¿Aguanta?
A primera vista, el escenario macroeconómico tiene todos los ingredientes necesarios para anticipar una gran crisis: inflación alta, precios reprimidos, y déficit fiscal financiado con emisión monetaria. Todos elementos para intranquilizar la economía, por más que el ministro de Economía Martín Guzmán presuma de lo contrario. Y esto incluso antes de poner sobre la balanza los que tienen que ver con la gestión de todos los días y que suman incertidumbres: el cepo cambiario, los intentos de expropiación, las cargas tributarias exorbitantes, una restructuración de la deuda que pulverizó la credibilidad del Gobierno y del país, o una política sanitaria que también fracasó.
Sin embargo, a pesar de este panorama, voy a argumentar que es probable que lleguemos a las elecciones sin que este cóctel explosivo haya detonado. En simples palabras: hasta octubre aguanta.
Para empezar, escucho asociar la situación actual con el preludio de otras crisis épicas de la Argentina: el Rodrigazo del 75, la hiperinflación de 1989 o la salida de la Convertibilidad del 2001/2002. Pero los elementos distintivos de cada una de esas crisis no están presentes hoy. En el Rodrigazo, lo que gatilló la crisis fue un derrumbe de los términos de intercambio a la mitad en los dos meses posteriores a la asunción de Isabel Perón. En el 89 se anticipaba un cambio de gobierno que metía más miedo que tranquilidad, y el 2001 tuvo su eclosión a partir de una regulación bancaria que había permitido a los bancos sobreexponerse en títulos públicos y en dólares.
Hoy, los términos de intercambio suben de la mano del precio de la soja y el maíz (aunque después no queramos venderlos), no hay cambio político en ciernes, y el sector financiero no incuba las debilidades de aquel momento ya que no está expuesto ni al sector público ni tiene descalces cambiarios.
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Además de que la historia nunca se repite, estas diferencias no son argumentos suficientes para descartar una crisis.
¿Cuáles son los argumentos por los que no deberíamos anticipar una antes de las elecciones?
El argumento principal es que el Gobierno ha optado por hacer un uso intenso del impuesto inflacionario. Ayuda que esta es una sociedad que se preocupa mucho más por los costos de bajar la inflación que por los costos de la inflación. Y esto lo digo, créanme, por experiencia propia. Quizás esta tolerancia sorprendente de los argentinos con la inflación sea porque, a la postre, es un impuesto que no paga ni la clase política, ni la empresaria, ni los periodistas, etc.
“Tenemos que poner todos una parte y evitar que un sector que gane y el resto de la sociedad pierda”, dice el ministro Guzmán, pero en la realidad los que pasan por caja son los que menos tienen. Según Lucía Pavón de la Universidad de San Andrés, ¡para el decil más pobre la incidencia de la inflación es 24 veces más alta que para el decil más rico! Pero no pasa nada, a los primeros el Gobierno les promete el paraíso.
¿Cuánto se puede recaudar con la inflación? Al 3% mensual, que el Gobierno vende como un logro, recaudaría en 2021 la friolera de 1,1 billones de pesos, tres veces lo que supuestamente recaudaría el todavía no reglamentado impuesto a las grandes fortunas. Podríamos llamarlo a éste “el impuesto a las grandes pobrezas”. Y después nos preguntamos, casi indignados, porque la pobreza sube. Pero recuerden, en Argentina el error es querer bajar la inflación.
No olvidemos tampoco los impuestos que se subieron: a la compra de dólares, el IVA a los alimentos, bienes personales, riqueza, retenciones, internos, ingresos brutos entre otros. Y se eliminaron reducciones que estaban pautadas en aportes y ganancias. Cualquier recuperación de la economía tendrá un efecto potente sobre la recaudación.
A todo esto, hay que sumarle la capacidad que tiene el Banco Central de vender sus bonos en dólares, que pícaramente se metieron en el canje, haciéndolos vendibles (antes no lo eran), maniobra inteligente y fundamental que la oposición y el mercado dejaron pasar. Vendiendo 5.000 millones (y tienen más del doble), aun con una paridad de 40 centavos podrían recaudar unos 300.000 millones adicionales que servirían para recomprar los pesos que le transfieran al gobierno. No importa que sea emitir deuda al 15%, eso es para más adelante; por eso quizás el riesgo país no para de escalar. Las Leliq tampoco generan un problema: con represión financiera su tasa es largamente negativa. En definitiva, los depositantes del sector financiero también contribuyen. La mano recaudadora del kirchnerismo no perdona.
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Lo cierto entonces es que, entre impuesto inflacionario, los normales, la colocación de deuda a través del Central y la licuación de los depósitos, la situación por el lado del financiamiento del gasto público está bastante cubierto y luce difícil pensar que éste podría desbordarse relativo a todos estos recursos obligando a un salto inflacionario/devaluatorio por encima de la inflación; claro está, siempre asumiendo los recursos de una inflación del 3%. Pero ¿por qué no? Si encima los economistas celebrarán que el gobierno no intente la quijotada de querer bajar la inflación que sí intentó Macri.
Tanto si es para apostar en el mercado o para diseñar una estrategia política, anticipar el momento en el que este panorama eclosiona es clave. Mi impresión es que hay pocas chances de que eso ocurra antes de las elecciones. ¿Entonces, está todo bien? No, está todo mal. Que no se dé una crisis macroeconómica inmediata no evita que la crisis de credibilidad hunda la inversión a su menor nivel en años imposibilitando el crecimiento y que muchos argentinos se vayan del país llevándose sus empresas y su capital material y humano. Pero bueno, lo importante parece siempre ser aguantar.
Ya lo decía Charly: Aguanta Sofía/ Aguanta Javier/ Aguante la quía/ Aguanta también./ Y si no te gusta/ Te podés matar/ Este es el aguante/ Este es mi lugar.
*Profesor Plenario Universidad de San Andrés y Profesor Visitante Harvard, y HEC, Paris.