AGENDA ACADéMICA
Agenda Académica

Fabricio Ballarini: “Hay chicos que pasan más de seis horas con el celular y sufren un patrón de adicción”

El aprendizaje que se consolida a través de una sorpresa. Dónde se guardan los recuerdos en el cerebro. La importancia de la innovación educativa para mejorar la enseñanza. Y los problemas que provoca el uso excesivo de pantallas en adolescentes.

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Fabricio Ballarini. | Elena Obregon

Licenciado en Ciencias Biológicas, doctor y posdoctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Fabricio Ballarini se especializa en mecanismos moleculares de la memoria y su impacto sobre el aprendizaje. Investigador del Conicet en el Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias Doctor De Robertis, director del Departamento de Ciencias de la Vida en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y docente de “Neurobiología en la toma de decisiones” en el ITBA y de la Maestría en Neuroeducación en la Universidad de Barcelona, Ballarini participó esta semana de Agenda Académica, la sección de Perfil para que investigadores y docentes universitarios puedan difundir sus trabajos en los medios masivos de comunicación.

—En ¿Por qué recordamos lo que recordamos y olvidamos lo que olvidamos?, un muy interesante ensayo que usted publicó en 2016, se explica cómo funciona la memoria y por qué́ registramos ciertos recuerdos por sobre otros. ¿Qué sabemos sobre el funcionamiento de la memoria y por qué es tan importante investigar esa función de nuestro cerebro?

—Sabemos un montón, si lo comparamos con lo que sabíamos hace algunas décadas atrás, cuando no se conocía el mecanismo por el cual se bordaban los recuerdos. Sabíamos que estaban en el cerebro, pero no se sabía dónde se guardaban físicamente. En el Laboratorio de Memoria, donde yo me formé, veníamos estudiando un posible mecanismo de guardado de información y lo que descubrimos luego de bastantes años, es que guardamos información en las conexiones críticas, algo que ya se sospechaba. Lo que nosotros terminamos de delinear es el mecanismo por el cual se guardan los recuerdos. Parece una pavada, pero es genial, porque el cerebro puede discernir entre un recuerdo muy importante y un recuerdo trivial o rutinario. ¿Cómo sabe una neurona, que es la cara de tu hijo o la imagen de una alfombra? Si la neurona no tiene conciencia, si no sabe conceptos. Si es una célula. Pero tiene un mecanismo que le indica a esa célula qué es importante y qué no es importante. Eso es fundamental para nuestra vida, porque nosotros tomamos decisiones a partir de lo que recordamos. Y el que toma la decisión de recordar o no, es una célula especializada que está alojado en tu cerebro entre miles de millones de otras neuronas. Y nosotros encontramos el mecanismo por el cual el cerebro puede discernir entre cosas que tienen cierto valor y cosas que son descartables. Estudiamos el efecto de lo disruptivo, de la sorpresa, de la ruptura de la predicción. Y si uno se pone a pensar, muy fácilmente se va a dar cuenta que solamente se va a acordar de los momentos en los que pasaron cosas sorpresivas, emocionantes, tristes o muy alegres, pero cosas que uno no esperaba. Esas cosas son las que van a recordar. El resto de la vida se la olvidará. La rutina se descarta. Todas las mañanas yo tomo mates y no me acuerdo de todos los mates, pero sí me acuerdo de determinados momentos tomando mate. Nosotros pudimos encontrar ese mecanismo y descubrir cuáles son las cuestiones más moleculares. Pudimos encontrar cuáles son los neurotransmisores que activan esa neurona. Descubrimos que cuando uno hace algo por primera vez, genera una producción de proteínas adentro de esas neuronas específicas y esas proteínas, van ir a esas conexiones y van a consolidar ese recuerdo. Es fabuloso pensar que un recuerdo tuyo, que tiene treinta o cuarenta años, todavía sigue guardado. Por ejemplo, yo siempre pienso en los recuerdos que evocaba mi abuela, porque son recuerdos que tuvo guardados durante noventa años. Y eso sucede porque hay un mecanismo en sus neuronas que está sosteniendo esta información. Eso me fascina y es súper interesante.

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Chicos en escuelas en CABA
Ballarini realizó un experimento que demuestra que el aprendizaje se profundiza cuando está asociado una sorpresa.

—¿Usted quiere decir que el mecanismo que evita que todos seamos Funes, el memorioso, no se produce por un proceso propio de la psicología, sino de la física?

—Hasta hace poquito, la psicología o el psicoanálisis estaban en cajas separadas. La neurociencia investigó distintas ramas del cerebro y descubrió que el recuerdo está en un lugar físico. Por lo que podrías ir a destruir ese recuerdo. Es decir, técnicamente se puede hacer. Es muy sencillo. Pero es éticamente cuestionable. Se juegan un montón de de cuestiones que tienen que ver con la ética. Por ejemplo, una persona que sufre estrés post traumático, que no puede vivir porque cada vez que evoca se recuerdo se desencadena un nuevo trauma. Uno podría decir que es preferible apagarle esta región farmacológicamente o también se podría hacer de forma eléctrica. Es algo que tiene que ver con la ciencia pero se relaciones con la ética.

—En Educando al cerebro, usted da cuenta de investigaciones realizadas en el Aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires con el objeto de fortalecer a quienes enseñan; proveyéndoles herramientas derivadas de los avances en ciencia para mejorar sus habilidades en la enseñanza y el aprendizaje de sus alumnos. ¿Cuáles fueron los mayores alcances de esa investigación?

—Educando al Cerebro es un ONG que yo fundé, en esta desesperación por entender que en la ciencia hay mucha información relevante para el ámbito de educativo que no llega nunca a la opinión pública, porque los científicos le hablamos los científicos, porque los científicos publicamos en revista que son difíciles de leer porque están escritas en una jerga complicada y casi siempre en inglés. Porque vamos a congresos a los que solamente van personas como nosotros, y el conocimiento casi nunca llega a alguna estructura distinta. No llega ni los tomadores de decisiones, ni llega a la gente. Y estábamos estudiando esto en las escuelas y nos dimos cuenta de que era una cuestión recontra súper y simple de pensar. Si yo digo que la sorpresa desencadena que alguien recuerde algo con mucho más fuerza, intentamos probar la idea de enseñar y sorprender para consolidar ese aprendizaje. Eso lo probamos en un montón de escuelas. Fuimos a decenas y decenas de escuelas a hacer esos experimentos. Y fue alucinante. Descubrimos que si uno sorprendía a los chicos una hora antes o una hora después de un aprendizaje, ese aprendizaje era más fuerte. La sorpresa era una pavada total, era sacarlos del aula y presentarles una persona desconocida, o hacer una clase de música en medio de una clase de ciencia. Mi hermana es una artista muy famosa ahora, Coni. Pero en ese momento no era tan conocida y ya le gustaba la actuación. Entonces, íbamos con Coni al Aula Magna y ella se metía en medio de una clase de historia y contaba un chiste, de la nada. Y los chicos no entendían nada, porque Coni después se iba, como si no hubiera pasado nada. Y el profesor, que ya estaba al tanto de todo, seguía con su clase sin inmutarse. Y el experimento funcionaba porque el aprendizaje era más fuerte. Siempre vamos a recordar algo que tiene una sorpresa fuerte asociada a eso. Por ejemplo, todos recordamos dónde estábamos el 11 de septiembre de 2001, y lo podemos contar con todos los detalles. Pero no nos acordamos qué cenamos anoche. Y yo tenía una desesperación por ampliar este experimento. Entonces escribí en mis redes sociales que queríamos contactar a un actor para hacer un experimento en escuelas sobre el aprendizaje. Y se ofreció Nazareno Casero. Y se recontracopó con la idea. Estábamos en el Aula Magna y en medio de la clase con los estudiantes apareció Nazareno y empezó a improvisar un show, hacía que levantaba pesas como un mimo, y la gente no entendía nada. Pero les quedó grabado todo. De hecho, la semana pasada me escribió una persona que participó de ese experimento y se acuerda de todo y eso fue hace 12 años. Y me contó que se justificó la hipótesis que queríamos probar porque nunca se olvidó lo aprendido en esa clase. A mí me deja tranquilo eso, porque intentamos hacer un experimento en los lugares donde se necesita implementar la innovación educativa. Porque lo más interesante es entender lo que le pasa a esas personas en el cerebro.

—En Tiempo de pantalla, cognición y salud mental usted investigó el impacto que tiene el de pantalla en adolescentes y su efecto sobre la salud mental. ¿Cuáles son las conclusiones más alarmantes de esa investigación?

—Empezamos con esta idea de ir a hacer experimentos en las escuelas y eso repercutió en que las escuelas nos empezaran a presentar problemas que tenían. Y, a la salida de la pandemia empezamos a notar cierta ansiedad y depresión en los alumnos luego de la cuarentena. Y así surgió también el problema con los celulares, porque los docentes ya en 2022 nos decían que veían a los chicos mucho tiempo con el celular. Así que empezamos a medir el reporte de tiempo en pantalla de los celulares. Y empezamos a observar que los propios chicos se sorprendían de la cantidad de tiempo que estaban con el celular. Chicos de entre 12 y 15 años y ellos mismos decían: “¡No puede ser!”. Y lo que veíamos es que cuanto más años tenían, más tiempo estaban con la pantalla, una hora más por día por cada año de edad. Primero el promedio eran tres horas, después cuatro o cinco horas y llegamos a seis horas con los chicos de 17 años. Es mucho tiempo, si lo pensás en forma anual, es como si agarraras el celular a principio de año, cuando estás brindando por Año Nuevo y lo dejás a mediados de abril, es una relación enorme. Y empezamos a ver que dentro de esas seis horas, la mitad del tiempo la pasan en TikTok, y eso es un consumo muy ocioso porque tiene un algoritmo que te da lo que vos querés ver, por lo que es muy difícil salir. Entonces empezamos a comprobar que hay chicos que pasan más de seis horas con el celular y sufren un patrón de adicción. Y notamos que, sobre todo las mujeres más jóvenes tienen un mayor grado de auto percepción de la ansiedad. También descubrimos que después de seis horas y media en promedio de uso del celular, aparece otro problema: la falta de motivación para hacer otra cosa. Pero observamos que hay, por lo menos, dos factores que permiten alejar al celular de los chicos para prestar atención. Un factor muy fuerte es la actividad física. Cuando los chicos hacen actividad física varias veces por semana, pueden estar menos tiempo frente al celular. Y el segundo factor es la problemática de ansiedad y de depresión por el uso de redes está más marcada en las mujeres que en los varones.

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Ballarini realizó estudios que demuestran que los recuerdos se consolidan en el cerebro mientras se está durmiendo.

—En Impacto de la siesta sobre la memoria usted analizó el efecto de las siestas en las escuelas y su relación con el rendimiento académico. ¿Qué es lo que más le sorprendió de esa investigación?

—Esta investigación la encabezó El Laboratorio de la Memoria del ITBA y yo estoy como colaborador. Nosotros veníamos de publicar un paper que no tiene que ver con esto, pero es una locura total. Lo que analizamos ahí es que cuando uno duerme, pasan cosas. No es que descansa el cuerpo y nada más, sino que el cerebro sigue muy activo. Cuando se está durmiendo, se consolidan los recuerdos. O sea, mientras dormís, se consolidan las conexiones que vos generás mientras estás despierto y otras se van descartando. Entonces, necesitás dormir para consolidar lo aprendido. El primer consejo para una persona que quiere estudiar es no estudies toda la noche. Si tenés el examen al otro día, dormí lo mejor que puedas. Porque en ese momento, aunque no parezca, tu cerebro guarda toda la información. Y es bastante conocido en la ciencia que en los primeros minutos después del sueño, durante la primera hora de y media de sueño, somos vulnerables a situaciones externas. Si escuchás un ladrido de un perro, eso se te mete en el sueño. Se te meten ideas en cerebro. Entonces lo que hicimos fue poner olor en una clase. Lo hicimos con esos aparatos que largan olor y lo llevamos a una escuela secundaria. La maestra estaba dando clases de historia y a cada rato salía el perfume. Y a la noche, le pedimos a los padres de los chicos que les pongan la misma fragancia en las habitaciones. Y lo que descubrimos es que el olor quedó vinculado al recuerdo de la clase de historia. Y esos recuerdos se guardaron juntos y se consolidó más el recuerdo de la clase de historia. Era una pavada pero nos permitió abrir la puerta. Tengo que estudiar algo, entonces pongo un perfume mientras estudio y dejo ese olor en mi habitación cuando duermo para que el recuerdo se consolide. Y eso nos abrió la posibilidad de hacer más trabajos sobre sueño en las escuelas. Y lo empezamos a estudiar las siestas cortas, de aproximadamente 15 o 17 minutos. En algunos casos los chicos no se logran dormir, pero tienen toda la predisposición para descansar. Es lo que nos hacían en jardín, nos hacían dormir una pequeña siesta y suponíamos que era solo una cuestión de relajación, pero no: tiene mucho sentido a nivel neurocientífico. Descubrimos que cuando los estudiantes duermen una pequeña siesta y aprenden algo inmediatamente después, ese aprendizaje es mucho mejor. Nosotros estamos haciendo innovación educativa completamente corruptiva porque nadie, nadie piensa en sorprender a los alumnos antes o después de de una actividad o ponerle un perfume o que duerman una pequeña siesta para ver si logran un mejor aprendizaje. Es bueno entender cómo funciona el cerebro, qué le gusta y qué no le gusta para dar esas herramientas a la escuelas y moldear la educación a las preferencias de cómo guardamos información.

—¿Qué le gusta y que no le gusta al cerebro?

—Al cerebro le gusta sorprenderse porque le genera ese estímulo de curiosidad. Obviamente, le gusta el ocio. Pero estar mirando una pantalla con brillo y sonidos también le genera estrés y el estrés no le gusta. No dormir bien, tampoco le gusta al cerebro. Lo mejor que podemos hacer para estimular al cerebro es dormir bien. No le gusta al cerebro estar muy mal, muy angustiados por una situación que no se puede solucionar y que vos estés todo el tiempo pensando en eso. Sí le gusta al cerebro la lectura, que es un hábito recontra lúdico. Y la actividad física también le gusta. No digo que tengamos que ser un atleta. No es necesario correr una maratón, pero sí salir a caminar, jugar a la pelota o pasear en bicicleta.

—Esta sección se llama Agenda Académica porque propone brindarle a docentes e investigadores un espacio en los medios masivos de comunicación para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con el objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en los mecanismos moleculares de la memoria y su impacto sobre el aprendizaje?

—Yo no sabía qué estudiar. Estudié Arquitectura porque mi papá era arquitecto. Pero me sentí muy frustrado cuando no me fue bien en la carrera. Y me noté en Biología sin entender muy bien lo que hacía un biólogo o lo que hacía un científico. No sabía. Pero tuve, de casualidad, a Adrián Paenza como profesor en una clase de Matemática. Era un divulgador, una persona que venía del básquet y que hablaba de fútbol. Pero en esas clases me volví loco. Era una clase de análisis matemático para seis personas, un martes a la mañana. Matemática para biólogos, era como que te manden a calabozo, era como enseñar matemática casi para estúpidos. Pero esas clases me volvieron loco. Eran increíbles las comparaciones y los ejemplos que traía Paenza. Y ahí encontré una vocación, la vocación no solo de generar e ir a buscar conocimiento, sino de transmitir ese conocimiento a las personas que no lo tienen. Porque eligieron otra carrera o porque no tuvieron la oportunidad de acercarse a ese conocimiento. Porque tenemos que entender que la pirámide académica argentina se estrecha muy finito en la cúspide de los universitarios. Somos muy pocas las personas que pudimos ir a en la universidad y estamos sostenidos por un montón de gente que no pudo ir. Así yo pude encontrar en el sentido académico ese rol de hacer un esfuerzo para que más personas puedan disfrutar o les genere curiosidad los descubrimientos científicos.

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