En la capital de estos Estados (des) Unidos se escucha el sonido y la furia del conflicto político, la derecha regocijándose por el triunfo de Donald Trump, mientras que la izquierda se desespera temiendo el fin del mundo por la cruda derrota de Kamala Harris. Sin embargo, también un reconocimiento de ambos lados. En la voz de que un viejo amigo, un médico sabio diagnosticando el estado del país que ama.
“Tenemos que mirarnos al espejo ahora y reconocer en qué nos hemos convertido”, aventuró, recordándome las voces que se escucharon en Argentina durante años. “Una nación amargamente dividida, donde la mayoría elige al hombre fuerte, que puede o no respetar la democracia”. Hizo una pausa. "Como un paciente que necesita tratamiento, tenemos que vernos tal como somos".
Visto a través de la lente de las cuatro elecciones pasadas que cubrí aquí como periodista, lo que fue tan sorprendente esta semana residió en el aplastante triunfo que se produjo para Trump en los últimos días de una campaña que parecía demasiado reñida para ganar. Al principio, ya se veía el panorama desde el tercer estado más poblado, Florida, el que en el año 2000, fue clave para las elecciones de George W Bush Junior contra Al Gore en el que la victoria se redujo a unos pocos cientos de votos. A los 90 minutos del cierre, Florida estaba a favor de Trump, por una asombrosa diferencia de 13 puntos porcentuales. “Un baño de sangre” para citar a un veterano demócrata de Miami.
Luego, uno tras otro, los estados en disputa se alinearon detrás del hombre que había construido una agenda electoral basada tanto en desinformación como afirmaciones descaradamente falsas sobre su primer mandato como presidente. Desde el estado de Georgia en el sur, donde un importante voto masculino negro siguió su camino, hasta el estado industrial de Michigan en el norte, donde muchos miembros de sindicatos lo eligieron, Trump reinó supremo. Por la mañana, el voto popular lo decía todo, y los republicanos ganaro de una manera no vista desde Ronald Reagan en los años
1980.
Notable fue el apoyo latino, sobre todo masculino, quienes optaron en algunas áreas clave por el hombre que tanto utilizó el tema de la inmigración para sembrar ira entre tanta gente. Luis García-Navarro del New York Times hizo un trabajo forense sobre por qué los hombres latinos favorecieron a Trump por un margen histórico. Su conclusión apunta a preocupaciones económicas, el rechazo a inmigrantes por parte de aquellos que están aquí legalmente, e incluso a la creciente influencia de las iglesias evangélicas.
¿Cuándo asumirá Donald Trump la presidencia de Estados Unidos y cómo será el día de inauguración?
El comentarista Leon Krauze vio algo más: el atractivo del Caudillo. "Trump representa un arquetipo familiar en la historia de América Latina", escribió. “El líder carismático, el hombre fuerte, el líder mesiánico, profundamente arraigado en la cultura latina”. Una vez más, ecos de Argentina, de Perón a Milei.
La pregunta ahora es cómo utilizará Trump el mandato claro que ha ganado. Para algunos, el miedo se justifica. Le temen a un caudillo que no oculta su deseo de poder sin control, sin mencionar su ansia de venganza contra los enemigos y su deseo de que el poder judicial y los militares hagan lo que él disponga. Prometió ser dictador a partir del día uno, habló del enemigo interno, y dijo que si lo votaran, no haría falta votar nunca más. Ni aceptó perder en 2020. Sus millones de votantes, uno supone, o no le creyeron o no les pareció suficientemente preocupante.
“Lo que más me preocupa es que este país no sea lo que pensaba, sino un lugar mucho más cruel, desagradable y egoísta”, confió la escritora Ruth Marcus. “Tanto en nuestra actitud hacia nuestros compatriotas estadounidenses como en su concepción del lugar de Estados Unidos en el mundo”.
Ciertamente, el mundo tiene buenas razones para anticipar una especie de terremoto en lo que respecta a cómo Trump abordará las guerras en Europa y Medio Oriente, ni hablar los temores de lo que China podría hacer con Taiwán. No es ningún secreto que entre los leales a Trump que controlorán al Departamento de Estado y al Consejo de Seguridad Nacional que desean implementar un cambio dramático de política internacional.
Cuando el próximo presidente dijo que resolvería la crisis de Ucrania “en 24 horas”, sus consejeros preveen que al presidente Volodymir Zelensky en Kiev le dirá que no habrá más dinero ni armas en camino, y que a su “buen amigo” de Trump, Vladimir Putin, le entregará la porción de Ucrania actualmente bajo su control. No es de extrañar que Moscú celebre la victoria de Trump. “¡Aleluya!” publicó una portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores en Telegram.
Del mismo modo, el primer ministro de Israel, Bibi Netanyahu, puede esperar un apoyo inquebrantable a sus guerras en Gaza, el Líbano, Siria e Irán, en lugar de las cada vez más desesperadas súplicas de moderación de Joe Biden, que no fueron escuchadas en Jerusalén. Algunos dentro del campo de Trump sugieren que aprobará que Israel ataque las instalaciones nucleares de Irán, en claro contraste con la insistencia de Biden en que Israel se mantenga alejado de las mismas. El propio Bibi señaló la victoria de Trump como “el mayor regreso de la historia... ¡una gran victoria!”
Para algunos, este será un punto de inflexión fundamental en el liderazgo mundial de Estados Unidos. “Un mundo en llamas”, dijo el escritor de opinión Eugene Robinson. "Me preocupa que dañe nuestras alianzas más vitales, debilite nuestros vínculos con Europa y los aliados asiáticos y arroje a Ucrania y Taiwán a los lobos".
Sin embargo, los años enseñan mucho que los días nunca sabrán. Los años de ser corresponsal desde Washington me enseñaron que, justo cuando sientes que los controles y equilibrios no funcionan, bueno, empiezan a funcionar. Esa fue una característica importante del primer mandato de Trump, momentos locos en los que alguien en lo alto del sistema, en la Casa Blanca, el Pentágono, el Departamento de Estado, encontró una manera de detenerlo. Esta vez estará mucho mejor preparado para ejercer las palancas del poder, y ninguno de nosotros debería dudar de su capacidad de imprudencia y autocomplacencia.
Pero la más radical de sus “propuestas” –deportaciones masivas de inmigrantes, represalias contra sus oponentes, imposición de aranceles punitivos al comercio– uno se pregunta si las barreras de las instituciones americanas no entrarán en juego.
“La gente ha hablado,” escribió Karen Tumulty en el diario Washington Post. "Hemos vivido muchos tiempos oscuros, pero lo mejor de nuestra forma de democracia es que una elección nunca es la última palabra". No cabe duda que por dos años el Presidente Trump puede tener el control absoluto del Senado, el Congreso, y en efecto la Corte Suprema. También es cierto que tiene el mandato popular para actuar, habiendo ganado contundentemente en el colegio electoral y en el voto popular. Pero también es cierto que cada republicano en el Congreso, que ahora celebra el triunfo de Trump, tiene la certeza de que en apenas dos años volverá a enfrentarse al electorado.
David Smith, corresponsal en Washington DC para ITN TV de Gran Bretaña durante dos décadas, luego asesor del Secretario-General de las Naciones Unidas.