar lo dicho, además de decirlo. Un acto liberador que cae sin romperse en un fondo acolchonado porque hubo oídos dispuestos y una palabra que no juzgó al responder. Contar es un modo de no olvidar quiénes somos, de entender que, tal vez seamos personas distintas a aquellas que imaginábamos ser, pero que también somos un poco las mismas, esencialmente las mismas.