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Sangriento atentado

Los muertos del comedor policial comienzan a descansar en paz

Por primera vez, un gobierno democrático autorizó a la Policía Federal a recordar a los 23 muertos y 110 heridos por la bomba de Montoneros en el ataque más sangriento de los 70. Cómo fue el atentado terrorista del 2 de julio de 1976, a comienzos de la dictadura.

Atentado comedor policía
Atentado comedor policía | CEDOC Perfil

El sargento de guardia Oscar Domínguez caminaba sin apuro hacia la salida del edificio cuando vio reflejado en el vidrio del portón un fogonazo que le pareció de color azul eléctrico; la aureola diabólica de una bola de fuego que avanzaba desde el comedor devorando todo: cuerpos, mesas, sillas, armarios, pedazos de mampostería y hasta el escritorio del personal de vigilancia. Domínguez no tuvo ni tiempo de darse vuelta y fue arrastrado también él por la onda expansiva de la bomba montonera, que arrancó el portón de cuatro metros de alto por seis de ancho como si fuera de cartulina y deglutió a los agentes Víctor Flores y Hugo Biazzo, que, parados en la vereda, custodiaban el ingreso con postura marcial.

El portón de madera, hierro y vidrio voló por encima de la calle Moreno al 1400, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, y quedó estampado en la fachada de mármol del edificio de enfrente; Domínguez rebotó contra el portón, dio otra vuelta en el aire y cayó sentado —ya inconsciente— en diagonal a la sede policial; Flores y Biazzo fueron arrastrados varios metros y también terminaron despatarrados, Flores cerca de Domínguez, en la vereda de enfrente, y Biazzo en el medio de la calle, junto al agente Roberto Palacios que acababa de salir de la Superintendencia de Seguridad Federal para buscar el auto de uno de sus jefes cuando escuchó la fuerte explosión y se vio tirado al suelo y puesto a rodar por la impiadosa onda expansiva.

También el agente Julio César Yusso terminó tirado en la calle, junto a Biazzo y Palacios; Yusso viajó en la bola de fuego desde una mesa ubicada en la tercera fila del sector derecho del comedor; a la una y veinte en punto de la tarde del viernes 2 de julio de 1976, en plena dictadura, Yusso terminaba el postre —un Vigilante: dulce de membrillo y queso Mar del Plata— cuando fue levantado de la silla por la rotunda explosión que cambiaría la vida de todos ellos y de sus familiares, amigos y colegas.

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De la bola de fuego solo se salvó la imagen de la Virgen de Luján, patrona de la Policía Federal, entronizada muy cerca del techo, a unos tres metros del portón de ingreso. La Virgen de cerámica no se cayó, ni siquiera se movió; atravesó indemne aquel infierno.

Masacre en el comedor
Ceferino Reato junto al reloj que marca la hora exacta del atentado: 13:15. El mismo cuelga de la columna al lado de la cual fue dejada la bomba.

Ciento diez heridos y veintitrés muertos fue el saldo total del peor atentado guerrillero durante la sangrienta década de los 70, el más devastador ataque contra una sede policial en todo el mundo. Y el más cruento en la violenta historia de Argentina hasta el atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) el 18 de julio de 1994.

La bomba de Montoneros dejó incluso más muertos —una persona más— que la voladura de la embajada de Israel en la Argentina, el 17 de marzo de 1992.

Entre los heridos, los casos de Domínguez, Flores, Biazzo, Palacios y Yusso no fueron los más graves. Varios policías sobrevivieron con graves mutilaciones; algunos, postrados para siempre. Seis cadáveres quedaron destrozados, irreconocibles a simple vista: carbonizados; sin brazos ni piernas; decapitados o con la cabeza apenas colgando y convertida en una masa sin forma.

Todo eso por las características del artefacto explosivo utilizado contra la fortaleza de la Inteligencia policial: una “bomba vietnamita”, del tipo Claymore: además de entre cinco y siete kilos de trotyl, cargaba bolas o postas de acero que salieron disparadas como una metralla, que agujereó cuerpos, maderas y paredes, junto con los tenedores, cuchillos, platos, vasos, botellas, bandejas, y hasta la caja registradora y las patas de las sillas y mesas del comedor, que también salieron volando para todos lados.

Javier Milei participó del Homenaje a los Policías Federales Caídos en el Cumplimiento del Deber

Es que este tipo de bombas no solo buscaba matar sino también despedazar los cuerpos. Ya lo indica el nombre con el que fueron bautizadas: Claymore eran las temibles espadas de doble filo, que pesaban un kilo y medio y debían ser manejadas a dos manos por los guerreros de las tierras altas de Escocia contra los invasores ingleses durante la Edad Media.

Diecinueve de las víctimas fatales murieron en el acto y sus restos fueron ordenados y numerados menos de tres horas después del ataque, a las cuatro y cuarto de la tarde de aquel viernes de tanta sangre y tanto dolor, en una sala contigua a la farmacia del Churruca, cada una con un número escrito a mano atado al dedo gordo de uno de sus pies; las otras cuatro personas fallecieron entre cuatro y ocho días después en el hospital policial a causa de las gravísimas heridas recibidas.

Entre los veintitrés muertos en el comedor de la calle Moreno 1417 hubo cinco mujeres. Una de ellas fue la única persona que no pertenecía a la policía, la única víctima civil: Josefina Melucci de Cepeda, de 42 años, casada, tres hijos, que trabajaba en la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales, y aquel viernes fue a comer con su amiga, la sargenta María Olga Pérez de Bravo, que también falleció.

Es que, si bien la mayoría de los comensales solían ser policías, iban también empleados de comercios y empresas de la zona. Por ejemplo, de Suixtil, que estaba en la esquina y fabricaba trajes, camperas, camisas y corbatas, y donde los suboficiales y oficiales podían abrir una cuenta corriente a sola firma. También de YPF, ESSO y algunos bancos, como el Nación.

Montoneros: ordenan reabrir la causa por el atentado al comedor de la Policía Federal

Montoneros afirmaba que buscaba eliminar preferentemente al personal superior de la Policía Federal, en tanto “centro de gravedad” de la represión ilegal de la dictadura, pero de los veintitrés muertos solo dos eran oficiales y de muy baja graduación. Siete de las víctimas fatales ni siquiera cumplían tareas policiales: el encargado del comedor, el cajero, un mozo, un enfermero, un bombero, un suboficial retirado que estaba haciendo su changa de repartidor de pan y “Fina” Melucci de Cepeda, empleada de YPF.

Es que, por lo general, los jefes no iban al Casino, que es como los policías llaman al comedor; almorzaban en sus despachos o en algún restaurante de Monserrat, San Telmo, Congreso o el Microcentro, o volvían a comer a sus casas ya que tenían horarios más flexibles.

A pesar de que fue el atentado más sangriento en la historia del país hasta la AMIA, nunca fue investigado por la Justicia. Todas las instancias judiciales coincidieron en que el ataque no debía ser ni siquiera investigado porque había pasado demasiado tiempo y, en consecuencia, estaba prescripto. No fue considerado un delito de lesa humanidad, como solicitaban los abogados de algunas de las víctimas del estrago, sino un delito común.

No solo permanece impune, sino que, hasta mi libro Masacre en el comedor, publicado en 2022, no se sabía bien cómo había ocurrido ni quiénes habían sido sus autores: no existía ningún libro —periodístico o histórico— ni, obviamente, ningún documental o película. Ni una placa en la ciudad de Buenos Aires tienen esas víctimas ignoradas.

Este año, a 48 años del atentado y gracias al cambio de gobierno, la Policía Federal pudo brindar un homenaje a las víctimas y sus familiares en el lugar del atentado, donde fue inaugurada un monumento y entronizada la imagen de la Virgen de Luján que sobrevivió al ataque terrorista.

El presidente Javier Milei
Javier Milei y Victoria Villarruel durante el Homenaje a los Policías Federales Caídos en el Cumplimiento del Deber.

En realidad, la Policía Federal siempre tuvo muy presente el ataque —de hecho, el 2 de julio de cada año se recuerda a todos los policías “caídos en el cumplimiento del deber” en el monumento ubicado en la avenida Figueroa Alcorta—, pero los distintos gobiernos que se sucedieron desde 1984 no quisieron o no se atrevieron a homenajear específicamente a los muertos y heridos en el comedor.

Desde un punto de vista estrictamente militar, la voladura del comedor fue una perfecta operación de Inteligencia protagonizado por un infiltrado audaz, un jefe perspicaz, una escueta pero eficiente red de apoyo y una cúpula montonera lanzada a una ofensiva militar contra la policía, que reveló la facilidad con la que Montoneros había logrado penetrar nada menos que en la fortaleza de Seguridad Federal, el núcleo duro del dispositivo organizado desde hacía una década y media para vigilar, infiltrar, controlar y reprimir a los grupos guerrilleros, no solo en la capital del país. 

El autor material del ataque fue José María Salgado, Pepe, un joven agente de policía de 21 años que también estudiaba Ingeniería Electrónica en la Universidad de Buenos Aires. Los Salgado eran una familia de clase media alta que vivía en una casa de dos plantas en Olivos; el papá era abogado con un estudio muy activo en la zona de Tribunales, y la mamá, profesora de Ciencias, aunque no ejercía; su tío, Enrique Salgado, era general.

Pepe Salgado se fue convirtiendo en uno de los recursos principales del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros, donde el hombre clave era el famoso periodista y escritor Rodolfo Walsh, Esteban, hoy un personaje de culto para muchos intelectuales y políticos, homenajeado con cátedras, premios, monumentos, plazas, calles, escuelas, centros de salud y hasta barrios enteros, en todo el país.

Walsh, autor de Operación Masacre y de otros libros magistrales, era el “responsable” de Salgado ya que estaba a cargo de los montoneros infiltrados en el Ejército, la Marina, la Aeronáutica y la policía, entre las múltiples tareas que desempeñaba este verdadero hombre orquesta de la guerrilla, que, además, antes de morir hace cuarenta y cinco años a manos de un grupo de tareas de la Marina, dejó un legado escrito que sugería un drástico cambio de táctica para llegar al poder, que incluía el reconocimiento de “la derrota militar”, el “abandono del terror individual” y la apropiación de la “bandera fundamental de los Derechos Humanos”.

Masacre en el comedor
Monumento colocado en la entrada del comedor atacado. - Imagen de la Virgen de Luján que sobrevivió al ataque y fue entronizada a la entrada del edificio de Moreno al 1400.

La secuencia sobre la colocación de la bomba vietnamita parece de película. Salgado fue a comer al Casino de Seguridad Federal con su maletín Primicia negro de siempre; no se pudo sentar en el lugar que quería y tuvo que conformase con una mesa cerca de las dos columnas centrales del edificio. El mozo que lo atendió recordó que unos minutos antes de la explosión que lo depositó no muy suavemente en la puerta del comedor, Salgado se levantó de la silla, dejó sobre la mesa —sin tocarlo— el plato de carne al horno con papas que él acababa de servirle, y caminó hacia la salida del comedor, como si fuera a saludar a algún conocido. Hasta se levantó sin su sobretodo, que quedó plegado sobre el respaldo de la silla donde había apoyado su maletín en el que cargaba la bomba.

Con la cúpula de Montoneros, el vínculo del servicio de Inteligencia e Informaciones era directo, a través de la secretaría Militar de la Conducción Nacional, a cargo del comandante Horacio Mendizábal, Hernán, que, a su vez, reportaba a Mario Firmenich y al número dos, el comandante Roberto Perdía, Carlos o Pelado.

Perdía aseguró que habían evaluado cuáles serían las represalias de la dictadura antes de autorizar el atentado que mató al jefe de la Policía Federal, el general Cesáreo Cardozo, el viernes 18 de junio de 1976, y la voladura del comedor, apenas dos semanas después.

“La esencia del enfrentamiento no es tanto la muerte como la quita de la voluntad de combatir. La apuesta era, con esos atentados, quitarles la voluntad. Pensábamos que la represión salvaje podía pararse de alguna manera con operaciones que les produjeran un daño importante”, señaló Perdía, recientemente fallecido.

 

Ceferino Reato es periodista y escritor, autor del libro "Masacre en el comedor"

 

LT