El primer Foro Internacional de Género y Ruralidad se realizó en Argentina. Más de 300 mujeres se reunieron en Santa Fe a fines de octubre para reconocer la labor de otras que viven en contextos rurales y que se desempeñan en tareas de agricultura, agroecología, comunicación, cooperativismo, educación, ganadería o investigación, entre muchas otras.
Y es que la definición de mujer rural, aclara en un informe de la Asociación Civil Mujeres de la Ruralidad Argentina (MRA), no se restringe a aquellas que se dedican a la producción de alimentos primarios. También, a todas “las habitantes de la geografía rural, independientemente de su actividad económica”. Su cotidianidad, explican, “está profundamente vinculada a las dinámicas que se generan en los territorios, a las prácticas culturales y a las normas y estereotipos de género que, junto a las políticas agropecuarias y a los ecosistemas socioproductivos que las rodean, interactúan y generan desigualdades estructurales específicas”.
Por eso es tan importante un enfoque interseccional que tenga en cuenta estas especificidades. “La docente, la bombera, la médica o enfermera de la sala de salud, la periodista, la referente gremial, la empleada rural o la profesional asesora son mujeres de la ruralidad en la medida en que la habitan, la co-crean, interactúan con ella y conforman los escenarios sociales del ámbito rural”.
El estudio pone el foco en esas particularidades. Entre otras cosas, respecto a los ingresos, el documento señala que “las ingenieras agrónomas que trabajan en Argentina perciben un 72% menos de ingresos en comparación a un profesional residente en el exterior, mientras que los ingenieros agrónomos, un 61%”. La falta de estadísticas hace difícil la comparación entre otras profesiones.
Lo mismo pasa con los datos sobre las desigualdades de ocupación por rama de actividad. Mientras a nivel urbano los estudios señalan que las mujeres son mayoría en los sectores de servicio doméstico (97,2%), salud (72,3%) y educación (71,5%), en el caso de la ruralidad “no existe un recorte estadístico, si bien tradicionalmente las mujeres rurales han sido asociadas a actividades relacionadas con los cultivos de autoconsumo y el cuidado de animales menores –es decir, aquellas actividades que se realizan cerca de la casa o que les permiten permanecer cerca del hogar y de sus hijos–, además de las tareas clásicas de los sistemas reproductivos que les han sido atribuidas”.
El tipo de carrera que estudian hombres y mujeres en contextos rurales también marca una diferencia. En términos generales, “la subrepresentación femenina en ciertos campos profesionales tiende a ser naturalizada, e interpretada como resultado exclusivo de elecciones individuales”. En la ruralidad, “un ámbito altamente masculinizado, esta segregación horizontal es evidente y representa muros invisibles que segmentan el desarrollo educativo y ocupacional de las mujeres, que terminan concentrándolas en sectores menos dinámicos y peor remunerados de la economía”. Esta segregación surge “a partir de dinámicas sociales, que comienzan en la infancia, y se ilustra en la feminización de áreas como trabajo doméstico o educación”.
En carreras como Educación Técnico Agropecuaria, solo el 48% de las mujeres logran terminar sus estudios, frente al 56,1% de los varones. A nivel de estudios terciarios o universitarios, mientras el 13,6% de las mujeres rurales cursan carreras vinculadas a la educación agraria, el porcentaje asciende al 47% en el caso de los hombres.
La brecha tecnológica también afecta particularmente a este segmento de la población. Si bien se trata de un problema global, “las diferencias en la conectividad entre zonas urbanas y rurales resultan especialmente alarmantes”, sostiene el informe.
Otra vez, las mujeres son las más perjudicadas: “se estima que 4 de cada 10 mujeres en la región no están conectadas o no pueden costear una conectividad efectiva, entendida como acceso a Internet, disponibilidad de dispositivos y habilidades básicas para su utilización”.
Reducir estas brechas traería beneficios para toda la población: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres constituyen el 36% de los trabajadores del sistema agroalimentario en la región, por lo que la igualdad, estiman, podría “acabar con la inseguridad alimentaria de 45 millones de personas”.
La Organización de Estados Americanos advirtió, por su parte, que la región tiene una deuda histórica con las mujeres rurales: “en su mayoría viven en la pobreza extrema, alejadas de los centros educativos y sanitarios y de otros servicios sociales, y deben criar a sus hijos solas”.