Perfil
CóRDOBA
LO ANUNCIÓ EL JUEVES

Luego de 22 años como arzobispo, Ñáñez adelantó la transición en la Iglesia

Anunció que presentará su renuncia en agosto próximo porque cumple 75 años. El papa Francisco definirá si la acepta de inmediato o la posterga y quién será el sucesor, que es una gran incógnita. Ñáñez pidió al clero y a los fieles “serenidad y paz” y “evitar discordias” e internismos como los que él mismo afrontó.

4-4-2021-Ñáñez
ANUNCIO. Ñañez comunicó que en agosto, cuando cumpla 75 años, enviará al Vaticano su renuncia como Arzobispo de Córdoba. | CEDOC PERFIL

Días antes del próximo 9 de agosto, cuando cumplirá 75 años, el arzobispo de Córdoba Carlos José Ñáñez enviará al Vaticano su renuncia a la misión pastoral que ejerce desde hace más de 22 años, en un paso formal que queda a consideración del papa Francisco, responsable también de designar al sucesor.

El propio Ñáñez anticipó la noticia de manera pública el pasado Jueves Santo, en la tradicional ‘Misa Crismal’ que siempre reúne al clero cordobés en la Catedral. Aunque ya lo había mencionado en una reunión con un centenar de laicos, en el ‘Encuentro Pastoral’ realizado el 20 de marzo pasado, también en la Catedral.

Con este anuncio, el arzobispo adelantó el período de transición que se abre por la designación de un nuevo pastor en la segunda jurisdicción eclesiástica más importante del país, después de la sede primada de Buenos Aires.

La decisión del arzobispo obedece a la sugerencia que el Código de Derecho Canónico les hace a todos los prelados del mundo: “Al obispo diocesano que haya cumplido 75 años de edad –se lee en la ley canónica que rige en los asuntos eclesiásticos– se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias”.

Sin discordias

Desde el entorno del Arzobispo informaron que el objetivo de “adelantar” la renuncia es “preparar un camino” para que la transición entre el obispo que se va y el que llegue se viva “con naturalidad, con serenidad y paz”, lejos de las “discordias” y las internas que suelen producirse en los recambios de autoridades en todos los ámbitos humanos, incluso en la Iglesia.

Es que al propio Ñáñez le tocó afrontar estas discordias cuando, en 1998, fue designado por el papa Juan Pablo II para suceder al cardenal Raúl Francisco Primatesta en el gobierno de la Arquidiócesis de Córdoba. Aunque todos tuvieron en claro que la designación contó con el visto bueno de Primatesta, hubo entonces, hasta operaciones de poder y divisiones en el clero; y abundó el ‘carrerismo’ de algunos autopostulados que, ante la no designación propia y los cambios pastorales que introdujo el nuevo arzobispo, terminaron buscando otros ‘puestos’. Nada más alejado de lo que desea Ñáñez y de lo que predica el papa Francisco, para quien el ‘carrerismo’, las internas y los chismes son enfermedades y pecados del clericalismo.

El jueves pasado, a propósito de su inminente renuncia, Ñáñez dijo: “Debemos asumir con naturalidad esta próxima transición. Los pastores pasamos. Todos seguimos a Jesús, que ‘es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre’, el que nos preside y presidirá siempre”. En otra parte de su homilía pidió al clero y a los fieles “acoger con fe y desde la fe al obispo que sea elegido” para sucederlo, “acompañarlo y a colaborar con él con sincera adhesión, oración por él y generosa cooperación”. Y agregó: “Lo importante, ahora, después y, en definitiva, siempre, será hacerlo todo juntos, sin celos, rivalidades, espíritu de competencia, y sin albergar en nuestros corazones ningún anhelo o deseo de poder”.

Las incógnitas

En los ámbitos eclesiales hay dos incógnitas en torno a lo sucederá: una es si el Papa aceptará la renuncia de Ñáñez de manera inmediata y en el mismo acto nombrará al reemplazante; o si, como también es posible, le pedirá que permanezca en el cargo un tiempo más. La otra incógnita, más importante, es quién será el próximo arzobispo de Córdoba.

Respecto de la primera, fuentes que conocen el pensamiento del actual arzobispo señalaron que, dada la confianza que se dispensan, Ñáñez le pedirá al Pontífice que le acepte la renuncia lo antes posible, no porque quiera “abandonar el barco”, sino porque considera que luego de casi 23 años en la misión, hace falta un nuevo pastor, con nuevos ímpetus, renovado ardor misionero y más fuerzas.

Si esto se confirma, es muy probable que Francisco acepte la renuncia de inmediato y nombre al próximo arzobispo, como ha hecho con la mayoría de los prelados que presentaron la renuncia. De las pocas excepciones, la más reciente y cercana es la del obispo auxiliar de Buenos Aires, vicario general de esa arquidiócesis, Joaquín Sucunza, quien cumplió 75 años en febrero último. El Papa le aceptó la renuncia pero le pidió que continúe en el servicio dos años más. Aunque en este caso se trata de un obispo auxiliar, no del titular de una arquidiócesis como es el caso de Ñáñez. También puede suceder que acepte la renuncia y se tome un tiempo para designar al nuevo arzobispo y nombre ‘administrador’ a alguno de los dos obispos auxiliares que hoy colaboran con Ñáñez: Pedro Torres y Ricardo Seirutti.

Acerca de la otra incógnita –quién será el próximo arzobispo local–, la única certeza es que lo elegirá “personalmente” Francisco y no la estructura vaticana que tiene la misión de facilitarle al Pontífice la tarea de designar obispos en todo el mundo cuando, a veces, ni siquiera los conoce. En el caso de Córdoba intervendrá directamente el Papa, afirmó un religioso cercano a Bergoglio: “El Papa conoce muy bien a todo el clero argentino, directa o indirectamente, así que él designará al próximo arzobispo cordobés”.

Es lógico que haya algunos nombres ‘en danza’. Pero, al respecto, en la Iglesia repiten un dicho que se escucha cada vez que el cónclave de cardenales tiene que elegir nuevo pontífice romano: “El que entra papa sale cardenal”.

Un pastor distante del poder político

A Carlos José Ñáñez, el arzobispo que acaba de anunciar su inminente renuncia a la guía pastoral de los católicos cordobeses le tocó, desde el principio de su misión local, una tarea complicada y, en algún aspecto, imposible de concretar: reemplazar a Raúl Francisco Primatesta.

El cardenal fallecido en mayo de 2006 había sido arzobispo de Córdoba durante 33 años, en un liderazgo que trascendió las fronteras religiosas y también políticas de la propia diócesis, con aportes importantes para la historia argentina como fue su actuación para que el papa Juan Pablo II lograra evitar la guerra con Chile, y con su permanente apuesta al diálogo político, sindical, empresario; pero también con cuestionamientos de sectores políticos, sobre todo los vinculados con los organismos de derechos humanos, por no confrontar directamente con la dictadura militar cuando le tocó estar al frente del episcopado argentino.

Semejante involucramiento en asuntos públicos nacionales de su predecesor llevaron a algunos católicos locales, laicos y religiosos, a exigirle a Ñáñez –cuando fue designado en reemplazo– actuaciones que él siempre entendió no eran parte esencial de su ministerio. Todas las comparaciones son odiosas, pero puede servir un ejemplo para comprender la situación: Ñáñez no es, no fue y no quiso ser Primatesta, como el Cardenal Poli, actual arzobispo de Buenos Aires, no es ni será nunca como Jorge Bergoglio (hoy papa Francisco), a pesar de la admiración y el cariño fraternal que unos sienten y sintieron por los que tuvieron que reemplazar.

El propio Ñáñez entiende que no se puede obviar al predecesor cuando se habla de su gestión episcopal en Córdoba, al punto que, al anunciar su pronta renuncia, admite que lo hace para evitar lo que tuvo que padecer en aquel entonces.

Sin negar la preponderancia de su predecesor, Ñáñez logró darle propia impronta a su legado. Una misión que él centró en lo pastoral, tomando distancia del protagonismo y también del poder político, con críticas cuando entendió que debía hacerlas, aunque sin confrontar en términos de poder. Así fue como, con el respaldo de la Pastoral Social, se opuso fuertemente a la instalación de tragamonedas y otros juegos de azar que impulsó en su momento el fallecido exgobernador José Manuel de la Sota.

Aquel debate marcó la relación del arzobispo con De la Sota y potenció hasta nuestros días los matices que se advirtieron después en la relación de Ñáñez con el actual gobernador Juan Schiaretti. Aunque hubo algunas disidencias, en general se dispensaron más confianza, quizá porque ambos se conocen desde la adolescencia cuando compartieron aulas en el Liceo Militar General Paz.

Para el propio Arzobispo, la evaluación ‘política’ de su misión episcopal no es la más importante. Pesa más en su discernimiento y memoria agradecida lo esencialmente religioso; haber intentado guiar a los creyentes que le fueron confiados a vivir el Evangelio con radicalidad, proclamando la fe de manera sinodal y comunitaria, y buscando el bien común desde el compromiso con los que menos tienen y más sufren, a ejemplo de quien se convirtió durante la gestión de Ñáñez –su sobrino lejano– en el primer santo cordobés, el santo Cura Brochero.

Cómo se elige un obispo

En el capítulo II, artículo 1, del Código de Derecho Canónico se describe qué es un obispo (un sucesor de los apóstoles de Jesús), la función, las responsabilidades y las normas que regulan su ministerio. Y, dentro de ellas, el procedimiento y los requisitos para la elección. Allí se lee que “el Sumo Pontífice nombra libremente a los obispos, o confirma a los que han sido legítimamente elegidos”.

También, que al menos cada tres años los obispos de cada lugar y de la Conferencia Episcopal deben “elaborar de común acuerdo y bajo secreto” una lista de sacerdotes “que sean más idóneos para el episcopado”, y han de enviar esa lista al Vaticano, a lo que pueden sumarse otros nombres sugeridos directamente por un obispo en particular.

Agrega la ley canónica que “cuando se ha de nombrar un obispo diocesano”, como ocurrirá en Córdoba, y se propone una terna de candidatos a consideración del Papa, el nuncio apostólico (el embajador del Pontífice en cada país) debe hacer una investigación o una consulta sobre las condiciones de cada candidato, e informar al Vaticano. Generalmente se consulta al propio obispo del lugar, a sacerdotes de la misma diócesis y de congregaciones religiosas, a las autoridades de la Conferencia Episcopal, y a algunos laicos. Con toda esa información, la Congregación para los obispos asiste al Papa para que elija. Es probable que en el caso de Córdoba, quizá no le haga falta a Francisco tanta investigación.