OPINIóN
Análisis

El coronavirus y la esperanza

Como bien sabemos, estamos provocando la sexta extinción planetaria. No diría que la causa de estas pestes son los ratones, los murciélagos o las culebras; sino la ambición humana.

Coronavirus barbijos virus
Coronavirus | Cottonbro / Pexels

A principios de marzo, investigadores de la NASA y de la Agencia Espacial Europea se sorprendieron al analizar las imágenes satelitales que reflejan los niveles de contaminación ambiental en la ciudad de Wuhan. Desde que unos días antes las autoridades impusieran la cuarentena con el objetivo de combatir la propagación del Coronavirus, la contaminación del aire había disminuido extraordinariamente.

Wuhan es la ciudad donde se originó el Covid19. Es una inmensa urbe industrial ubicada en el centro industrial de China, es decir en el centro industrial del mundo. En esa zona los días de asquerosa contaminación del aire no sorprenden a nadie y es común que no se vea más allá de 200 metros de distancia. Mucha gente usa mascarilla a diario desde años antes de esta epidemia.

Si bien el Covid19 es un virus nuevo, no es el primer coronavirus. En 2002 apareció el SARS, también en China, en la provincia de Cantón, hoy mejor conocida como Guangdong.

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No es casualidad que ambas pestes se hayan originado en China. Y no es que los chinos sean sucios o tengan extrañas costumbres alimenticias, como suelen repetir los ignorantes. No, no es casualidad que estas pestes se hayan originado en el centro del capitalismo global del siglo XXI.

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Veinte años atrás Guangdong ya se había convertido en el centro de la globalización mundial. Fue en esa provincia, en la ciudad de Shenzhen, donde el por entonces líder supremo de la República Popular China, Deng Xiaoping, decretó la primera Zona Económica Especial en el año 1980. En el palco estaba acompañado por Warren Buffet, el mayor inversionista norteamericano, o lo que es lo mismo: el mayor inversionista mundial. Esto sucedió solo unos meses después del encuentro entre Deng Xiaping y el presidente James Carter en Washington, donde ambos sellaron la suerte de esta nueva etapa del capitalismo en la que la triunfal clase de los capitalistas rompía el pacto social hasta entonces reinante en el mundo occidental para entrar de lleno en lo que algunos calificaron como “capitalismo salvaje” y que ahora conocemos todos como globalización.

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Con la Zona Económica Especial, en Shenzhen regía a partir de ese momento la economía de mercado, a diferencia de lo que pasaba en el resto de China. En pocos años pasó de ser un pobre pueblito costero a ser una de las urbes más grandes del mundo, que fabrica el 80% de los aparatos digitales que circulan en el mundo hoy.

Los científicos gustan achacar la responsabilidad del coronavirus a los animales. Tiene lógica. La naturaleza reacciona y se defiende ante el ataque brutal de los humanos depredadores, que van por todo. El plan de ecocidio global, que se gesta en Inglaterra a principios del siglo XIX y tiene su climax con la incorporación de China e India al mercado a comienzos del siglo XXI, está llevando el planeta a una situación terminal: contaminando ríos; secando lagunas; llenando de plástico los mares; talando los bosques; dinamitando montañas; derritiendo los glaciares; y convirtiendo la atmósfera en una gigantesca cámara de gas.

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Como bien sabemos, estamos provocando la sexta extinción planetaria. Entonces, no diría que la causa de estas pestes son los ratones, los murciélagos o las culebras; sino la ambición humana, la avaricia humana, la estupidez humana.

El triunfo de las corporaciones multinacionales, cuyos propietarios son lo que actualmente se denomina “el 1%”, ha sido de una magnitud tal que no ha habido en el mundo intento serio de reacción alguna. Desde comienzos de los años 80, tanto los políticos como la justicia de todo el mundo, han estado al servicio de los ganadores, recortando beneficios sociales y jubilaciones a la par que  disminuyendo impuestos a los más ricos. Las masas asisten al espectáculo, atónitos frente a la pantalla.

En su victoria sobre el individuo, el capital internacional tuvo un inesperado y omnipotente aliado: la tecnología digital. Internet y el Smartphone no solo ayudaron a agilizar el mundo financiero, sino que por sobre todo lograron seducir a las masas y llevarlas a un grado de dependencia absoluta del mundo virtual. Los individuos en grados de alienación absoluta no pueden despegar la vista de la pantalla y entregan -sin siquiera pensar en ello- sus datos para así poder ser mejor manipulados y controlados por los gigantes de Sillicon Valley, que actúan en complicidad descarada con los órganos de control y represión de los gobiernos.

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En esta situación de indefensión absoluta frente al capital internacional parecía no haber salida hasta que llegó el coronavirus. Por primera vez en muchísimo tiempo los poderosos tienen miedo. Xi Jinping califica al virus de “diabólico”, Macron anuncia “estamos en guerra”, Trump cierra las fronteras, la Reserva Federal lleva la tasa al mínimo histórico, las bolsas entran en estado de pánico. Los gobernantes toman la drástica decisión de suspender las actividades laborales, educativas y recreativas de la población a riesgo de infringir un serio daño a la economía. Y al hacerlo, logran para el planeta -para el futuro- un respiro. Ese respiro que se hace evidente en las imágenes satelitales.

En Argentina tenemos un claro ejemplo de cómo el coronavirus afecta al capital internacional y beneficia a los individuos del futuro, a los niños y jóvenes de ahora. La disminución de la actividad industrial global por la cuarentena total, impuesta en varios países, implica una baja en el precio de los combustibles fósiles. Y el precio actual del petróleo hace que las inversiones en Vaca Muerta no sean rentables. Si bien es vendida por el mundo político como la solución mágica a la grave crisis económica que sufre el país, lo cierto es que Vaca Muerta está destinado a ser el mayor crimen ecológico de la historia argentina. Un crimen del cual ya conocemos los criminales: YPF y Exxon. Y solo el Covid19 ha logrado detenerlos, al menos temporalmente. Lamentablemente, un país como el nuestro -al borde del default- sufrirá las consecuencias negativas del coronavirus a corto plazo. Mucha gente se verá afectada, no por el virus sino por sus consecuencias.

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Los gobernantes, los grandes empresarios, los líderes religiosos y los medios del mundo entero nos dicen que tenemos que estar unidos, que es la hora de la responsabilidad y la solidaridad. Pero dentro de unos pocos meses, cuando el virus esté bajo control,  ¿quién se va a acordar de los millones de africanos y latinoamericanos que viven en la economía informal y que este año van a caer indefectible y definitivamente en la indigencia? Los burgueses unidos del mundo estaremos celebrando que seguimos vivos y si te he visto no me acuerdo. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una cerradura, que acabar con la hipocresía burguesa.

Seguramente el Covid19 será mundialmente controlado en pocos meses más, pero este tipo de virus será cada vez más frecuente y cada vez más letal. Y se originará principalmente en China y el sudeste asiático, que es la región donde el ecocidio planetario se realiza con más ímpetu y entusiasmo. Si el coronavirus puede acabar con el sistema, habrá que verlo. Pero todo indica que actualmente es la única esperanza real para las generaciones futuras frente a la globalización que nos lleva indefectiblemente al apocalipsis.

 

* Sinólogo.