Federico Merke es profesor asociado de Relaciones Internacionales en el Departamento de Ciencias Sociales y director de la Maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés (UdeSa), también es investigador del Conicet y docente del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, y se especializa en identidades políticas y política exterior, geopolítica, los derechos humanos, el cambio climático y la política internacional latinoamericana.
Licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador, con un Master of Arts en Estudios Internacionales en la Universidad de Warwick del Reino Unido y un Doctorado en Ciencias Sociales en Flacso, Merke participó esta semana de Agenda Académica, la sección de Perfil para que investigadores y docentes puedan difundir su producción académica en los medios masivos de comunicación.
—En La impetuosa irrupción del sur, un interesante libro que acaba de publicar junto a Juan Tokatlian, usted plantea que Asia, América Latina y África ganan protagonismo en un mundo fragmentado. ¿Cómo se definirá ese protagonismo en medio de lo que podríamos denominar como el superprotagonismo que ahora promete Donald Trump tras asumir este segundo mandato, marcado por la búsqueda de una nueva era de hegemonía para Estados Unidos?
—Es difícil asumir que el sur global va a tener una postura frente a la competencia entre China y Estados Unidos y frente al regreso de Trump a la Casa Blanca. Algunas encuestas de opinión que examinan la opinión pública en países del sur global muestran, curiosamente, algo de optimismo. Es mesurado, pero es algo de optimismo en torno al regreso de Trump. ¿Por qué ese optimismo? Porque muchos en el sur global sostienen que en las últimas décadas, los países centrales, los países del norte global, mostraron una dosis importante de hipocresía y de doble estándar. Ya sea frente al comercio, frente al cambio climático, frente a los derechos humanos o frente a la promoción de la democracia. Y les parece refrescante que venga un líder que no tiene hipocresía, que dice las cosas como son y que básicamente tiene una lógica transaccional y que en esa lógica transaccional se pueden entender con Trump. Ese es un poco el argumento. Pero no es algo que aparezca ciertamente en varios líderes, donde hay diferencias. Si uno mira cómo se posiciona Argentina frente al triunfo de Trump, es muy distinto a cómo se posiciona Brasil, Chile, Colombia o, incluso, en México, en donde ven más amenazas que oportunidades frente al triunfo de Trump. Entonces, es muy difícil pensar que el sur global va a tener una postura compartida. Me da la sensación que el sur global va a ser protagonista, en cierta medida, en relación a cómo China aprovecha el espacio que está dejando Estados Unidos en América Latina, en África y en Asia. En ver cómo China continúa ganando terreno en materia de comercio, de inversión y de vínculos geopolíticos. A veces tengo la sensación de que Trump parece ser esos empresarios que vienen a liquidar activos, y toman medidas drásticas para liquidar activos. Es un Trump que dice que va a cancelar tal programa, que va a recortar la ayuda a tal país. Trump está desandando programas de ayuda internacional, de cambio climático. Está deshaciendo programas que promueven la democracia, los derechos humanos, la transparencia y la justicia. Y los destinatarios de esos programas son países del mundo en desarrollo. Entonces, pensar que el mundo en desarrollo va a tener una acogida positiva a este desarme de programas, me parece que no es realista. Y me parece sí es realista pensar que ese espacio pueda ser ocupado principalmente por China o por la India, o incluso también por países de la Unión Europea. Entonces, veo un sur global que va a replicar en distintos grados de polarización y de fragmentación, al interior de ese gran colectivo que es el mundo en desarrollo. Yo creo que los países en desarrollo van a tratar de sacar el mejor partido de la relación con Trump y de la relación con Xi Jinping. Tengo la sensación que los países del mundo en desarrollo evitan tener que tomar una postura de alineamiento estricto con uno o con otro y buscan una relación pragmática con ambos polos, tratando de sacar el mejor partido en cada caso. En ese sentido, la experiencia del gobierno de Javier Milei es un poco exótica para lo que es el sur global. Hoy la Argentina, en términos oficiales, puede que sea uno de los países más alineados con el gobierno de Trump. Pero es la excepción que la regla: la regla es acomodarse pragmáticamente y tratar de sacar lo mejor de ambos polos.
![Milei y Trump](https://fotos.perfil.com//2025/01/23/900/0/milei-y-trump-1953767.jpg?webp)
—En Más allá de Bush. La estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos en la era unipolar, un trabajo publicado en el contexto de la nueva reconfiguración mundial tras la caída de las Torres Gemelas y el indiscutido ascenso de Estados Unidos, usted presenta un grupo de críticas centradas en la estrategia y las posibilidades de que la unipolaridad perdurara más allá de aquella administración de George Bush. ¿Qué similitudes y qué diferencias puede encuentra en aquél gobierno de Bush y este de Trump, ambos marcados por la manifiesta pretensión de unipolaridad?
—Es una buena pregunta, ya me había olvidado ese texto. La reacción de Estados Unidos a los ataques del 11 de Septiembre despierta una visión más imperial de Washington y una presidencia más imperial. Con una narrativa detrás que sostenía la postura de los neoconservadores. Y en esa narrativa de los neoconservadores estaba muy fuerte la idea de llevar la democracia y la construcción de Estados, la idea de la promoción de la democracia, principalmente, en Medio Oriente y Asia Central. La conclusión de esta gente era que se había acabado el juego transaccional de sostener países autoritarios a cambio de seguridad energética, para sintetizarlo. La idea de iniciar una lucha contra el terrorismo o la proliferación de arma de destrucción masiva. En esa mirada imperial había una idea de misión muy clara que era precisamente el cambio de régimen. Y eso instala una política internacional de Estados Unidos que dura hasta Biden, que podemos cifrar en la retirada de tropas norteamericanas de Afganistán. Ya Obama empieza a desandar ese camino, pero el que termina, en buena medida de ponerle fin a ese ciclo, es el gobierno de Biden. En este gobierno de Trump, en cambio, yo no veo una mirada civilizatoria. No veo una mirada de cambio de régimen. Veo un gobierno al que le interesa muy poco promover la democracia y los derechos humanos. Veo un gobierno que, sí probablemente tenga una actitud imperial, pero no en términos de valores, sino en términos de seguridad y de prosperidad. Me parece que en esos años de Bush hijo, no estaba para nada claro que la competencia era con China, que la competencia estratégica y geopolítica era China. El gran enemigo pasa a ser una entidad muy abstracta y global que es el terrorismo. Y no estaba claro que la competencia fuera una potencia ascendente como China. De hecho, en el 2001 es cuando China entra a la OMC y entra la OMC apoyada, auspiciada, impulsada por Estados Unidos. Desde Clinton para acá tenemos un gobierno de Estados Unidos que está promoviendo esa incorporación de China, bajo la idea de que una China que se abra al comercio es una China que va a ser más próspera, con ciudadanos más prósperos que van a empujar por un sistema político más abierto. Al cabo de poco más de veinte años, Estados Unidos cae en la cuenta de que esa incorporación de China al OMC no trae los resultados políticos que ellos esperaban, la convergencia política, lo que provoca en realidad es un shock chino, un shock exógeno chino hacia Estados Unidos, hacia el Occidente global, por decirlo alguna manera. Y eso genera una reacción muy negativa acerca de cuál es el espacio que está perdiendo Estados Unidos de poder y de prosperidad, que está perdiendo Estados Unidos en relación a China. Entonces, ese Bush tiene muy en claro una visión civilizadora y una lucha contra el terrorismo. Y este Trump no tiene en clara esa misión y pero tiene claro sí la competencia estratégica con China. Y son contextos distintos. Eso no quita, repito, que espere que tengamos noticias del lado de Washington que puedan ser interpretadas como imperialistas. Por ejemplo, la preferencia por Groenlandia, por renombrar un golfo, que parece menor, pero es simbólico, y el temor por Panamá. Si yo miro esa reacción de Trump, la lectura que él está haciendo es que el norte de Estados Unidos y el sur de Estados Unidos están empezando a ser penetrados geopolíticamente por China. O sea, el enemigo no es Canadá y México, el enemigo es la penetración de China en el norte y en el sur. Y para evitarlo, Estados Unidos tiene que ampliar su zona de seguridad, que incluye Groenlandia y que incluye el control del Canal. De ahí a invadir Groenlandia o invadir Panamá, me parece que hay un largo trecho, pero sí va a haber una presión para la reducción de la presencia china en Groenlandia y en el Canal. Y eso puede ser visto en términos imperiales.
"Veo a un gobierno de Trump al que le interesa muy poco
promover la democracia y los derechos humanos"
—En un muy inteligente paper, que usted escribió hace ya más de una década, titulado Identidades (in)válidas. El uso del “otro” en política exterior, ofrece una revisión crítica de dos conceptos y sus vinculaciones recíprocas: “identidad” y “política exterior”. A la vez que analiza la construcción de la identidad a partir de un discurso Westfaliano de relaciones internacionales, que estructura el campo de acción en torno a un adentro y un afuera. ¿Qué puede decir, en ese sentido, sobre la reedición del “otro”, ya sea inmigrante, musulmán, latino, africano, en los nuevos conceptos de polarización que la política exterior asume en un gran colectivo de gobiernos de extrema derecha que cobra fuerza en el mundo?
—Me parece que es una pregunta fundamental. Y por un lado, ilustra el hecho de que la división entre “nosotros” y “ellos” sigue siendo una característica estructural de la política internacional. En la única instancia en donde podría haber un “nosotros”, literalmente articulado en la comunidad internacional, sería frente a un evento catastrófico a nivel planetario o una invasión extraterrestre. Eso aparece mucho en las películas de ficción, en donde se que árabes y a judíos se abrazan, luchando contra el invasor extraterrestre. Pero, eliminando esos escenarios tan poco probables, es muy difícil pensar en un “nosotros” a nivel global. Es un ideal. En la práctica las identidades se constituyen en relación a un otro inferior, superior, distinto o similar. Y lo que veo en los partidos de derecha que se mencionan en la pregunta, o en colectivos de derecha muy articulados a nivel transnacional en Estados Unidos, en América Latina, y principalmente en Europa, es decir, claramente es un fenómeno occidental, ahí sí se aprecia esta redefinición de un “otro” que es amenazante por varios motivos. Amenazante, porque el inmigrante no viene de una cultura similar a la mía, es de una cultura muy distinta a la mía. Esto se ve claramente en Europa con los refugiados sirios, con inmigrantes de África del norte en general. Amenazante y además me trae una cultura distinta: quieren construir sus mezquitas, quieren rezar en la calle, quieren evitar determinadas leyes porque las consideran violatorias de su religión. Y eso implica una amenaza cultural en términos de quién soy o quiénes somos como país. Hay una amenaza en términos económicos percibida por la población de que el inmigrante es alguien que te puede robar el empleo, te puede quitar el empleo porque está dispuesto a trabajar por un salario mucho menor que el habitante local. Y también hay una amenaza percibida en términos de seguridad, de que el inmigrante no solamente trae una cultura distinta y una mano de obra barata, sino que trae droga, trae prostitución, trae crimen organizado y está dispuesto a vivir en base a eso en los países occidentales. Entonces, sobre eso a eso se suma algo que lo veo muy presente en Europa, un poco menos en Estados Unidos y un poco menos en América Latina, pero en Europa es algo muy firme, que es la ansiedad demográfica de pensar, de saber que están envejeciendo y saber que la tasa de reproducción es limitada para que Europa pueda crecer poblacionalmente. O sea, saben que están prácticamente condenados a la inmigración y piensan que esa inmigración que está llegando no les gusta. Entonces, tienen un problema que no tiene solución. Me parece que los partidos de derecha saben lo difícil que es terminar con este problema. Y los partidos de derecha intentan significar y representar ese problema, no tanto solucionarlo. Los votantes se acercan a esos partidos porque creen que esos partidos los entienden, entienden la preocupación y entienden la ansiedad demográfica, aunque luego no lo modifiquen. Es algo muy claro en el caso de Meloni, por ejemplo, que surge con un discurso muy duro frente a la inmigración, y sin embargo, los refugiados siguen llegando, los inmigrantes siguen llegando, porque Europa necesita inmigrantes. Mientras que en Estados Unidos, en el problema de la inmigración aparece también la dimensión cultural de una mirada, si se quiere, racista. La mirada de que es un inmigrante inferior al norteamericano. El grueso de de la inmigración en Estados Unidos en este momento entra por el sur del país. Y en términos económicos eso está más polarizado. Porque los granjeros y los productores en el sur quieren tener un inmigrante que puede entrar y salir según la temporada, para hacer la cosecha y volver a México, por ejemplo. Porque no encuentran estadounidenses que estén dispuestos a hacer ese trabajo. Y ahí aparecen lobbies, grupos de presión que están a favor de esa inmigración. Pero hay otros grupos, que son los sectores más industriales y que han sido castigados por el shock chino, por la globalización y por la robotización, que ven en el inmigrante como una amenaza al empleo. Y, por último, aparece un tercer problema, que es poblacional, porque Estados Unidos se está dirigiendo a un país en donde los blancos van a pasar a ser la primera minoría. Los blancos están perdiendo porcentaje de la población y perciben que si la tendencia continúa, la población blanca ya no va a ser mayoritaria, va a empezar a competir con otros grupos. Por eso aparece la reacción que se traduce en los grupos más duros, más racistas, más lo que se llama el supremacismo blanco. Son grupos que sostienen la conspiración del reemplazo, la teoría del reemplazo, la fantasía de que algunos quieren eliminar a la población blanca y reemplazarla por otra población. Y eso genera proclamas muy duras, que son la de los votantes de Trump. Trump sube con una agenda migratoria que es una de las principales obsesiones en el gobierno. Yo diría que hay dos o tres obsesiones, una es China y la competencia económica con China, y la otra es el tema migratorio. Y a los migrantes, Trump los asocia con la inseguridad, con la criminalidad, quizás con el empleo y también con términos culturales. De ahí surge la promesa a deportar millones de inmigrantes ilegales que hoy están en Estados Unidos. Se calcula que son 11 millones de inmigrantes ilegales. Por lo que las chances de deportar a toda esa gente son bajísimas. Una cosa es lo que prometió Trump y otra cosa es lo que pueda hacer. Porque lo que puede hacer está limitado por el capital humano, por los recursos, por aspectos legales que impiden que Estados Unidos pueda meter tanta gente en un avión y mandarla a otro país.
![Federico Merke Agenda académica 2025](https://fotos.perfil.com//2025/01/31/900/0/federico-merke-agenda-academica-2025-1958468.jpg?webp)
—En Argentina y un mundo fragmentado, usted advierte que la fragmentación geopolítica, la erosión del orden económico internacional y la aceleración de la transición energética demandan a que Argentina tenga una política exterior renovada, por lo que, se necesita estabilizar la economía, retomar el crecimiento y diseñar una política exterior que sea el brazo externo de una política de desarrollo. En muchos aspectos, Milei está transformando la política exterior argentina. ¿Qué es lo que usted más valora y lo que usted más cuestiona de la política exterior de Javier?
—Valoro dos cosas. Valoro la decisión de Argentina de ingresar a la OCDE. Quizás, no por los motivos en los que está pensando el Gobierno, pero yo creo que el ingreso a la OCDE dotaría a la Argentina de mayor previsibilidad y nos daría la oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos como Estado. Entrar a la OCDE es entrar a un club de países prósperos que comparten estándares, buenas prácticas, mucha información y mucho knowhow acerca de cómo es diseñar e implementar políticas públicas. Y para eso nosotros necesitamos conocernos más como Estado. Creo que la OCDE nos puede ayudar a ordenarnos como país. ¿Hay costos para hacer esto? Sí, los hay. Pero me parece que Argentina tiene que acomodarse y articularse para mitigar esos costos. Son costos financieros y costos políticos. También valoro el acuerdo Mercosur-Unión Europea. Tengo la sensación, y los expertos, en general, también coinciden, en que las oportunidades de crecimiento comercial a partir del acuerdo son escasas, son limitadas. ¿Qué estamos ganando, entonces? Estaríamos ganando estabilizar nuestra política comercial, generar previsibilidad, posiblemente atraer más inversión extranjera y solidificar un vínculo con la Unión Europea, que me parece un punto geopolítico clave eh en la competencia entre China y Estados Unidos. Si yo tengo que elegir entre China y Estados Unidos, elijo Bruselas, no elijo ni Beijing ni Washington. Creo que la invasión de Rusia a Ucrania generó una nueva discusión en Europa acerca de cuál era la dimensión geopolítica de los acuerdos comerciales. Hasta 2022, Bruselas veía el acuerdo con el Mercosur, fundamentalmente, a través del ente comercial y regulatorio. Me parece que a partir de la invasión Ucrania, agregan la dimensión geopolítica y Bruselas toma conciencia de que está perdiendo influencia en la región y eso motiva un acercamiento mayor hacia el bloque. Por el lado del Mercosur, veo que si esto no salía, entonces no salía nada, y las chances de una disolución del Mercosur, de un estancamiento permanente, eran altas. ¿Es el mejor escenario el acuerdo? Me parece que no. ¿Hay algo mejor? Me parece que tampoco. Lo mío es muy realista en ese sentido. Argentina venía negociando el acuerdo Mercosur-Unión Europea hace más de veinte años. Prácticamente todos los gobiernos tuvieron una actividad y posturas similares en el tema. Lo mismo, con el ingreso a la OCDE, que si mal no recuerdo comienza con el gobierno de Cambiemos, continúa con el de Alberto Fernández y sigue con el gobierno de de Miley. Por eso, esos dos aspectos son los que valoro. ¿Qué es lo que cuestiono? Todo lo demás. La política exterior de Milei se impulsa en la batalla cultural y eso es negativo. Es negativo para este gobierno y negativo para el país en general. Es la política exterior de un halcón en un país que no tiene los recursos para hacer eso. Es una política exterior miope y parroquial, que apunta a emitir señales a un grupo de líderes de derecha en donde Milei y se siente cómodo. Pero eso no es la mayoría del mundo y no es cómo funciona el multilateralismo. Me parece que el Gobierno le ha bajado mucho el precio al multilateralismo. Le ha bajado mucho el precio a la conversación en términos de cambio climático, de democracia, derechos humanos y de diplomacia multilateral. Argentina se ha retirado de la discusión en América Latina, se ha retirado de la discusión en lo OEA, en la Celac, ha dicho que no al BRICS. Y esa retirada va a costar mucho. Va a costar mucho recuperar esos espacios. En el G20 de Brasil, la Argentina tuvo un rol muy menor, firmó y al mismo tiempo que firmó cuestionó en parte lo que firmaba. La Argentina retiró a su delegación en la última Conferencia de las Partes en Azerbaiyán y fue algo inaudito, fue algo que nunca había ocurrido. Es una política exterior con externalidades negativas y con costos que todavía no estamos pudiendo conocer.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque intenta ofrecer a docentes e investigadores un espacio en los medios masivos de comunicación para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver con el objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en identidades políticas y política exterior, geopolítica, los derechos humanos, el cambio climático y la política internacional latinoamericana?
—A mí me apasiona conectar los puntos. Más que ser experto en puntos. Si yo fuera médico, sería un clínico. Sería un médico clínico. Tengo una fascinación por tratar de entender los sistemas globales, tratar de entender los ecosistemas, tratar de entender las redes y cómo se conectan los distintos temas entre sí y cómo se conectan los distintos países en esos distintos temas. Me gustan más el todo que las partes.