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A 50 años de la muerte del general

Los últimos 100 días de Perón: el viaje que no debió haber hecho y marcó el principio del fin

El 6 de junio de 1974, Perón viajó a Paraguay a cumplir con una "deuda de gratitud". Fue un periplo agotador en el que se expuso al frío y a la llovizna, con una salud delicada al extremo.

Perón y Stroessner
Perón y Stroessner | Colección César Gotta - UBA

Entre los recuerdos que el cardiólogo Carlos Seara atesoró de su viaje a Paraguay con Juan Domingo Perón, el último del general antes de morir, está el de una Biblia que un custodio le mostró cuando volaban en helicóptero y que tenía una sorpresa en el interior. Era un fachada de Dios, aunque la sorpresa quizá no era tanta, tomando en cuenta el contexto.

Sin embargo, por la forma en que lo cuenta el médico, lo más impactante fue lo que sucedió un rato más tarde a bordo del barreminas Neuquén, el buque de guerra que llevaba al general y su comitiva hacia Asunción. Tan fuerte, que al médico y al propio Perón los dejó en silencio.

Seara era muy joven, apenas tenía 29 años, y fue el único integrante de la guardia permanente de Perón que lo acompañó en ese viaje. En el libro Perón: Testimonios médicos y vivencias, narró los interrogantes que lo asaltaron en aquel momento sobre los riesgos del periplo al que se iba a someter a un hombre con su salud al límite.

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“Yo vuelvo a recordar lo que pensé en aquel momento. Si se quiere hacer viajar al Paraguay a alguien que tiene 78 años, cuya salud está en tan delicado equilibrio, en invierno, ¿cómo lo mandan?, ¿cómo va? Es obvio que esto nunca lo voy a saber, ni tampoco si Perón planeó ese viaje o lo programó alguien más, pero para mí debió ser: Aeroparque, avión, Asunción del Paraguay, a tres metros de la puerta del avión, en Asunción, un auto con calefacción, y de allí al hotel Guaraní, que era el destino final”, escribió.

Pero no ocurrió de esa manera. El médico va relatando al detalle cómo fue la sucesión de hechos a lo largo de aquel 6 de junio de 1974, el del último viaje de Perón, el que no debió haber hecho.

La comitiva llegó al aeropuerto de Formosa, donde hacía mucho frío y lloviznaba. Perón estuvo expuesto casi media hora a las contingencias del clima, porque debió pasar revista a las tropas. “De allí, para mi sorpresa, subimos en dos helicópteros. En uno iban Perón y algunos miembros de la comitiva, como López Rega, y en otro íbamos el doctor Cossio, algunos miembros de la custodia y yo. Los helicópteros eran buenos pero se filtraba mucho el frío”, cuenta Seara.

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Lo helicópteros no volaron directamente hacia Asunción, sino que aterrizaron en Puerto Pilcomayo, donde, en la base de la Armada, Perón tuvo que cumplir otra vez el protocolo, expuesto al mal clima. Estaba signado que ese día el Presidente iba a viajar en todos los medios de transporte posibles. Auto desde Olivos al aeropuerto; avión hasta Formosa; helicóptero hasta la base, y ahora el momento de embarcar en el barreminas Neuquén, para el tramo final.

La comitiva era importante y el buque no estaba preparado para llevar civiles: iban todos apretados. Durante esa navegación de una hora, el médico de guardia de Perón presenció unas escenas que guardó para siempre. En el talud de la ribera del río Paraguay, una verdadera masa humana esperaba al general argentino.

“Yo estaba mirando todo esto desde el puente del barreminas, cuando aparece Perón solo, se para al lado mío y empieza a mirar a la gente. Eran paraguayos, argentinos, la verdad es que no lo sé, pero era un espectáculo de masas escalofriante que abarcó aproximadamente tres kilómetros. Perón los saludaba en silencio con una mano. Entonces se me ocurrió decirle: ‘General, ¡qué momento éste!’ Y me respondió: ‘Sí, la verdad es que sí, qué cosas tiene la vida.’ Y nos quedamos en silencio mirando a la gente mientras entrábamos al puerto de Asunción.", cuenta Seara en su libro.

Discursos bajo el frío y la llovizna

Después vino lo más problemático para la salud del viejo general. El discurso de su anfitrión, el dictador Alfredo Stroessner fue interminable y se desarrolló bajo la llovizna, con unos tres grados de temperatura. A su turno, Perón fue más breve, pero el tono fue épico: “Acuden a mi espíritu las imágenes de mi viaje de 1954, cuando llegué como portador de las reliquias que mi Patria ofrecía al Panteón de los Héroes paraguayos (…). Esa evocación va unida al homenaje que el pueblo argentino testimonió, por mi intermedio, a una de las mayores figuras de vuestra historia, el mariscal Francisco Solano López, cuyo nombre sagrado es reverenciado también por los argentinos”.

La travesía de Perón al país vecino era muy importante para él. Obró como una prueba el agradecimiento a Stroessner, que le había dado asilo político después del derrocamiento de 1955, 19 años antes. En la recepción de gala en Asunción el propio general argentino resaltó su “deuda de gratitud”.

Perón en Paraguay
Perón con Stroessner en Asunción

Ese día a Perón lo condecoraron con el Collar Mariscal Francisco Solano López, el presidente de Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza. “La política internacional argentina se orienta hacia la integración de los pueblos y las naciones de América. Las uniones regionales y continentales facilitan el progreso económico y el bienestar de los pueblos, y promueven la paz entre las naciones”, dijo el general argentino, que ese día visitó el Palacio Legislativo y la Corte Suprema de Justicia.

El historiador José María Rosa, quien había cumplido funciones como embajador argentino en Paraguay, explicó tiempo después que el viaje de Perón era necesario para encarrilar la relaciones enrarecidas por la llegada al Gobierno del canciller Alberto Juan Vignes, de inclinación pronorteamericana. Rosa, que había dejado su puesto con el arribo de Vignes, contó que él mismo había aconsejado a Perón que hiciera este viaje.

Aquel 6 de junio, a la tarde, Perón fue hasta un cementerio para visitar la tumba de un amigo, Rigoberto Caballero, dirigente del Partido Colorado que lo había alojado en su casa de Villarrica en los tiempos del exilio. Después empezó la preparación para la recepción de gala, con todos los participantes de frac, en el aristocrático Palacio López.

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Seara no se despegaba de Perón: debía actuar enseguida si pasaba lo que podía pasar, o mejor dicho, en algún momento iba a pasar, y de hecho empezó a suceder pocos días después.

Contó en su libro: “Cuando volvimos de la recepción, si yo, que jugaba al fútbol dos veces por semana y tenía 29 años, estaba exhausto, no puedo imaginar cómo estaría Perón. Pensé que quizá la tensión fuera la razón de mi excesivo cansancio, pero parece imposible que todo esto, el frío, la duración del viaje, la exposición a la llovizna, etc., no le haya hecho mal. Creo que los acontecimientos posteriores demostraron que este viaje fue altamente perjudicial”. Esa noche, el médico durmió en la habitación al lado de la de Perón, con la puerta entreabierta.

Lógicamente que esos tiempos pegado a una figura de la dimensión de Juan Domingo Perón llevaron al médico a acumular un anecdotario profuso. De aquel viaje e Paraguay apuntó la extraña situación que vivió en el helicóptero, cuando vio que uno de los custodios de José López Rega, el secretario privado de Perón, tenía una Biblia, que era más bien un cofre, hecho de madera, que no tenía nada que ver con las Sagradas Escrituras. Cuando el custodio la abrió se dejó ver un revólver Magnum. “Y sí, doctor, hay que estar atentos”, le dijo el custodio al médico.

 

"Ya no hubo forma de manejarlo"

“Lo vimos disneico, pálido, ojeroso, demacrado, al borde de un grave colapso". Esa fue la impresión de Jorge Taiana cuando vio al general desembarcar del Tango 01 en Aeroparque Lo reveló en su libro El último Perón. Testimonio de su médico y amigo. día, Pedro Cossio, también médico de cabecera del Presidente, le dijo aquel 7 de junio e 1974: "Conducen al General a las puertas de la muerte”.

El cardiocirujano Domingo Liotta, secretario de Salud durante el último gobierno de Perón, recordó unos años después ese viaje a Paraguay, todavía lamentando sus consecuencias: “Lo tuvieron un día en entero, con el frío que hacía en la cubierta de la cañonera y llegó acá y se descompensó, una afección respiratoria grave que enseguida se empezó a complicar con una insuficiencia renal, con fiebre y entonces ya no hubo más forma de manejarlo. Estuvo enfermo como diez o doce días, realmente mal”.

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Aquel viaje que Perón nunca debió haber hecho se dio en el medio de una fuerte agenda de actividades que el general llevó adelante hasta que no tuvo otra opción que el reposo absoluto. Dos días antes, había recibido en la Casa Rosada al expresidente Arturo Frondizi, para analizar la marcha del gobierno.

De nuevo en Buenos Aires, el 8 de junio, Perón recibió al líder radical Ricardo Balbín, también en la Casa Rosada. El 10, inauguró la reunión de cancilleres de la Cuenca del Plata. Y el 11 de recibió a Monseñor Raúl Primatesta para transmitirle un mensaje de unión.

Apenas dos días después, llegaría el último baño de masas en Argentina, y esta vez, sí, la despedida.

 

LT