PERIODISMO PURO
Entrevista

Jamil Mahuad: "El dólar se usaba mucho antes de que fuera la única moneda en Ecuador"

Fue el presidente que tomó una decisión que cambió la economía de su país: dolarizar la moneda. Su libro “Así dolarizamos el Ecuador. Memorias de un acierto histórico para América Latina” tiene resonancias en una Argentina bimonetaria en la que los problemas macroeconómicos se suceden. Destaca el rol de Domingo Cavallo, critica con dureza a Rafael Correa y cree que las propuestas del Consenso de Washington ya no funcionan como un traje de talle único para la región.

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Jamil Mahuad. | MARCELO DUBINI

Usted señala en su libro que se daban diferentes condiciones para dolarizar el país: un flujo de recursos externos negativos, altísimas tasas de interés que no había frenado el dólar, exorbitantes tasas de interés que se continuaban, 70% de la economía ya dolarizada y un círculo vicioso de compra de dólares y envío de dólares al exterior. Actualmente, la vicepresidenta y ex presidenta de la Argentina, Cristina Kirchner, hablaba del problema de la economía bimonetaria de la Argentina como un mal endémico que no se puede superar. ¿Encuentra un paralelo con su propia experiencia en Ecuador?

—La dolarización cumplió 21 años en el Ecuador. Es la política pública económica de más larga data en el país. En encuestas recientes se establece que más del 90% de la población no quiere oír de salir de la dolarización. Tiene un respaldo masivo. En la última elección para presidente casi que fue el eje de la campaña electoral. Los electores se separaron entre quienes decían que hay que salir de la dolarización, encabezados por Andrés Arauz, y el candidato que ahora es nuestro presidente, Guillermo Lasso, que decía que había que mantenerla. Arauz, cuando vio que perdía votos, trató de recular, pero ya sus palabras estaban dichas. La dolarización está considerada como la más importante política económica tal vez del siglo, o por lo menos de los últimos 70/80 años. Se debe a sus resultados. La gente apoya aquello que le beneficie y le hace bien. La dolarización mató la devaluación monetaria por principio al eliminar la moneda nacional, pero mató una inflación que tenía brotes de hiperinflación en los últimos meses anteriores a la recesión. Blindó los salarios de los trabajadores, los incorporó al circuito económico. De pronto, las personas más pobres encontraron que su salario en el mes de diciembre de un año era igual en su poder adquisitivo al de enero de ese año. Antes, al final lo que percibían era mucho menos. Al tener los salarios poder de compra, se convirtieron en sujetos de crédito en los bancos y casas comerciales. Pudieron tener acceso a vehículos, a refrigeradores, hasta a casas. Se les podía dar dinero porque tenían capacidad de pago. Adicionalmente, cambió el criterio de muchas empresas privadas ecuatorianas, que tuvieron que centrarse en mejorar su productividad. Ya no se podía devaluar como medida para competir con otros países. Fue un ancla para un país tan inestable como es el mío. Al tener el dólar como moneda también se volvió más atractivo para algún tipo de inversión extranjera. Los resultados son los que recomiendan la dolarización. Cuando fui derrocado por un golpe de Estado y vine a Estados Unidos, mi país había caído 7% del PBI. Creció el siguiente año al 5%. Muchos me preguntaban por qué no recomendaba de manera frontal y para todo el mundo la dolarización. Mi respuesta era que si caímos 7 y luego rebotamos el 5, todavía estábamos -2 respecto a antes. La dolarización fue una salida para el Ecuador, para las condiciones de mi país en ese momento. Pero debe ser analizada en cada país. Muchas de las cosas que se dijeron sobre mi país no tienen ni pies ni cabeza. Por eso no deseo hace lo mismo con otras naciones, convertirme en una suerte de profeta de lo que deberían hacer los demás. Pero en buena hora si la experiencia ecuatoriana sirve.

—Usted habló de la idea de “cuco”. ¿Cómo sería el concepto?

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—El libro tiene cuatro elementos. Es una narración histórica, un relato; un análisis racional de la situación de un país en el momento más crítico de su historia; también tiene una interpretación histórica, y un juicio valorativo. Creo en el servicio público. Es lo que estudié en mi vida. Analicé por qué ciertas políticas públicas se convirtieron en estables en un país tan volátil. Por ejemplo, la paz con el Perú y la dolarización. Se debe a que cumplen tres requisitos. Tiene primero una base técnica; en el caso de la paz eran la historia y la geografía. En el de la dolarización, la base era económica. Hay que ver las cifras: analizar las divisas en el Banco Central, la masa monetaria, las tendencias del comercio internacional, entre otras variables. El segundo elemento es la prueba del “cuco”. Es una expresión que inventé, que toma las dos primeras letras de dos palabras: “cu” de “culturalmente” y “co” de “compatible”. La política pública que se piensa implementar no deberá ser simplemente importada, sino que deberá ser culturalmente compatible con la realidad del país que la recibe. En Ecuador el dólar se utilizaba mucho. Había muchas remesas de inmigrantes ecuatorianos que salieron por la brutal crisis económica que teníamos. Aun en las capas más pobres, estaban familiarizados con el uso del dólar. Pasaba el test del “cuco”. Era socialmente aceptable, era culturalmente compatible. Para una política pública se precisa un pacto, una coalición o un acuerdo que la sostenga. Que no se cambie a los cuatro meses o a los tres años porque cambió el gobierno y las ideas de quienes están en el poder. Entonces si tenemos base técnica, aceptación social y acuerdo político, una política pública puede mantenerse. Si la población la respalda como ocurrió con la paz y con la dolarización desde el principio, seguirán como hasta ahora.

—Domingo Cavallo en el prólogo de su libro dice: “Hoy Ecuador enfrenta una situación muy similar a la de Argentina a finales de la década del 90; aun viviendo un clima de estabilidad de precios, enfrenta a un clima recesivo y deflacionario y volvió a acumular deuda pública”. ¿Existe algún riesgo de que Ecuador pueda tener que salir de la dolarización? Por ejemplo, si no pudiese encontrar formas de financiamiento en los momentos críticos.

—El riesgo siempre existe. La dolarización es un ser vivo y como tal necesita alimentarse, respirar y moverse. Puede morir por inanición, si no come; por asfixia si no respira y por inmovilidad si está maniatada. El alimento son los dólares que ingresan al Ecuador. Ingresan por exportaciones, préstamos, remesas, inversión extranjera. Necesitamos un flujo de dólares para que el organismo siga comiendo. Sobre la asfixia hay un debate permanente en todo el mundo sobre qué porcentaje del PBI debe ser realizado por el Estado y cuál por el sector privado. En el Ecuador, el sector privado tiene que jugar ese rol y el Estado, un papel subsidiario. Donde no pueda el sector privado hacerlo por sí mismo, necesitamos del Estado, pero no debe sustituir al sector privado en lo que sí puede hacer. Debe regularlo, controlarlo, evitar abusos, pero debe dejar que se mueva. A raíz del gobierno de Rafael Correa, se incrementó rol del Estado con las ideas del socialismo del siglo XXI. De tal manera que un Estado que equivalía al 20/25% del Producto Interno Bruto llegó a superar el 35%. En un año llegó a estar en 43,7%. Prácticamente casi la mitad de la actividad económica de Ecuador dependía del gobierno. Entonces cuando el Estado hace eso, como los recursos son escasos y hay que distribuirlos y toma una parte tan inmensa, empieza a asfixiar al resto de la economía que se queda sin recursos, sin oxígeno. Para financiarlo cobra impuestos más allá de lo aconsejable. Toma recursos del sector privado. Muchos recursos depositados por los bancos en el Banco Central estaban para garantizar el pago de los depósitos, a través de una serie de decisiones administrativas, fueron utilizados por el gobierno para financiar el déficit. A lo que se sumó una formidable deuda externa. El petróleo estaba a un precio altísimo, como nunca. Llegó a superar los 100 dólares por barril. Para tener una idea en mi gobierno llegó a costar 7 dólares. El presidente Correa recibía por cada barril de petróleo, la principal exportación ecuatoriana, veinte veces más que yo. Y sin embargo, no le alcanzó el dinero y tuvo que endeudar al país. El libro fue a imprenta en diciembre de 2020. El prólogo de Domingo Cavallo se escribió alrededor de ese mes. Lo que dice sigue vigente hoy.

“Es muy duro ser oficialista cuando la gente está insatisfecha y rabiosa.”

—Argentina abandonó en 2002 la convertibilidad por situaciones análogas a las que hoy enfrenta Ecuador. ¿Por qué pudo resistir en un caso y no en el otro?

—La dolarización resistió varios tipos de gobiernos diferentes. Tuvimos golpes de Estado, gobiernos más hacia la derecha, más de centro, más hacia la izquierda, y todos mantuvieron la dolarización. Quien despotricó contra la dolarización todo su gobierno fue Correa. Le echaba la culpa de muchos de los males económicos, porque no podía imprimir moneda. El déficit se hubiera ido a las nubes, pero no la cambió. Hizo todo lo que quiso en el Ecuador. Fue dueño y señor de los poderes del Estado. No pudo tocar la dolarización porque la población la quería. Lo único más popular de Correa en el momento pico de su gloria era el dólar. Tenía bastante más respaldo que él como político. Prefirió en ese caso mantener la crítica, sin tocar este tema, que habría sido una bomba que le explotaba electoralmente. No conozco en detalle el tema de Argentina, pero se produjo un cambio político también en Argentina. Un nuevo gobierno pensó de manera distinta. 

—También Cavallo escribe en su libro las condiciones previas a la necesidad de dolarizar en Ecuador y decía: “La magnitud que tenía la actividad offshore de los bancos y la temprana preferencia de los comerciantes y exportadores por el atesoramiento offshore de dólares, que de esta forma se sustraía del financiamiento y la inversión de la actividad económica del Ecuador”. En la Argentina se da la misma situación. ¿Cuál era el ahorro de los ecuatorianos en dólares previo a la dolarización como porcentaje del producto bruto y cuánto hoy?

—No tengo la cifra en la cabeza, pero sí el concepto. La gente no es tonta, no le gusta que le quiten lo que tiene. Uno de los dilemas más terribles de un hombre o una mujer de Estado es escoger entre lo necesario y lo que la gente quiere. La pregunta ética para un gobernante es qué hacer. ¿Lo que la gente quiere o lo que necesita aunque tenga un costo inicial? Cada uno resuelve el dilema a su manera. Como la gente ve que el dólar sube de precio, primero lo atesora, con lo cual es una profecía autocumplida: creo va a subir, compro. Con lo cual mi acción, multiplicada por la de miles de personas, produce que suba. Segundo tema: qué hacen con los dólares. Es más seguro tenerlos afuera que en el sistema bancario nacional. Entonces se produce una crisis cambiaria por demanda de dólares y una fuga de capitales. Ambas cuestiones son terribles. Cuando un país quiere cambiar políticas públicas, trata de atraer inversión. Nosotros siempre hablamos de inversión extranjera. La inversión extranjera que primero suele volver es la de nacionales en el exterior. Capitales que uno cree que con políticas públicas buenas los puede invitar a que regresen. La inversión extranjera pura más escéptica. No me refiero a la que viene como capital golondrina, con criterio de casino. La que quiere invertir, ganar un poco cada año y, a lo largo de los años recuperar su inversión y ganar dinero. Para eso se requieren políticas públicas permanentes. No quieren depender de un cambio de gobierno, de filosofía. No quieren que empiecen a expropiar, cambiar las reglas de juego. Por eso es tan difícil atraerlos. Necesitan confirmar que las cosas realmente cambiaron y en nuestros países estamos acostumbrados más bien a dar golpes de timón.

Jamil Mahiad, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
CORREA Y EL DÓLAR. “Fue dueño y señor de los poderes del Estado. No pudo tocar la dolarización porque la población la quería. Lo único más popular de Correa en el momento pico de su gloria era el dólar”.  (Foto: Marcelo Dubini)

—¿El flujo dejó de ser negativo y pasó a ser positivo a partir de la dolarización? 

—Como proceso. En el año 99, el último año del milenio, teníamos un flujo negativo. Cuando llegué al gobierno la deuda externa ecuatoriana era la más alta de América en comparación con el PBI. Comparado con lo poquito que recibíamos, al pagar intereses nos daba siempre un saldo negativo. En los primeros seis años de la dolarización funcionó muy bien. El país hizo las cosas que debía. Teníamos una legislación laboral flexible. Antes, había sido sumamente rígida: no se podían contratar trabajadores por horas o era muy difícil conseguir contratos temporales. En la época de cosecha de un producto, cuando necesita más mano de obra. Con flexibilización laboral puede contratar más trabajadores. Con una legislación rígida no se puede hacer eso. Como despedirlo le costaría una indemnización enorme, prefiere no contratarlo. Entonces la idea básica es proteger al trabajador. La consecuencia es que se cortan fuentes de trabajo. Entonces en los primeros seis años funcionó bien. Irónicamente, a la dolarización le fue tan bien desde el principio que las élites ecuatorianas la vieron como un hecho y hasta la implementaban. Con ese tipo de legislación laboral, los niveles de gasto público, los niveles de deuda externa generados por el gasto público, la inversión piensa dos o tres veces antes de venir. Y competimos entre nosotros en América Latina para atraer inversión, pero también con el resto del mundo. Hay que ponerse a tono con el mundo actual, entrar en la dinámica de lo que está pasando en la mayoría de los países a los que les va bien. Si no hacemos eso, cada vez nuestra competitividad será menor.

—¿Por la situación económica pronostica un período de cambios de oficialismo/oposición en toda América Latina?

—Hubo aquí un famoso catcher de los Yankees de Nueva York, Yogi Beera, que se caracterizó por sus frases. Dijo: “Es muy difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro”. No hago predicciones. Observo que está pasando. Hay países más hacia la derecha que eligen gobiernos de izquierda. Y viceversa. Percibo un gran sentimiento de insatisfacción y las ganas de cambiar. También hay un nivel enorme de rabia, frustración y angustia. La idea de que peor no podemos estar y tendremos que cambiar. Los giros pueden ir hacia cualquier lado. En Perú fuimos a la izquierda; en Ecuador vamos hacia la centroderecha. Se dan ambas cosas. Insatisfacción más crisis sin duda producirán intentos de cambio.

—¿La brújula indica que la insatisfacción de las sociedades hace perder a los oficialismos, más allá de las ideologías? 

—Es muy duro ser oficialista cuando la gente está insatisfecha y rabiosa.

—Domingo Cavallo escribió: “Si no lo hubiera hecho, seguramente la dolarización hubiera llegado de todas maneras, pero no sin antes provocar en el Ecuador los estragos que hoy sufre Venezuela”. Nicolás Maduro dijo que ya existe la dolarización y el porcentaje de la economía venezolana en dólares es creciente, incluso en algunos lugares hasta hubo ciertos artículos, tanto del “New York Times” como el “Wall Street Journal”, de que había cierto crecimiento económico en Venezuela gracias a lo que podríamos llamar una dolarización de hecho en la clase media. ¿Es así? 

—Toda economía necesita un ancla. Normalmente es la política monetaria. Un país controla el dinero que emite y así trata de controlar las tasas de inflación, de interés. Cuando no es posible, la situación del Ecuador, una segunda posibilidad es un ancla fiscal, a través del presupuesto. Intentar manejarlo con sensatez. Si tampoco es posible, queda el ancla cambiaria. Fue el caso del Ecuador. La única manera de anclar la economía ecuatoriana era a través de la moneda. Consistía en utilizar el dólar y eliminar la moneda nacional. No es una decisión fácil. Requiere coraje, análisis y tomar riesgos. De eso se trata gobernar. Ricardo Hausmann dice que la economía venezolana le incrementó 13 ceros a la moneda desde el año 2000; Ecuador ninguno. En una entrevista decía que la diferencia entre la economía ecuatoriana y venezolana en la época de Correa es que la venezolana tiene cuatro o cinco tipos de cambio y Ecuador uno, que no existe. Ante un gasto como el que mencionamos antes, hay que financiarlo. Lo más simple es imprimir billetes, que sería una locura. Hay una frase que cito en el libro del presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana: “Parece que vivimos en un manicomio. Nadie se entiende con nadie”. No hay acuerdos. Se oyen cosas que nunca pasaron. Cuando la gente actúa en un contexto irracional, se utiliza una camisa de fuerza. Hay que impedir que la persona se mueva, porque está fuera de sí. La dolarización es poner una camisa de fuerza en el país. Es impedirle al gobierno de turno imprimir moneda. Obliga a que se respete un presupuesto nacional balanceado. Ocurrió por seis años en el Ecuador, los seis años primeros. Una frase de ustedes, que me gusta mucho dice que un mono con una navaja puede herir a mucha gente. Hay que evitarlo.

“Para ser eficaz una política pública necesita consenso cultural en la sociedad.”

—Si usted dolariza y pone esa camisa de fuerza, ¿cómo hace para reducir el déficit fiscal que se produce cuando aumenta el gasto al no poder emitir sin generar un aumento de la pobreza?

—Hay que estirar los pies hasta donde den las sábanas. A mí me gustan gobiernos populares, no los populistas. Un gobierno popular hace las cosas correctas conectado con la población y por eso es respaldado. Un gobierno populista hace las cosas incorrectas, se porta dadivoso, entrega subsidios, entrega bonos; la gente lo apoya porque recibe beneficios directos e inmediatos, pero sin sostenibilidad para el futuro. No hay que ir más allá de lo que la situación permite. A eso se suma la parábola bíblica de años de vacas gordas y de vacas flacas. Que el petróleo esté a 140 dólares por barril no quiere decir que quede ahí para siempre. Si se piensa que ese será el precio de siempre y dejo comprometido al Estado en una serie de obligaciones, no podrá cumplirlo. Lo sensato es reducir el Estado si el petróleo bajó, pero no hicieron eso. Para pagarlo, aprovecharon los recursos del seguro social, de toda la población, depósitos en el Banco Central de la banca privada para cubrir depósitos de depositantes y deuda externa. Un programa serio para combatir la pobreza va paso a paso, conforme a que la situación mejore. De lo contrario, se puede presentar un pico de entregas de dinero que mejore la situación a la que siga una caída inmediata. Es necesario prepararse con un equipo de personas para gobernar. Hay que hacer los deberes y estudiar historia. Hay que aprender del pasado. 

—Uno de los epígrafes de su libro de Ronald Heifetz dice: “El ejercicio del liderazgo público consiste en la capacidad de comunicar noticias perturbadoras y plantear preguntas difíciles a los ciudadanos de tal manera que las puedan absorber y tomar decisiones con base en ellas, en lugar de que las ignoren, las nieguen o maten al mensajero que las trae”.  ¿Se puede producir un ajuste fiscal que reduzca el gasto público que sea tolerable para la sociedad? 

—Es muy difícil, no imposible. Hay momentos en gobiernos y países que lo hicieron. Es contracorriente. En general, la gente no tiene memoria histórica. No ve lo que hace el vecino, no toma ejemplos. Vive el presente. La principal aspiración es sobrevivir y mejorar. La típica decisión terrible de poner un impuesto que puede ser necesario pero que en el corto plazo produce un impacto es normalmente rechazada. Gobernar con buenos precios de las commodities es muy fácil. Cuando el gobierno que recibe la plata es populista es una de las peores situaciones: populista y con plata. Populistas hubo siempre. Pero terminan rechazados porque no pueden cumplir su promesa. La población reacciona. Cuando el populista tiene plata, no por hacer una gran gestión, sino porque cambiaron las reglas de juego en el mercado internacional y subió el precio del petróleo, la persona se pone muy popular. La gente piensa que es por la gestión. A veces hacen un cálculo del tiempo y tratan de irse justo en el momento en que empieza la época de las vacas flacas para quedar así en la memoria popular. 

—¿Cómo analiza que hoy el país modelo de Latinoamérica, Chile, tenga el nivel de convulsión social y un pronóstico de giro a la izquierda? ¿Y cuando el gobierno norteamericano lleva adelante políticas keynesianas o poskeynesianas, como si fuera dando por terminadas aquellas ideas del Consenso de Washington? 

—El Consenso de Washington tuvo el método de la talla única. No importa si se trata de Rusia o Ecuador. La receta fue un mantra. Fueron las recetas del Fondo Monetario Internacional, que se decían que eran las del consenso. Consistían en tres elementos: democracia, abrir la economía y reducir el tamaño del Estado. Son las cuestiones esenciales. Si se hace eso, llegará la felicidad en un futuro. Unos lo hicieron más, otro menos, otros no hicieron nada; pero en ningún caso la felicidad cayó en paracaídas. Ahora hay un debate muy fuerte sobre la necesidad de invertir en el gasto público para reactivar la economía después del covid-19. Hay dos grandes pensadores económicos que tienen una discrepancia sobre el tema. Uno es Paul Krugman, Premio Nobel de Economía. Dice que “el paquete de estímulo de Joe Biden está bien pensado. Y Larry Summers, secretario del Tesoro, presidente de los asesores económicos de Barack Obama, piensa que el paquete es demasiado generoso, y generará tendencias inflacionarias. Cada uno utiliza teorías para argumentar. Sobre Chile, estoy en la lista de la gran cantidad de personas que se sorprendieron de ver los resultados el año anterior. Lo que consiguió Chile fue notable. Junto a Costa Rica eran los dos países que se citaban como excepcionales comparados con el comportamiento normal de América Latina. Hay un problema serio de desigualdad. Es el origen de las mayores discrepancias. Pero es un país que logró crecer de manera sostenida, que hizo grandes avances en la reducción de la pobreza, que atrajo capitales, que fue estable. Pero la desigualdad causó reacciones. Y es uno de los problemas que hay en el mundo. Se hizo todavía más patente luego del covid-19 los miles de millones de dólares que muchas empresas multinacionales ganaron en estas épocas.

—¿Uno de los problemas del Consenso de Washington es que no tomaba conciencia de que en la medida que se achicaba el Estado aumentaba la desigualdad?

—Hay quienes se convierten en profetas de sus teorías y no les ven puntos flacos. Era típico que cada vez que un país tenía que hacer un ajuste económico, todos los cálculos estaban hasta el detalle. Pero no se evaluaban sus efectos sociales. Así se ve que los cálculos nunca eran tan precisos ni estaban tan listos. Mientras lo uno estaba totalmente desarrollado, lo otro, lo social, estaba a nivel de idea o de propósito. Como digo en el libro, daba la impresión de que la economía no podía esperar, pero la gente sí. Es la receta para un desastre. El Consenso de Washington dejó de ser talla única. Desde comienzos de los 2000, ya analizan caso por caso. Aprendieron de los malos ejemplos y de los dolores que pasamos muchos presidentes en América Latina. Ahora están mucho más atentos al impacto social de las decisiones.

—¿Usted fue la primera víctima del lawfare en Latinoamérica? ¿Quienes fueron sus victimarios terminan siendo víctimas, como el propio Rafael Correa?

—Es normal que un jefe de Estado dé cuentas de sus actos. Forma parte del juego democrático. Nadie está por encima de la ley. También es importante que se aplique la ley con objetividad y con justicia. Es grave que se politice a la Justicia. Como consecuencia de eso, viene algo tal vez más grave, que es la judicialización de la política. Si usted quiere eliminar a un rival político, póngale un juicio, póngalo en manos de jueces que sigan sus instrucciones; sáquelo del juego, métalo preso o llévelo al exilio. Eso no tiene nada de democrático y ni con un Estado de derecho. El problema es que de noche todos los gatos son pardos. Ahora está de moda que cualquier persona a la que se investigue diga que es perseguido político. Y se mezclen personas que actuaron correctamente con otras que no. Demostré hasta la saciedad que mi proceso fue manipulado. No tiene nombre que no se aplique el principio de presunción de inocencia. Si al terminar la investigación usted es declarado culpable, está bien porque ya estuvo preso. Si se lo declara inocente, “lo sentimos tanto, lo sentimos mucho, qué se va a hacer”. Fue mi caso. Se abrió con una indagación y una orden de arresto preventivo. Mi único delito fue firmar un decreto ejecutivo que a muchos no les gustó porque congelé los depósitos monetarios. Lo que ustedes en Argentina llamaron corralito. No lo inventé yo, lo habían hecho ya varios países y lo siguieron haciendo muchos otros, como Grecia. Un gobierno socialista terminó limitando el retiro diario de dólares porque la economía no daba para más. En mi caso, sacaban dinero de los bancos para comprar dólares y mandarlos al exterior y tuve que parar eso. El 70% de los ecuatorianos no tenían cuentas bancarias. Protegimos a los más pobres, pero las personas con recursos vieron afectado eso. ¿Un congelamiento de fondos privados que quedaron en manos de los bancos, que el gobierno nunca tocó, puede dar origen a una acusación de peculado? Es un típico lawfare. Con Rafael Correa, hay cantidad de testigos y documentos que demuestran que se cobraron coimas, que hubo sobreprecios. Es difícil catalogarlo de lawfare. Hay que distinguir un caso de otro.

—Usted firmó hace unos meses el comunicado titulado “Declaración sobre la criminalización de los liderazgos democráticos”, en defensa de Mauricio Macri, junto con 18 ex presidentes y mandatarios tanto de España como de América Latina. ¿Cuál es su evaluación de la gestión de Mauricio Macri?

—En relación con el comunicado, lo que sostenemos es que se sigan los progresos de la ley. Está en la Declaración de Derechos Humanos el cumplimiento del debido proceso. Es lo que los presidentes de América Latina defendemos y para todos los casos. Seguí la situación de Argentina, un país que me gusta mucho. Conozco la popularidad de Macri, su gestión como lo que equivaldría a ser el alcalde de Buenos Aires, el comienzo de su gobierno, lo importante que fue ese triunfo electoral insólito en Argentina, y las dificultades económicas por las que atravesó. Cuando una persona es elegida tiene la obligación moral de tomar decisiones. José Ortega y Gasset decía: “El hombre es el único animal fatalmente forzado a elegir. Cualquier otro animal actúa por instinto, pero el ser humano tiene que tomar decisiones basado en su análisis de las cosas”. No podemos evitar decidir. Cada persona toma decisiones basadas en su situación personal, su carácter, su educación, su experiencia vital, y en el contexto. Los gobernantes de verdad, más allá de su ideología, se la juegan, toman decisiones y se arriesgan. La misma frase de Ortega se la escuché a Diego Maradona. Dijo: “Cuando a mí me daban la pelota, yo resolvía. Yo recibía la pelota, encaraba y resolvía”. Él recibía, encaraba y resolvía. Es lo que los pueblos esperan de los presidentes. Ese camino es agridulce, a ratos salen las cosas bien, a ratos mal. El gobierno tiene que ser un ejercicio ético. Hay gente que dice: “En el amor y en la política todo vale”. De ninguna manera. Cualquier actividad humana tiene que enmarcarse en principios éticos. Uno es el famoso principio ontológico. Equivale a pensar que tengo principios, cosas en las que creo. Mi responsabilidad fundamental es ser leal conmigo mismo. Otro principio es el teleológico: debo percibir cuáles serán las consecuencias de mis acciones. Si por ser fiel a mis principios, hago cosas que causan daño a los demás, no es ético. Es un debate permanente de la ética de las convicciones a la ética de las responsabilidades. Hay que usar ambas. No son excluyentes. Lo básico es no hacer daño. Si además de no hacer daño, se puede hacer bien, mejor. Pero no hacer daño. De eso se trata. Debo contar una anécdota personal que me parece importante. Terminé mi discurso inaugural con la famosa oración de la serenidad. “Dios mío, dame la serenidad suficiente para aceptar las cosas que no puedo cambiar”. La serenidad para que entienda que no soy Dios, sino un ser humano con ciertos poderes y capacidades, pero hay cosas que no podré cambiar. Dame el coraje necesario para cambiar las que sí puedo y dame tu luz para que entienda la diferencia. Es esencial en un jefe o jefa de Estado. Pensemos en la idea de coraje. Se cuenta que Sócrates hablaba con un general espartano. Encontró que la única manera de enseñar algo es haciendo preguntas. Cuando la persona no tiene una respuesta para la pregunta es el único momento en que está dispuesto a escuchar. Le preguntó a un militar en qué consiste el coraje, el valor. El general le dijo: “El valor consiste en avanzar siempre y no retroceder jamás”. Sócrates le contestó: “De acuerdo. Pero imaginemos una situación: usted entra en un desfiladero y se da cuenta de que no hay salida y que está emboscado y que van a aniquilar a sus soldados. ¿Qué haría?”. El general dice: “En ese caso yo retrocedería porque la primera obligación de un general es cuidar la vida de su tropa”. Y Sócrates le dice: “Entonces usted, para cumplir con su primer deber, estaría cometiendo un acto de cobardía porque estaría retrocediendo”. Y cuando el general espartano estaba furioso, a punto de atacarlo, Sócrates le dice lo que para mí es una perla de sabiduría: “Usted está haciendo bien, general, porque el coraje es la obediencia al sereno juicio”. Me parece maravilloso. La obediencia al sereno juicio va más allá del análisis racional. ¿Cuántas veces una decisión bien pensada, analizada, lista, no se ejecutó porque le faltó a la persona coraje y decisión? El libro trae como mensaje central una invitación a que la gente se comprometa y a que actúe con coraje.

—¿Cómo conoció a Jaime Duran Barba, que fue su jefe de Gabinete? ¿Cómo fue su relación hasta hoy?

—Fuimos prácticamente contemporáneos en la Universidad Católica de Quito. Luego se fue a estudiar a Argentina, precisamente a Bariloche. Más tarde nos volvimos a encontrar. Yo estaba dando mis primeros pasos en la política y Jaime daba sus primeros pasos en la consultoría y en las encuestas en Ecuador. Creó lo que llegó a ser la entidad más importante que hacía encuestas cada 15 días. Tenía un control constante del pulso de lo que pasaba en el país. Cuando ya entré en campaña, resulta que hay muchas teorías al respecto. Y él por su lado y yo por el mío llegamos a conocer a los mismos autores y teóricos. Tuvimos una visión similar. Él llegó a ser un consultor con reconocimiento internacional y yo gané la Alcaldía de Quito dos veces; gané la diputación de Pichincha y la presidencia del Ecuador. Es una amistad de mucho tiempo, no tan frecuente últimamente por obvias razones, ya que estamos en otros países, que siempre se basó en intereses comunes: el interés por la lectura y por el análisis de la realidad.

 

“Domingo Cavallo fue clave en el proceso de dolarización”

 

—En un reportaje leí que Ricardo Hausmann, su colega en la Universidad de Harvard, dijo que sin la dolarización Ecuador sería Venezuela. ¿Por qué alguien con tanto poder como Correa no pudo sacar la dolarización? En Argentina se habla que vamos en camino de una “venezuelización”. En Argentina era una caja convertible. Es mucho más fácil salir de una convertibilidad que directamente del dólar como moneda circulante. Y pudo resistir en Ecuador porque al poco tiempo de haber comenzado los precios de las commodities se multiplicaron por 20, mientras que en el caso de la Argentina a Cavallo le tocó lo contrario, enfrentar cuando los precios de las commodities eran 20 veces menores.

—Ricardo Hausmann fue asesor mío sobre el tema de la dolarización. Era economista jefe del BID en ese momento. Dolarizamos en contra de la opinión del Fondo Monetario Internacional. Y por supuesto, ni el Banco Mundial ni el Banco Interamericano de Desarrollo podían ir en contra de esa opinión. El Fondo define las políticas y las demás instituciones deben seguirlo. Pero Ricardo, a título personal, creía que era una decisión correcta. Nos ayudó muchísimo, sobre todo en la parte final, cuando hubo que diseñar los proyectos legales de implementación. Sin un Congreso que pasara a esas leyes se hubiera quedado en una simple declaración, haciendo el contrafactual que usted me pide, y habría sido un acto fallido económico. Era un tema tan serio, que si no salía bien, las consecuencias hubieran sido terribles. Ricardo sabe del Ecuador porque me ayudó y sabe de Venezuela porque es venezolano. Estamos frente a un experto al que hay que prestarle atención. La otra persona clave en este proceso fue Domingo Cavallo y su equipo de la Fundación Mediterránea. En Ecuador, la gente estaba muy contenta con el dólar. El gobierno tenía problemas de déficit y se veían problemas más graves a futuro, como pasa hasta el día de hoy. La percepción de la gente es que la dolarización no era el problema. Pero la percepción en Argentina era diferente. Era que debido a la convertibilidad el país tenía problemas económicos. Es estos casos se busca un chivo expiatorio: una persona, una idea, una teoría, una ley. No llegamos a eso. ¿Por qué en Ecuador no optamos por la convertibilidad? Porque no había manera de que los ecuatorianos recuperaran su confianza en el sucre. El sucre era una papa caliente. La gente recibía sucres y los cambiaba inmediatamente por cualquier cosa. El precio del dólar se iba a las nubes, por pasajes, por electrodomésticos, por cualquier cosa. Lo peor que podía hacerse era tener sucres en las manos. Y nunca tuvimos los episodios de hiperinflación de Argentina, Chile, Bolivia o Brasil. No se habían dado ni en Colombia, ni en Venezuela, ni en Ecuador. Con estos brotes que tuvimos ya la gente perdió la confianza en la moneda. Quisimos hacer un corte radical, que no tuviera marcha atrás fácil. Si le quitamos la comida, el oxígeno y la capacidad de moverse, puede morir, pero será fácil. En cambio, si usted mantiene la moneda local paralela con la moneda extranjera, es mucho más fácil producir un cambio. Por eso en el Ecuador fue más factible mantenernos dolarizados.

ASESORAMIENTO. Cavallo trabajó con Mahuad en el proceso que llevó a la dolarización.
ASESORAMIENTO.  Cavallo trabajó con Mahuad en el proceso que llevó a la dolarización. (Foto: Cedoc Perfil)

 

 

“A partir de 2002 China empezó a comprar y cambió la situación económica de nuestra región”

 

—En la época de la convertibilidad en la Argentina el desempleo pasó aproximadamente de 10% a 20%, en realidad fue de 7% a 20% y bajó a 18%, pero se duplicó. ¿Qué pasó con el desempleo en Ecuador? 

—En el caso de la pobreza, en los primeros años mejoró, porque se preservó el poder de los salarios. Esto benefició a quienes estaban trabajando, pero muchos de ellos llegaron a nivel de clase media. Cambió la estructura social del Ecuador, en muchos sentidos. También se crearon fuentes de trabajo. Luego vino el boom de las commodities. Si se toma América Latina entre 1997 y el año 2001/2002, se encontrará que hubo diez presidentes que no lograron terminar sus períodos: Raúl Cubas en Venezuela, Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez en Ecuador, Alberto Fujimori en Perú, Fernando de la Rúa en Argentina, Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, Bertrand Aristide en Haití. Inclusive, Hugo Chávez perdió el poder y después volvió a subir en Venezuela. Si tomamos en cuenta el número de países y de presidentes que no pudieron terminar su período, si fuésemos médicos, diríamos que es una epidemia. Lo único que estos casos tenían en común era una brutal crisis económica que nos afectaba de diferentes maneras. En mi época como primer mandatario, la popularidad de la mayoría de presidentes en América Latina estaba muy por debajo del 20%. Y esto servía para presidentes de izquierda, de centro, de derecha; tradicionales que habían sido reelegidos, que entraban en la política por primera vez; que habían hecho reformas y que no. El ahogo económico nos impedía cumplirle a la población lo que esperaba. A partir de 2002, y no porque hicimos todas las reformas necesarias, sino porque entró un gigante en el mercado mundial que se llama China y empezó a comprarnos todo, cualquier cosa que produjéramos tenía mercado. De 2002 a 2007, hay dos gobiernos que se cambian en América Latina, el gobierno de Paraguay, de Fernando Lugo, y el gobierno de Manuel Zelaya en Honduras. Los países entran en una estabilidad política nueva. La única explicación es la económica. Empezó a ingresar dinero. Los gobiernos podían ser pródigos. Ahora, en esta nueva época, otra vez tenemos problemas económicos severísimos, especialmente luego del covid-19. Y otra vez estamos hablando de cambios de timón, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, en varios de nuestros países.  Bill Clinton compitió con George Bush padre. Bush iba para la reelección y Bill Clinton había sido gobernador de Arkansas, un estado pequeñito. Nadie lo tenía como figura nacional. Bush era un presidente con una trayectoria personal muy buena, con grandes éxitos, excepto en la economía. La situación económica interna de Estados Unidos no era tan buena y entonces James Carville creó el famoso eslogan “It’s the economy, stupid”. Lo pusieron en las sedes más importantes de la campaña electoral.

Ante cualquier debate, cualquier pregunta que recibieran los diputados demócratas, no debían dejar que la discusión fuera al tema internacional. La superioridad de Bush ahí era muy grande. Pero a través de la economía Clinton ganó la elección.

 

Producción: Pablo Helman y Debora Waizbrot.