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¿Javier Milei se dio un golpe? Más bien un porrazo

Este gobierno, el de Javier Milei, comenzó a pudrirse desde adentro hacia afuera. Básicamente, su corrupción nada ha tenido que ver con el dinero, ni con presiones sociales o graves tensiones económicas, ni con su fragilidad institucional sino, por el contrario, con el poder. Ha sido su noción del poder, y las formas en que lo ha ejercido, lo que lo perdió.

Milei
Hernán Madera: "El Gobierno celebra los conflictos como los de la última marcha porque refuerzan su narrativa de confrontación" | Cedoc

La corrupción de los regímenes políticos es algo que ha intimidado, y fascinado, a los hombres desde, por lo menos, Aristóteles. Con el paso del tiempo, el desarrollo institucional dio lugar a una diferenciación más clara entre regímenes y gobiernos, y la atención se dirigió, también, a la corrupción de los gobiernos. Este gobierno, el de Javier Milei, comenzó a pudrirse desde adentro hacia afuera. Básicamente, su corrupción nada ha tenido que ver con el dinero, ni con presiones sociales o graves tensiones económicas, ni con su fragilidad institucional sino, por el contrario, con el poder. Ha sido su noción del poder, y las formas en que lo ha ejercido, lo que lo perdió.

Puede ser que los muertos que yo estoy matando gocen de buena salud. No me importa. Si me equivoco, lo aceptaré con la frente alta. En tiempos inciertos, la única forma de no equivocarse es el silencio.

Mientras esperamos a ver qué pasa, sostengo que, desde diciembre de 2023 hasta ahora, incluyendo la tenebrosa jornada del 12-03 en el Congreso y aledaños, la oposición política, corporativa, sindical, social, asociativa, etc., no consiguió hacer absolutamente nada para debilitar a Javier Mielei, al mileísmo o al gobierno. Las marchas universitaria y LGTB, muy meritorias, sirvieron para ponerle un freno, pero no lo debilitaron en lo más mínimo. Si el boxeador “mejor de la historia” está hoy visiblemente magullado, algo debilitado (no se sabe cuánto) y, sobre todo, con las pústulas de corrupción política cada vez más visibles, los golpes que lo explican se los ha dado él a sí mismo. Se puede comprender que en ese trance un gobierno se ponga frenético, porque debe ser desesperante pelear – como algunos personajes de Shakespeare – contra sus propios fantasmas. Le cuesta entender que es el único enemigo efectivo de sí mismo.

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Tomemos apenas acontecimientos recientes. La obcecación en nominar al juez Lijo y su empleo de un DNU para ello, los discursos en Davos, en especial el último; la incondicionalidad de las relaciones carnales con Trump (no ya, siquiera, con el gobierno de los Estados Unidos); el criptogate y su expresivo apéndice que tuvo a Santiago y a Jonatan por primeras figuras; los carteles callejeros de Benegas Lynch university; la resolución oficial que cataloga a las personas con discapacidad mental como “idiotas” y “retardados”; el turbio episodio de sujetos portados por valijas que pasan sin el menor control; el trato bestial que Milei dispensa a los colaboradores que expulsa (y que no le habían mostrado ni un miligramo de deslealtad).

¿Errores no forzados? Este tópico me harta. Pero no, para nada. No son errores y sí son forzados. Son decisiones forzadas por la concepción del poder que tienen en mente y alma Milei 1, Milei 2, Santiago, y muchos de quienes los rodean, sin olvidar a Patricia. Es cierto que Milei no es político; en Milei no hay hipocresía ni cinismo. En verdad no hay mediación entre sus impulsos más interiores y sus acciones, sean discursivas o no. Creer que Javier Milei podría no haber aprovechado los Davos para escupir al mundo sus verdades, o que podría haberse apartado de las redes sucias que lo llevaron al tuit del criptogate, o que Santiago podría haber evitado ordenar a su empleado Jonatan que se callara para bajar línea al presidente, o que Karina pensara con prudencia en evitar constituirse en la cajera de la red política de acceso e influencia, es ridículo. Esa ausencia de mediación, esa sicopatía moral de quien cree haber pensado de una vez y para siempre, es el corazón del autoritarismo personal.

El caso de la Plaza del Congreso es algo diferente y sumamente parecido. Me remito a cosas que escribí en los primordios de este gobierno, cuando Patricia Bullrich perfiló su gestión. Cuando era, la verdad sea dicha, difícil conseguir ser acompañado por muchas voces críticas. La elección de Patricia era sumamente temeraria (además de reaccionaria) porque se optaba por una estrategia de jugar el todo por el todo. En vez de una estrategia de aproximación indirecta se prestaba a un lugar para una sola batalla en el espacio urbano, un evidente acicate para que los peores – por violentos pero también por regresivos – sectores de la “oposición” organizaran sus fuerzas e intentaran jaquear al gobierno y lograr alguna repercusión social. Estaba más o menos cantado que las barras de fútbol (no que hay que exagerar, no pasaron, al parecer, los barras, de un 5% de los detenidos, lo que es muy sugerente en lo que se refiere a su gravitación cuantitativa escasa, pero no a su gravitación simbólica) podían conjugarse con un tema social de primer orden, como la cuestión previsional. Y así fue.

Según algunas fuentes a algunos estrategas del gobierno les pareció muy bien que ese nucleamiento circunstancias K – trosco se manifestara y alborotara, porque eso beneficiaría al gobierno. Una momentánea sensación de caos, recordaría a los argentinos de bien qué había sido el pasado al que no se quería volver. Lamentablemente este absurdo es verosímil. Lamentablemente en el seno de este gobierno hay creyentes de que en Argentina se puede administrar el caos a voluntad. Puede que hayan leído dos o tres libros, pero en todo caso ninguno de historia.

A esto se le agrega una interpretación de los acontecimientos de esa tarde. Tan verosímil como la opuesta. Consiste en que las fuerzas del orden habrían sido las primeras en cruzar la raya entre la violencia potencial y la acción violenta. La explicación de esta hipótesis, tan irrefutable como la contraria, también es a mi juicio verosímil. Si no empiezan de una vez a tirarnos piedras, vamos nosotros por ellas. Cuesta mucho no mencionar aquí como un ejemplo inmejorable de esta conjetura a los agentes que, desde camiones hidrantes avanzando sin obstáculos por calles del barrio, gritaban a voz en cuello “¡vengan, zurdos!”.

A diferencia de los otros casos mencionados, aquí sectores contrarios acérrimos al gobierno tomaron una iniciativa y originaron así un episodio. Esta iniciativa fue pésima; manipular las barras como ariete contra el gobierno fue, tal cual afirma agudamente Marcos Novaro, la idea más tonta de los K. Más tonta y más irresponsable. Pero la cuenta de estos desatinos no fue pagada en mi opinión solamente por los K. Del mismo modo que en casos anteriores, el gobierno se enredó a sí mismo en las cadenas de su noción todopoderosa, de la voz interior que, más que sugerir, le manda actuar sobre la base de que todo le es posible y que para sus impulsos no hay límites. El modo en que el gobierno se condujo en este episodio fue muy malo, si no el peor posible. Y se golpeó a sí mismo muchísimo más que lo que “los K” consiguieron golpearlo.

Es increíble, porque estando las bravas al tope de la peor imagen pública en la actualidad, es el gobierno el que ha quedado a la defensiva en relación a si mismo, no al kirchnerismo. Tiene que explicar por qué no previno en serio, no de jugando, mediante vallados suficientemente numerosos para obligar a una circulación dispersa a los ya de por sí escasos manifestantes. Tiene que explicar los modos ilegales de represión; por qué Bullrich mintió posteriormente, o por qué Francos hizo gala de tanto cinismo infantil. Otro tanto se podría decir de las declaraciones posteriores de Victoria Villarruel, que criticó la violencia empleada, defendió expresamente el derecho de los ciudadanos a expresarse como un ejercicio de la democracia, extendió su solidaridad tanto a los heridos en el evento, como a los efectivos de las fuerzas federales que se vieron involucrados en los incidentes. Según Villarruel, los agentes de seguridad, al igual que los manifestantes, también “ponen el cuerpo en situaciones de mucha violencia” y merecen el reconocimiento del Estado. Una figura que proviene del riñón de LLA y cuenta con una imagen positiva muy elevada, muestra que no se toma muy en serio las explicaciones del que todavía es su gobierno. Otro que ha pedido explicaciones es el jefe de gobierno de la ciudad: No importa cuál sea la filiación de alguien. Cualquier hecho como este es lamentable y doloroso… Es lo que tenemos que evitar cuando hay estos desmanes: que haya heridos graves”. Son unas declaraciones escandalosamente “garantistas”.

Este tiene, en suma, demasiado que explicar sobre todo a un sector ancho del electorado, que no puede dar por descontado; un sector cuyos componentes oscilan según las circunstancias, entre el garantismo y la mano dura, que no están dispuestos a un sacrificio permanente del derecho de protesta, pero tampoco abren mano del orden público. ¿Por qué – puede preguntarse - Milei lo está tomando por idiota?

Mi respuesta es: el gobierno tiene el mérito de actuar como piensa y siente. Su idea del poder es esa. El poder es suyo, no se divide y, sobre todo, le permite ponerse por encima de la ley cuando hace falta. Con Dios de nuestro lado. Con la verdad de nuestro lado.

Admito sin tapujos que, para muchos de nosotros, es una situación política desoladora. Porque las alternativas opositoras son, al momento, un desierto en el que apenas sobresale el kirchnerismo. El peronismo no K está muy lejos de haber dado una respuesta digna (puede más su “pragmatismo” en el que la armazón política del federalismo es señor).

No deseo hacer predicciones. Apenas agrego que uno de los principales activos del presidente Milei, esto es, el restablecimiento del orden público en especial en las calles, ha sufrido una tremenda conmoción. Esto es un incentivo para que el campo de la oposición recalcitrante, y el campo del oficialismo, acentúen su beligerancia. Porque el primero estimará que ha llegado su oportunidad de recuperar una capacidad de acción que hasta ahora no ha tenido, y el segundo considerará que es indispensable recuperar el terreno perdido. Apostaría que lo más probable es que las barras estén ausentes la próxima. Es apenas una conjetura. Pero hasta ahora, del mismo modo en que los luchadores de yudo se valen de la fuerza del contrario para ser más eficientes en el uso de la propia, el gobierno se ha valido de la torpeza del contrario para multiplicar su torpeza.

Y el mileísmo ha innovado. Por primera vez, empieza a buscar excusas. Las excusas no son pretextos. Los pretextos se usan para justificar algo que se hará o no, o que se está haciendo. Las excusas se dan sobre todo frente a algo que ha sido consumado. El mileísmo comienza a procurar excusas frente a la lecha derramada. Es raro. Este, se continuarse, sería un camino de potencial irresponsabilidad política, así como una coartada para sostener la necesidad de gobernar por encima de la ley. Como repite Trump: no se viola le ley si se salva la patria. Si el gobierno se convierte, como es demasiado probable que ocurra, en el principal generador del desorden que produce no ajustarse a la ley, entonces la corrupción política será su mal definitivo. No hay nada más peligroso que subvertir las instituciones motorizando la violación de las leyes y de otras normas no escritas de convivencia, y es alarmante cómo en “triángulo de hierro” parece inclinado a hacerlo.

Y la mejor excusa a la mano es la de que los kirchneristas no los dejan gobernar. Justo ahora que andaba todo tan bien, y era hora de pasar a las reformas de sintonía fina, justo ahora, quieren estropear todo. Nosotros no somos responsables. Los kirchneristas son culpables. Y si el lector tiene alguna duda sobre el peligro de corrupción de este gobierno, no tiene más que recordar el léxico acusatorio de estos días: No sólo no nos dejan gobernar, sino que quieren dar un golpe. Son golpistas, son destituyentes (sic!!!).

Desde luego, hay algo de verdad en la responsabilización del kirchnerismo: el suyo es un comportamiento cretino, un tipo de oposición que se monta sobre un grave problema que el kirchnerismo no creó pero exacerbó hasta lo indecible, la crisis del régimen previsional y la crisis fiscal. Pero la política de hoy, se hace hoy: el kirchnerismo presente está tan golpeado, tan arrasado, que es ridículo responsabilizarlo por los problemas de la actual gestión de gobierno. Nada hay que el kirchnerismo haya hecho desde 2023 en adelante que le haya complicado la vida al gobierno. Y el 12-03 quiso hacerlo, pero fue el gobierno el que se complicó a sí mismo.

No sé si prefiero ver, o no ver, a este que sería un nuevo Milei, un Milei que transite de la Hibris a la Némesis, de super poderoso a víctima de los malos. Ya hay casos importantes, inclusive importantísimos, en la historia.

Que no haya ninguna fuerza política capaz de capitalizar seriamente esta autodestrucción, podría ser una buena noticia, en el sentido de que el kirchnerismo no recuperaría posiciones. En verdad, a mi juicio, no es así: es bueno que el kirchnerismo quede en sus propios márgenes (aunque puede dar aún sorpresas), pero un gobierno frágil que se asume omnipotente, y que va erosionando prolijamente sus bases políticas, nos sume a todos en un vacío político impredecible. Que un centro político pueda renacer de sus cenizas es apenas una hipótesis, por ahora sin fundamentos sólidos más que el deseo de muchos de nosotros. Es desde ese wishful thinking que me permito la esperanza de pensar que habrá desgranamiento en lugar de mayor polarización. Eso no garantiza nada, sería sólo una oportunidad.

(*) Vicente Palermo es integrante del Club Político Argentino