Cumbre del G7

Javier Milei podría regresar de Bari con una bolsa repleta de regalos

San Nicolás de Bari inspiró Santa Claus y no sólo es el patrono de los niños sino también el de los arqueros. En la maravillosa tierra de Apulia, disputada por griegos, romanos, bizantinos y austrohúngaros, concluía la Via Appia, vivieron grandes poetas y sucedieron milagros.

Javier Milei y San Nicolás de Bari Foto: Cedoc Perfil

Hay momentos en la vida en que es necesario apagar el celular y dejarse llevar. Este, en Bari, podría ser uno de ellos para Javier Milei. Superada la lógica tensión interna que generan los encuentros con Giorgia Meloni, Emmanuel Macron, Kristalina Georgieva, Ajay Banga e incluso el Papa Francisco, sería sanador emprender otro camino, el de la ruta interior a la que inevitablemente conducirá otro tipo de recorrido, el de los pies en la Tierra. 

Sí, la Tierra, este suelo precioso que pisamos, pisoteamos y habitamos. Y en estos cálidos días de junio, señor Presidente, el suyo es la bella región de Bari, de donde provienen dos de los varios hombres magistrales que nos dejó un imperio grandioso: Virgilio y Horacio. No sé si ha leído su obra, pero arriesgaría que podrían encantarle. 

Apulia. Catedral de Nicolás de Bari, centro italiano de peregrinación mundial. Los rusos se encuentran entre los más devotos.

El primero, Virgilio, fue un poeta que describió como pocos los sentimientos más encontrados (la mirada torva de Dido a Eneas, por ejemplo) murió a 118 kilómetros de Bari, donde Usted se encuentra, en Bríndisi, el puerto italiano que todavía hoy conecta con ferrys varias ciudades griegas y Corfu es la más cercana. 

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Horacio, el segundo, nació en los terrones ásperos de Venosa, en donde comenzó a cultivar las lecciones de vida simple y austeridad que propagó en Occidente a través de sus odas y epístolas. Obras que hoy resuenan tan lejanas, sobre todo al ver las imágenes que circulan sobre el resort lujoso del Borgo Egnazia, en donde los líderes de la política negocian nuestros destinos.

Javier Milei en Bari

Es lógico pensar entonces que las grandezas de esa tierra que se ofrece al Adriático, en la región de Apulia (Puglia), son inspiradoras. Espalda contra espalda con la Magna Grecia, que mira a los Golfos de Nápoles y Tarento, las bellezas de Apulia, capitalizadas en Bari, son inconmensurables lecciones para la humanidad. 

Manfredonia, en Apulia. Fundada por Manfredi, el hijo ilegítimo de Federico II, la tierra que ambos habitaron.

De esta pequeñita y potente región de Apulia, bien al sur de Italia, justo cuando comienza el taco alto de la bota, provinieron muchos de nuestros antepasados, los míos y los de tantos otros hijos y nietos de inmigrantes italianos que supieron de desgarros y grandezas del pasado perdido y que subieron a los barcos para recuperarlas en América, con el mismo tónico de sangre, sudor y lágrimas que recomendaría Winston Churchill. 

Y esta tierra prometida del Cono Sur se las dio en creces y se las sigue dando, aunque hoy con más retaceos.

Una bolsa repleta de regalos

Bari, la capital de la región de Apulia, tiene apenas 42 kilómetros de costa y 327 mil habitantes. Aun con cifras tan pequeñas, sus encantos se suman a montones. Su historia se remonta en el túnel del tiempo hasta las eras de la Edad de Bronce, las tribus de los mesapios y luego los griegos invasores que llegaron desde luego atravesando el mar. De nada sirvió la batalla sangrienta de estas dos civilizaciones ya que tiempo después, ambas serían absorbidas por los romanos.

En increíble todo lo que un pedacito de Italia puede contener. Un mes sería escaso para recorrer Apulia, comenzando por el interior escarpado desde Ortona hasta Gallipoli, al sur, para luego volver a subir por el taco italiano de la ruta costera, desde Otranto hasta Térmoli y Vasto. 

Planificadores ejemplares, los romanos trazaron la Via Appia desde Roma hasta Bríndisi, la carretera de piedras que los llevaría hasta Oriente. Un futuro prometedor que también vislumbraron los bizantinos que llegaron con sus oropeles desde Constantinopla (actual Estambul), pero por la mano contraria, y que subieron hasta Venecia, en donde abrieron sus valijas repletas de mieles, sedes, dátiles, oros y perfumes de Oriente. 

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Una metáfora suntuosa de la historia interminable de guerras, tragedias y batallas que soportó la bella tierra pullesa disputada por normandos, anjevinos, árabes, aragoneses, otomanos, suabos del imperio austrohúngaro, y Borbones. Excepto Napoleón Bonaparte, muchos miraron Apulia con codicia.

Castel del Monte. Construido (1240-1250) en Apulia por el emperador suabo Federico II, es una de las majestuosas construcciones que dejó la arquitectura militar del medioeveo en la región del sudeste de Italia.

Otro de sus hijos más notables fue Federico II, el nieto de Federico Barbaroja, que nació en Foggia (neto puer Apuliae, “hijo de Apulia”) en 1194, quien ya desde la cuna tenía asegurado el título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Sicilia y Jerusalén, pero no el de stupor mundi (“asombro del mundo”). Su personalidad arrolladora superaba los estigmas de su tiempo. Tanto que Apulia fue su lugar en el mundo sobre todos los que tenía para disponer. 

Lo que Milei traerá de Bari

Aunque hoy, Bari suene a tierra de lujos mediterráneos, en realidad es tan rica en trigos y olivares como en castillos y catedrales, marcas de dominio cultural cuyo único artífice fue nada menos que Federico II. Los castillos de Monte, Florentino y Lucera son los mejores testimonios vivos de que Apulia era el lugar predilecto en donde el emperador suabo -y familia- quería terminar sus días, luego de sus cacerías militares y peleas con el Vaticano, para quien el rey era el Anticristo, sin más.

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Tras ese idilio suabo, el suelo de Apulia se ensombreció con las tempestades bretones y la rapiña de la casa de Anjou, seguidas por el largo bostezo borbónico que no dejó grandes cambios políticos ni culturales, al menos en comparación con el magnífico paisaje costero de terrazas cultivadas, promontorios poblados y nobles acantilados que tanto inspiraron a Federico II, cuyos terrenos impresionantes, vale decir, pueden visitarse.

En la región de Bari, entonces, en esta perlita del Adriático, puerto de conexión Entre Europa, Grecia, los Balcanes y Medio Oriente, faro de la fascinante historia de ascensos y caídas en pos del dominio de la cultura mediterránea, se encuentran Javier Milei y varios líderes mundiales, incluido el Papa argentino.

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El Presidente Javier Milei no debería regresar de Bari sin visitar al menos un lugar único, la hermosa basílica blanca y austera del románico que lleva el nombre de su santidad Nicola de Bari, y que atesora sus restos mortales desde el año 1087. Es un centro mundial de peregrinación, venerada en todo el mundo y curiosamente en demasía por los rusos, que no son todos “zurdos y ateos”.

Nicolás de Bari fue el santo que se disputaron turcos, griegos e incluso los venecianos. Finalmente, la fuerza del sur italiano triunfó y las reliquias del santo fueron trasladadas allí desde la sede turca en Myra.

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Nicola de Bari no era italiano sino turco. Había nacido en el puerto griego de Patara, Lycia, una región de la actual Turquía, en Asia Menor, en una familia cristiana de buena posición económica. Huérfano, su tío obispo lo internó en un monasterio y luego lo consagró sacerdote. Llegó a ser obispo de la ciudad turca de Myra. Peregrinó por Palestina y fue perseguido por el emperador Dioclesiano. En un viaje hacia Roma había pasado por la ciudad de Bari y expresó su deseo de que la sede terrenal de sus restos mortales fuera ese puerto de Apulia, mientras su alma flotaba por el cielo. 

A Nicolás de Bari se le atribuyen numerosos milagros, motivo que originó su mote más conocido, “Nicolás, el milagroso”. Su predicamento y la fe que despierta es tan amplia que el santo turco-italiano no sólo es el patrón de los navegantes, los comerciantes, los ladrones arrepentidos y los cerveceros sino también –vaya sorpresa- de los arqueros. 

Pocos datos históricos se tienen sobre su existencia, pero sí circuló la leyenda de su generosidad con los niños, a quienes les hacía regalos a escondidas. De allí que también sea el santo protector de la infancia. De él proviene la leyenda de Santa Klaus, que en muchos países no es sino San Nicolás, Sinterklaas.

En la tierra italiana de Apulia, tan generosa y repleta de inspiraciones, tal vez suceda un milagro y Javier Milei regrese con una bolsa repleta de regalos para los argentinos, que tanto lo necesitamos.

cp