La esperanza es también una niña graciosa. Sabe que el humor y la sonrisa son la levadura de la existencia y un instrumento para enfrentarse a los problemas, e incluso para sobrellevar el peso de la cruz con la que cargamos, con resiliencia. La ironía, por otra parte, y en este sentido encaja perfectamente la sagaz definición del escritor Romain Gary, es una declaración de dignidad, «la afirmación de la superioridad del ser humano por encima de lo que le acontece». […]
Cuando era niño, en mi familia estos aspectos también eran materia de educación por parte de mis padres. […] Mis padres consideraban que era importante educar para cultivar la alegría, la ironía sana y el sentido del humor. […] Mi familia ha conocido las vicisitudes de la vida: contratiempos, sufrimientos y lágrimas, pero incluso en los trances más duros sabíamos que una sonrisa o una carcajada podía arrancar a la fuerza la energía para volver a la carga. Mi padre, sobre todo, nos enseñó mucho. No se trataba de olvidar, de fingir que no pasaba nada, de empequeñecer los problemas —la comicidad, por otra parte, no es más que la tragedia vista de espaldas—, sino más bien de guardar en nuestro interior un espacio para la alegría, decisivo para enfrentarnos a los problemas y superarlos. […]
Para subrayar este lazo indisoluble, este matrimonio bien avenido entre esperanza y alegría, en los meses que precedieron a la apertura de la Puerta Santa con motivo del nuevo Jubileo quise reunirme en el Vaticano con un grupo de más de cien artistas cómicos de varias nacionalidades y disciplinas. Hubo quien comentó que era un gran paso adelante con respecto a los tiempos en que actores y juglares no podían ser enterrados en tierra consagrada, pero de alguien que elige llamarse Francisco, «el juglar de Dios», es lo mínimo que podía esperarse. Uno de ellos tuvo una ocurrencia muy ingeniosa y me dijo que sería bonito tratar de hacer reír a Dios… si no fuera porque, con eso de la omnisciencia, conoce todos los chistes y te echa a perder el final. Esta es la clase de humor que sienta bien al corazón.

La vida conlleva inevitablemente amarguras, forman parte de todo camino de esperanza y de conversión. Pero hay que evitar a toda costa hundirse en la melancolía, permitir que anide en nuestros corazones y los endurezca. […] Son tentaciones a las que ni siquiera los consagrados son inmunes.
Por desgracia, los hay amargados, melancólicos, más autoritarios que reputados, más solterones que maridos de la Iglesia, más funcionarios que pastores, o más superficiales que alegres, y eso no está bien. Pero, en general, nosotros los curas tendemos al humorismo y tenemos una cierta familiaridad con los chistes y los chascarrillos que, además de protagonizar a menudo, sabemos contar con gracia.
Incluso los papas. Juan XXIII, famoso por su carácter bromista, durante un discurso dijo más o menos lo siguiente: «A veces por las noches me pongo a pensar en una serie de graves problemas. Entonces tomo la decisión, valiente e irrevocable, de que al día siguiente se los consultaré al Papa. Pero luego me despierto empapado en sudor y me acuerdo de que el Papa soy yo». Cómo lo entiendo… Y Juan Pablo II no le iba a la zaga. (…)
El viaje a Mongolia del primer Papa jesuita y latinoamericano
La ironía es un medicamento, no solo para animar e iluminar a los demás, sino también a uno mismo, porque reírse un poco de uno mismo es un instrumento poderoso para vencer la tentación del narcisismo. Los narcisistas se miran continuamente en el espejo, se acicalan, se remiran, pero el mejor consejo delante de un espejo siempre es reírse de uno mismo. Sienta bien. Pone en evidencia cuánto hay de verdad en el antiguo proverbio chino que dice que solo hay dos clases de hombres perfectos: el que está muerto y el que aún no ha nacido. […] En este sentido, la Iglesia tiene, informalmente, una compleja serie de categorización de chistes y chascarrillos en base a los órdenes, las congregaciones, las figuras. (...)
A propósito del peligro del narcisismo, que hay que prevenir con las justas dosis de ironía, me viene a la cabeza el chiste sobre un jesuita algo vanidoso que tiene un problema cardiaco y debe ingresar en el hospital. Antes de entrar en el quirófano, el jesuita le pregunta a Dios: «Señor, ¿ha llegado mi última hora?». «No, vivirás por lo menos otros cuarenta años», le responde Dios. En cuanto se restablece, el jesuita aprovecha para hacerse un trasplante capilar y un lifting facial, una liposucción, arreglarse los párpados, la dentadura… En fin, sale del hospital siendo otro hombre. Pero justo al salir, un coche lo atropella y muere.
Cuando se presenta ante Dios, protesta: «Señor…, ¡me dijiste que viviría otros cuarenta años!». Y Dios le responde: «Uy, perdona…, no te había reconocido…».
Y también me han contado uno que me atañe directamente, el del Papa Francisco en América. Dice más o menos: recién llegado al aeropuerto de Nueva York para iniciar su viaje apostólico por Estados Unidos, el Papa Francisco descubre que lo está esperando una enorme limusina. (...) Mira la limusina y le pregunta al chófer: «¿Le importaría dejar que la pruebe?». Y el chófer le responde: «Lo siento de veras, Su Santidad, pero no puedo, ya sabe, la seguridad, el protocolo…». Pero ya conocéis lo que dicen del Papa cuando se le mete algo en la cabeza; en fin, insiste una y otra vez hasta que el chófer cede. El Papa Francisco se sienta al volante, conduce por aquellas carreteras anchísimas y… le coge gusto. Se pone a pisar el acelerador: 50, 80, 120 kilómetros por hora… Hasta que se oye una sirena y un coche de la policía se aproxima y lo para. Un joven agente se acerca a la ventanilla tintada. El Papa, algo apurado, la baja, y el chico palidece. «Disculpe un momento —dice, y vuelve a su coche para llamar a la central—. Jefe…, creo que tengo un problema». Y el jefe: «¿Qué problema?». «Bueno, acabo de detener un coche por exceso de velocidad…, pero el que va ahí es un tío muy importante». «¿Cómo de importante? (...)
«¿Y quién hay más importante que el alcalde? ¿El gobernador?». «No, más…». «¿No será acaso el presidente?». «Creo que más…». «Pero ¿quién hay más importante que el presidente?». «Mire, jefe, no sé quién es, pero solo le digo que el Papa le hace de chófer».
☛ Título: Esperanza
☛ Autor: Papa Francisco
☛ Editorial: PLAZA & JANES