¿A 24 horas de la paz?
Pareciera que finalmente la diplomacia puede desempeñar nuevamente un rol en la resolución del conflicto de Ucrania. Pero abundan los obstáculos y el sinuoso camino para lograr la paz es extremadamente complejo porque requerirá – más allá de los actores protagónicos– de negociaciones a múltiples niveles.
El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, prometió terminar con la guerra en Ucrania en 24 h. La promesa de Donald Trump de poner fin a la guerra antes de su toma de posesión lo obligará a tener que elegir entre diversas propuestas de sus asesores unidos, en principio, por una ruptura radical con el enfoque del presidente Joe Biden de dejar que Kiev dicte cuándo deben comenzar las conversaciones de paz mientras sigue armando a Ucrania “todo el tiempo que sea necesario”. Estas propuestas, sin embargo, coinciden en la necesidad de poner fin a la guerra lo más rápido posible, incluso si eso significa obligar a Kiev a hacer concesiones significativas, y, eventualmente de obligar a Ucrania a suspender su intento de unirse a la OTAN durante al menos veinte años. Más allá del carácter impredecible de Trump, de lo impreciso de estas propuestas y de que faltan dos meses hasta que asuma la presidencia, lo cierto es que se ha ido rodeando de un equipo que, con matices diferentes –desde el vicepresidente Vance hasta los nuevos secretarios de Defensa y de Estado–, están de acuerdo en darle fin a la guerra a través de un cese al fuego y de la creación de una zona de amortiguamiento entre Rusia y Ucrania. Algunos de ellos –y en particular el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio– han sido enfáticos en que la principal competencia estratégica de los Estados Unidos se desarrolla con China y que, en este marco, lo más conveniente es desescalar o congelar el conflicto en Ucrania.
Más allá de cómo se formalicen y concreten estos pasos, la reacción rusa ha sido de dejar que Washington tome la iniciativa, sin ceder en sus condiciones de mantener bajo su control las cinco zonas anexadas hasta la actualidad, de que Ucrania se mantenga como un estado neutral y no ingrese en la OTAN, y de que se produzcan algunas reformas políticas en el país que posibiliten la participación de sectores prorrusos. Sin embargo, en la conferencia de Putin en la reciente reunión anual del Club Valdai, se notó que, pese a la fuerte retórica antioccidental, el tono de esta era más moderado y abría la posibilidad de una negociación y de un diálogo. Un elemento que no debe pasar desapercibido en otro ámbito, en este sentido, es la declaración de algunos funcionarios rusos de que no era necesario seguir impulsando el proceso de desdolarización que ha generado tanto debate en los Brics con Rusia como principal promotor de esta idea. Pese a estas señales, está claro que Putin no aceptará ningún acuerdo que aparezca como una derrota para Rusia.
También se percibe una cierta moderación en las posiciones más radicales de Zelenski, quien, en una conversación reciente con Trump, acompañado de Elon Musk (de quien depende el internet satelital Starlink que ha contribuido significativamente al esfuerzo bélico ucraniano), ha comenzado a abrir la posibilidad de una negociación siguiendo las propuestas hechas en la reunión –con la exclusión de Rusia– que Kiev organizó en Suiza, donde logró aglutinar el apoyo de unos ochenta países a un plan de paz que devino finalmente en el llamado “plan de la victoria”. Algunos funcionarios de Kiev incluso asoman la posibilidad de que a cambio de algunas concesiones territoriales Ucrania obtenga garantías de seguridad para lo que ofrece en retorno la posibilidad de entrenar tropas ucranianas que sustituyan a parte de las fuerzas estadounidenses en Europa y de abrir el acceso a recursos del país a más inversiones extranjeras. Todo ello en el marco de una creciente fatiga de la población ucraniana con la guerra que, según algunas encuestas, muestra que el apoyo a la finalización de la misma ha ascendido del 19% de la población a más del 30%.
Los avances militares rusos sobre Ucrania –con un control adquirido recientemente de más de 200 km cuadrados y la posibilidad de una contraofensiva inminente en Kursk con la participación de efectivos norcoreanos– muestran, como lo aseguran funcionarios europeos en función de las diferencias en las capacidades bélicas entre ambos bandos, que Ucrania tiene pocas posibilidades de ganar la guerra y que, si se reduce la asistencia occidental, puede llegar a aceptar una capitulación. Algo que funcionarios ucranianos niegan, por ahora, de pleno.
En este contexto, pese a que oficialmente los países europeos siguen apoyando el esfuerzo militar ucraniano, si Trump, con su enfoque transaccional, decide distanciarse de la OTAN y reducir la asistencia estadounidense, la Unión Europea difícilmente podrá ponerse de acuerdo para mantener la entera responsabilidad del apoyo al esfuerzo bélico ucraniano. La llamada telefónica del canciller alemán Scholz a Putin el viernes pasado, después de dos años sin comunicarse, muestra que –ya sea por la presión política interna, por las dificultades de su economía o por la falta de cohesión de la UE– algunos países europeos están rompiendo el tabú de reactivar sus conversaciones con el Kremlin, así sea como en este caso, para exigirle una desescalada en el conflicto.
Pero mirar a estos actores del ámbito atlántico hace perder de vista otros factores que pueden influir sobre los avances de una negociación. Más allá de que China y Brasil, por un lado, y Turquía, por otro, han impulsado iniciativas de paz, Beijing no puede dejar de percibir que una reducción del conflicto en Ucrania a partir de una negociación llevada principalmente por Washington puede afectar sus estrechos lazos con Rusia, ya tensionados por la alianza establecida recientemente entre Moscú y Pyongyang.
Sin embargo, más allá de los efectos de una posible negociación que distienda, así sea a corto plazo, la situación entre Ucrania y Rusia es necesario ponderar el costo político que esta pueda representar tanto para Trump como para Putin. Ninguno de los dos aceptará un acuerdo que ponga en evidencia la derrota de una de las partes y, para lograr un acuerdo medianamente satisfactorio entre todas las partes involucradas, hará falta más de 24 horas y una gran habilidad diplomática por parte de los que logren sentarse a una mesa de negociación. Probablemente muchas horas más de las que anunció el recientemente electo presidente de los Estados Unidos.
*Analista internacional, presidente del Consejo Académico de Cries y autor de Guerra y transición global.
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